Llegué al aeropuerto de Copenhage, y las señales de la bienvenida al primer mundo eran claras. Todo muy prolijo y organizado, todo perfectamente señalizado, pero sobre todo precios exorbitantes. El metro desde el aeropuerto de la ciudad me salió alrededor de 5 euros! El metro era muy cómodo y moderno, pero igualmente era extremadamente caro.
Llegué al hostel y me encontré con la sorpresa de que eran casi todos argentinos trabajando con la nueva working holiday (visa de un año que te habilita para trabajar). Me quedé charlando con Stefi, una de las chicas de Buenos Aires muy piola, y le pregunté de todo. La bombardeé a preguntas sobre su experiencia en Dinamarca, sobre la visa, los otros destinos dentro del país, etc.
Salí a caminar por la peatonal para conocer un poco y para buscar algo de comer. Ya era tarde, ya era de noche, y si bien tenía mucha hambre, no quería pagar una fortuna. Caminé siguiendo los corazones navideños que colgaban del centro de la calle e iluminaban la peatonal. Caminé siguiendo los corazones hasta el final para ver todas las opciones y después volví.
Entré a comer a un lugar barato que vendía unas cajas con distintas combinaciones de frutas, verduras y carnes al wok que se llamaba «Momo wok box». Resultó ser muy bueno y muy sano. Cuando entré no había nadie. Sólo los 2 chinos que trabajaban en el lugar. El joven que atendía y hablaba perfecto inglés, y el señor más grande que cocinaba. Cuando me fui estaba lleno.
Comí con palitos (se podía pedir tenedor, pero preferí el desafío) para practicar para el próximo viaje al Sudeste Asiático. Empecé muy bien teniendo en cuenta que en toda mi vida sólo comí un par de veces sushi con palitos, y una vez en Hawaii en un restaurante japonés que solo había palitos para comer un pescado. Pero al final, cuando ya quedaba poco en la wok box, se me complicó y la luché hasta el final. No quería rendirme y agarrar el tenedor, la luché hasta el último grano de arroz. Fue duro, pero gané.
Una de las cosas que más me sorprendió caminando por la calle peatonal principal fue la cantidad de homeless (personas viviendo en la calle) que vi. Porque yo esperaba de Dinamarca un país «perfecto». Primer mundo en serio, no como por ejemplo Estados Unidos que está lleno de pobreza. Yo esperaba igualdad casi total, esperaba utopía. Al menos eso es lo que nos venden de los países escandinavos. Por eso me sorprendí al ver los homeless, no los esperaba. No eran decenas. Debo haber visto 4-5 en las 20 cuadras que caminé, pero igual me pareció mucho. No sé si eran daneses, o si eran inmigrantes, no me voy a meter en esa discusión. Lo que sí me pareció interesante es que todos pedían trabajo, más que monedas.
Al día siguiente, me levanté temprano, desayuné, y mientras me puse al día con unas cosas. Terminé y salí a caminar. Todo, después de haber armado un itinerario en función de los puntos de interés que había investigado. Después de caminar varias cuadras, me di cuenta en el mapa que estaba siguiendo, sin planearlo, una ruta sugerida para recorrer por cuenta propia (self guided tour) casi todo, así que desde ese momento, simplemente seguí esa ruta.
Seguí caminando derecho, y una cuadra más adelante me topé con la Iglesia de Mármol o Iglesia de Federico. Me llamó la atención que era una iglesia redonda y con una gran cúpula, que sobresalía entre los edificios de la zona.
Pasé otra iglesia interesante que había muy cerca, y fui caminando todo derecho hasta la verdadera estatua de La Sirenita. Varias personas que habían visitado Copenhage antes me habían dicho que la estatua de la sirenita no valía la pena, que no era importante. Pero ya que estaba ahí, y era una de las atracciones, fui a verla. En el camino, pasé por otra iglesia que me gustó, la Iglesia de St. Alban.
En el camino a ver La Sirenita, también me crucé con varias estatuas que me llamaron la atención.
A menos que sean fanáticos de La Sirenita (los hay, o las hay mejor dicho), no es algo que valga la pena. Estaba lleno de turistas asiáticos que acababan de bajar de un bus turístico. Varios casi se caen al agua para sacarse una foto lo más cerca posible de la estatua. Yo me las tuve que ingeniar para poder sacar una foto sin ellos, y poder segur camino.
Y desde ahí, entré a la isla con forma de estrella que está al lado, y que es un fuerte militar llamado Kastellet. Tiene mucho verde en los alrededores, en la punta de la estrella, y varias barracas rojizas en el medio, más una iglesia amarilla, y un interesante molino de viento en una de las esquinas.
Recorrí todo el Kastellet, y seguí camino por una zona residencial de casas coloridas hasta la Galería Nacional, un gran museo. De nuevo en el camino, pasé por un par de iglesias que me llamaron la atención.
Entré al museo para secarme un poco. La última hora había estado lloviendo mucho. Y si bien tenía campera y zapatillas impermeables, los jeans los tenía bastante mojados ya. Llovía mucho y con viento, entonces cuando llovía de costado, me mojaba todos los pantalones. La entrada al museo era muy cara, pero había wifi gratis en el lobby. Así que no solo fui al baño, sino que me quedé unos 20 minutos en unos cómodos sillones en el hall central, usando el wifi, secándome un poco, y tomando valentía para volver a salir a caminar debajo de la lluvia.
La verdad no sé que hubiera hecho sin el google maps. Si bien tenía el mapa de papel, en ese momento descubrí que los mapas de google también incluyen la distribución de cada piso de los edificios importantes, como ese museo en el que estaba o el aeropuerto por ejemplo. Una cosa de locos como avanza la tecnología, y como tenemos cada vez más información al alcance de la mano.
Iba abriendo las puertas, pasando a la siguiente estación, y cada vez que habría una puerta la temperatura subía, la humedad subía, las plantas cambiaban, y parecía que estaba en otra región del mundo. Me iba sacando la ropa, pero nunca llegué a sacarme tanto como la modelo que estaba haciendo una producción de fotos en bikini en el medio del paisaje verde, posando contra la escalera caracol para subir a ver el verde desde arriba.
Salí del jardín botánico, crucé la calle y me adentré en los jardines del Castillo Rosenborg. Jardines interesantes, nada despampanante. El castillo parecía chiquito comparado con los que venía viendo, pero distinto, con algo especial que no se cómo describir. Igual no entré, en Dinamarca gasté solo lo necesario, y eso ya fue mucho. Todo era sobrio, cuidado y accesible, como todo en Dinamarca. Accesible por el acceso y la cercanía, pero no por el precio claramente.
Desde los jardines escuché una marcha, y de lejos vi a los granaderos marchando por la calle, tocando sus instrumentos. Seguí caminando, y en el camino a la Round Tower, pasé por otra iglesia más y más casas de colores.
La Round Tower no era sólo una torre. Había una galería de arte y un café. La entrada valía la pena, hasta tenía asientos con enchufes en el medio de la subida.
Volví a la peatonal más importante e intenté cambiar plata. Necesitaba algo de efectivo en coronas danesas. Iba a estar 7 días en Dinamarca, algo de efectivo necesitaba. No me decían bien el tipo de cambio, y pretendían que cambiara cada vez más plata para que el tipo de cambio bajara. En lugar de decirme que había una comisión fija, y después una variable, sólo me iba diciendo cuanto era el tipo de cambio para distintas cantidades (para lo que quería cambiar yo, terminaba siendo alrededor del 10% de comisión, un robo!). A mí no me va a joder con las finanzas, educadamente le dije que no, y me fui sin saber dónde podía conseguir más barato. De lo que estaba seguro era de que no iba a pagar esa comisión.
Y volví a comer en «Momo wok box». Había otros baratos, pero me había gustado mucho ese lugar. Lo único que sí pedí otra variedad. Y de ahí a la plaza principal. Al city hall o ayuntamiento. Entré de una, sin preguntar, siguiendo un poco a la gente que entraba en grupos. Había todo un acontecimiento en el centro del enorme edificio, pero yo al principio no entendía muy bien qué estaba pasando.
Lo primero que hice fui buscar un baño. Y después viendo que nadie controlaba nada, me moví como si fuera mi casa. De acá para allá explorando el enorme y pintoresco edificio. Me parecía raro que no hubiera ni la más mínima seguridad en la sede de gobierno de la ciudad.
Subí hasta el último piso, y desde arriba pude entender lo que estaba pasando. Estaban votando en el hall central. Nunca supe muy bien qué, pero había una votación ese día. Y por eso entraba y salía gente todo el tiempo. Un proceso transparente y muy eficiente, muy de primer mundo. Ojala algún día lleguemos a eso.
Lo que más me sorprendió es que mientras exploraba el edificio, me crucé con varias personas que parecían estar trabajando. Y si bien yo hacía de cuenta que sabía donde estaba, y que tenía que estar ahí; mi apariencia distaba bastante del típico gringo danés, y con la mochila de día en la espalda tenia un cartel que decía turista o viajero en la frente. Así y todo, nadie me preguntó nada. Todo parecía libre. Calculo que tampoco habrá nadie que haga algo que no deba hacer. Ese nivel de libertad y orden al mismo tiempo me maravilló.
Una de las cosas que no mencioné hasta ahora es la increíble cantidad de bicicletas que andan todo el día en Copenhage. Hay bicicletas por todos lados. Todos andan en bicis. Hay cientos estacionadas en cada parada de metro. Manejan muy fuerte, en su mayoría respetando las reglas, y haciendo todas las señas con los brazos. No haces las señas y te matan, te pasan por encima. La cantidad de ciclistas y el nivel de respeto por las normas que tienen es realmente increíble.
Me metí como dueño por su casa a una muy interesante biblioteca en un edificio que se llama Black Diamond en la siguiente cuadra del edificio de las esculturas. Estaba lleno de jóvenes, y parecía una biblioteca de película, de esas de madera por todos lados, y con los chicos en uniforme estudiando. La mayoría con computadoras claro, y varios trabajando en grupo. Había un gran silencio, y la mayoría de los chicos representaban el típico estereotipo danés. Más de 90% eran rubios y de ojos claros, no había turistas, eran todos locales. De nuevo, pasé como si hubiera estado en mi casa, fui hasta el final, y volví a salir a la calle.
Ya estaba muy oscuro, pero seguí el recorrido. Fui directo al Palacio de Christianborg. Es la sede del Parlamento y del primer ministro. En realidad es la sede de los 3 poderes del estado. Es el único país en el mundo que tiene los 3 poderes (ejecutivo, legislativo, y judicial) en el mismo edificio. Di una vuelta a sus alrededores, pasé por una zona que estaba extremadamente iluminada con unos reflectores muy potentes, donde parecía que estaban filmando una película, y finalmente llegué a una puerta donde se podía subir a una torre.
Control de seguridad al mejor estilo aeropuerto, y pasé gratis a la punta de la torre. Vista panorámica de la ciudad, muy linda de noche, pero muy difícil de sacar fotos con el celular.
Ya en el hostel, me quedé planeando viajes con un australiano que conocí, y que estaba sorprendido por los precios de los vuelos que yo había comprado. Le enseñé como buscarlos, y se volvió loco. Estuvo horas delirando rutas, se le habían abierto muchas más opciones dentro de su presupuesto. Más tarde me quedé charlando con un par de chicas argentinas de las que trabajaban en el hostel.
Pagué las dos noches del hostel con un billete de 100 euros (no aceptaban tarjeta), y me dieron el vuelto en coronas danesas. No conseguí el cambio oficial, pero sí uno mucho mejor que el que me ofrecían las casas de cambio de la ciudad. Hay que estar atento a las diferentes formas de conseguir moneda local. No hay una regla que funcione en todos lados, hay que averiguar, y así se puede ahorrar mucho dinero.
En mi habitación había un personaje un tanto desagradable que se hacía notar. Una señora danesa de unos 55-60 años, que al parecer estaba viviendo en el hostel, y que no tenía ningún problema en andar ligera de ropas. Bastante desarreglada, y todo el día en la computadora, todo el día. Me iba a dormir y estaba con la computadora, me despertaba y ya estaba con la máquina de nuevo. Roncaba como un tractor. Esos personajes que pasan; que dan risa más que otra cosa. Pensé que tenía mucho trabajo, hasta que un día me acerqué sigilosamente a ver qué tanto hacía en la computadora, y resulta que jugaba al póker. Inexplicable.
A la mañana siguiente desayuné, dejé guardada la mochila, y fui a explorar lo que me faltaba. Crucé el puente y fui al barrio de Christianshavn. Una zona de canales con varias casas de colores por todos lados. Bicis, bicis y más bicis. Bicis con gente de todas las edades y por todos lados. La primera atracción que fui a visitar fue la Iglesia de San Salvador. Fundamentalmente por el extraño chapitel en espiral que tiene una escalera exterior de caracol con la que se puede subir arriba de todo, a la punta de la iglesia. Y obtener vistas panorámicas de la ciudad.
Lamentablemente el acceso a la torre estaba cerrado ese día por el viento. La escalera ahí arriba está muy expuesta, y cuando hay viento se vuelve peligroso así que cierran el acceso. Igualmente entré a la iglesia y di unas vueltas por dentro. Me pareció similar a las otras que había visto en Dinamarca. Sobria, mucho blanco y bastante ancha, más cuadrada que rectangular como todas las que venía visitando hasta ese momento en otros países. Puertas livianas, no como las pesadas puertas católicas. Todo en línea con el bajo perfil danés, pero cuando me di vuelta vi un alucinante órgano con unos trabajos en madera muy buenos.
Y desde ahí me fui a visitar Christiania. Zona autoproclamada independiente del estado danés, llamada ciudad libre, autogobernada por sus residentes. Son 34 hectáreas donde viven casi 1.000 personas, y con reglas que ellos decidieron. Es un lugar raro. Antes de ir, había recolectado opiniones encontradas.
Por un lado, alguna gente me había dicho que era genial, que era un lugar libre. Que había muy buen clima, todo paz y amor. Drogas libres, etc. Cultura hippie al 100%. Ese tipo de opiniones era más que nada de gente de países desarrollados. Lo veían como una acto de rebeldía, frente a tanta opresión, frente a tantas reglas estrictas. Por otro lado, me habían dicho que era igual a cualquier barrio humilde de un país en vías de desarrollo o subdesarrollado. Un barrio poco cuidado, poco uniforme, con calles parte de asfalto, parte de tierra, casas chicas y «personalizadas», venta de drogas, las cosas un poco más baratas, menos respeto por las reglas, y mucho graffitis por todos lados. Estas opiniones venían de gente de países en vías de desarrollo.
Me resultó muy interesante la mirada tan opuesta, sobre un mismo lugar. Cada uno filtra lo que ve con sus paradigmas, y yo decidí ir a visitar el lugar, para poder sacar mis propias conclusiones.
Primero entré y vi varias construcciones absolutamente pintadas con graffitis. Eran graffitis muy buenos, muy coloridos, y la mayoría con algún mensaje implícito de libertad. Me metí en uno de los edificios y resulta que adentro lo único que había era una gran pista para hacer skate o ese tipo de deportes. Todo grafiteado por dentro, mucho color, y 3 nenes practicando en sus patinetas.
Pasé por una zona donde ya no se podían sacar más fotos, el «green light district», donde había varios negocios de venta de comida y todo tipo de souvenirs. De todos los artículos relacionados con la marihuana que vendían, lo que más me llamó la atención fueron los preservativos sabor marihuana, muy ocurrentes. También había pipas de todos los tamaños y diseños, y un olor a marihuana interesante en ese lugar. Si bien las reglas del lugar son las mismas que en toda Dinamarca, o sea que la marihuana está prohibida, en Christiania las reglas son más flexibles. Es como si el estado aceptara de alguna manera la libertad de Christiania, por más que de vez en cuando haga redadas y penalice a algunos.
No vi a los particulares vendedores de droga que me habían comentado. Pero fue porque, sin querer, doblé a la izquierda en una intersección (después me los iba a cruzar). Doblé porque quería salir del típico caminito que hacían todo los turistas. Quería ver cómo vivía la gente de Christiania en serio, no lo que está montado para vender.
Y salí caminando por unos senderos precarios, viendo las casas. Todo muy precario (recuerden que estaba en Dinamarca, uno de los países con mejor calidad de vida del mundo), pero con un paisaje natural muy interesante. Ya no canales construidos, sino canales naturales. Verde y agua solamente. Caminé bordeando el agua, y volví a la zona verde pero por otros motivos.
Me crucé a los puestos de venta de marihuana, y si bien no se los puede fotografiar, les saqué una foto mental. Chicos con pasamontañas, o sea toda la cabeza y la cara tapada, en puesto verdes con esas redes de camuflaje militares. Bastante extraño, pero hasta cómico diría. Y por todos lados carteles con las 3 reglas básicas del lugar: diviértete, no corras (da pánico a la gente), y no saques fotos.
Mi opinión del lugar es mixta. Probablemente en el fondo, parte de los habitantes de Cristiania, tengan un espíritu libre, y se sientan oprimidos por tantas reglas. No está mal que fomenten valores de comunidad, más generosos, y abiertos. Pero yo lo sentí algo bastante turístico y comercial. Algunas cosas parecían ridículas a propósito, para despertar interés en el turísta snob. Me hizo acordar un poco al turismo de villas (opiniones mixtas que van más allá de este post).
Una de las mejores cosas de Christiania, el cartel de despedida que notifica el reingreso a la Unión Europea.
Y ya me había dado hambre, pero primero tenía que ir al baño. Fui a un 7 eleven para ver si tenían baño y no, pero me indicaron que al frente había un baño público en una plaza. Por suerte se había acabado lo de pagar para ir al baño.
Es increíble la diferencia entre la comida que hay en un 7 eleven en Dinamarca y uno en Estados Unidos. Compré comida y postre superfood (una combinación de verduras y/o frutas muy sanas y nutritivas). Y bastante barata para lo que son los precios de Dinamarca. Me senté en un banquito a comer y a ver el canal con sus casas de colores y sus pequeñas embarcaciones.
Copenhage me sorprendió. No es perfecta como la imaginaba. Hay zonas bastante sucias, hay homeless, y no tiene ninguna atracción como el Palacio de Schönbrunn en Viena o el edificio del Parlamento en Budapest, pero la sumatoria de pequeños detalles la hace una ciudad muy interesante. Es la puerta a Escandinavia.
Después de recorrer un poco los canales, volví al hostel. Me dieron ganas de hacerme un tourcito en barco por los canales pero seguí caminando. Nyhavn (suena parecido a hola en chino), la zona del hostel, es una de las más concurridas por la cantidad de restaurants y bares. Hasta ese momento donde pude apreciar bien las casas de colores y sus canales, no la había valorado tanto.
Además de tener rasgos lindos, las danesas tienen buen físico porque andan todo el día en bicicleta. Manejan con cualquier clima. El primer día bajo una lluvia constante, y el segundo día con un viento que muchas veces las tiraba para atrás y no las dejaba avanzar. Se las veía luchando contra el viento, haciendo un terrible ejercicio.
Después de evaluar varios destinos en Dinamarca (mi vuelo era desde Copenhage a Estocolmo, pero en 5 días), decidí ir a visitar la ciudad de Aarhus, la segunda ciudad de Dinamarca. Y después de evaluar las distintas opciones para llegar allá, decidí ir en bus esa misma noche.
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