No habíamos podido llegar a Éfeso haciendo autostop, se nos hizo de noche en Izmir y decidimos armar la carpa en un parque cerca de 2 estaciones de servicio. La verdad es que no podía dormir en la carpa y me fui a una de ellas a usar el wifi y a trabajar un poco. Un adicto al wifi según Agustín, mi compañero de viaje. Me regalaron un café, yo feliz.
Fue muy cómico porque estábamos escuchando reggeaton y un poco de Thalía, mientras hablábamos por Google Translate con los chicos de la estación. Me faltaba hablar turco y salía empleado del mes. Hasta los ayudé limpiando y ordenando un poco el lugar. En esos momentos se generó una conexión especial con los chicos (a pesar de no hablar el mismo idioma), un escenario muy diferente al turístico Estambul donde todos te quieren vender algo.
Finalmente me fui a dormir.
Desayunamos invitados en la estación de servicio. Ya éramos amigos de los chicos que trabajaban ahí. Había un empleado igual al pelado Dertycia y otro a Román Martínez (dos jugadores de fútbol argentinos), eran iguales. Es más, cuando les mostramos las fotos agarraron el celular y empezaron a cargarse y tomarse el pelo entre ellos. Nosotros nos matábamos de la risa.
Hasta cigarrillos nos convidaban. Éramos 2 empleados más en la estación de servicio. Nos dieron té de nuevo y, siguiendo los consejos de Agustín, aprendí a conseguir agua mineral gratis. Nada más ni nada menos que con una botella de litro y medio!
Nos despedimos de los chicos y salimos a la ruta.
Primero nos levantó una camionetita por 10 km que nos ayudó a salir de la ciudad. Y a los pocos minutos nos subimos a un auto «rapero» con 3 chicos con los que terminamos haciendo los 60 km que nos faltaban.

Pero antes de llegar, nos invitaron a comer y a tomar el té a un lugar muy local. Típico lugar que nos íbamos a cruzar muchas veces más en Turquía. Ese lugar donde los viejos pasan todo el día jugando a algo que nunca entendimos bien.
Nos enseñaron un par de palabras más en turco y nos dejaron en Éfeso, a pesar de que ellos iban para el otro lado.
Como Agus no lo tenía en sus planes, ni en su estricto presupuesto, él decidió no entrar. Yo no me lo pensaba perder, así que entré solo.
Aunque nadie me crea, por un momento me hizo acordar a las Ruinas de San Ignacio que había visitado dos semanas antes. Pero cuando recordé las fechas me di cuenta que no tenían nada que ver. Las ruinas localizadas en Argentina tienen 400 años, en Éfeso tienen 1200 años aproximadamente, aunque fueron descubiertas hace menos de 200 años.
En un momento me crucé con un egipcio que también estaba recorriendo el complejo solo. Hacía unos minutos lo había visto armando su trípode para sacar una foto y le ofrecí ayuda. Le saqué una foto y él (estudiante y apasionado de la fotografía) me sacó una a mí.
Nos quedamos charlando un rato y cada uno siguió explorando por su cuenta.
La verdad, espectacular Éfeso.
En un momento me crucé con un grupo de brasileros jóvenes que estaban siendo «guiados» por otro brasilero que parecía el Pastor Joao de la Iglesia Universal (con respeto lo digo). No parecía que les estuviera explicando la historia del lugar, tenía una pasión y unas formas que, sin entender nada de lo que decía, parecía que estaba lavándoles el cerebro. Era muy gracioso verlos desde lejos, desde el otro lado del anfiteatro.

Me quedé sentado un rato ahí contemplando a los distintos personajes que entraban y salían del lugar. Los brasileros siempre siguieron sentados escuchando al pastor, pero unos de los que más me llamaron la atención fue una pareja que se paró en el «escenario» del anfiteatro y empezó a hacer una coreo de baile. Sabían bailar muy bien, pero me hizo gracia que de la nada se pusieran a bailar en el medio de las ruinas de Éfeso. Lo habrán tenido planeado o se les ocurrió en el momento? Nunca lo sabré, pero fue cómico.
El Pastor Joao no paraba, cada vez más fuerte el tono de voz. Me cansé y me fui a seguir explorando las ruinas por mi cuenta.
En un lugar había una especie de sendero, o lo que antiguamente debe haber sido una «calle», que estaba rodeado de columnas a los costados, muy bueno. Parecía no terminar más, eran columnas y más columnas.
Una curiosidad era que casi todos los turistas eran turcos. No escuchaba otro idiomas. Muy poquito inglés cada tanto, pero todos turcos. Se ve que se mueve mucho turismo interno. Es cierto que era temporada baja, y que Turquía últimamente está de atentado en atentado que la gente ya tiene miedo de ir. Igual me pareció curioso, porque Éfeso es una atracción de primer nivel mundial.
Dando vueltas y vueltas, me di cuenta que los grupos turísticos entraban por otra puerta y hacían el recorrido en la dirección opuesta a la que venía yo.
En un momento me crucé con un grupo de viejas (no se merecen el título de señoras) argentinas que estaban maltratando al guía y quejándose, para variar. Después terminamos teniendo mala fama los argentinos. Pero es que hay cada maleducado e irrespetuoso viajando…
Una cosa a tener en cuenta es que Éfeso es todo historia. Si les gusta la historia y ver ruinas, el lugar es para estar todo el día. Si sólo ven piedras y no les interesa, ni vayan, la verdad es que no les va a sumar nada más que un check en su lista o una linda foto para su instagram. Yo me cansé de sacar fotos. Estaba alucinando, y eso que no tenía un guía que me fuera contando la historia, aunque un poco ya la conocía.
Dando vueltas por ahí, volví a cruzarme con el chico egipcio y me pidió selfie.
Terminé de recorrer todo y volví a encontrarme con Agustín que estaba esperándome afuera. Fuimos hasta una playa cercana, que supuestamente estaba buena, haciendo autostop (pensábamos dormir ahí en la carpa) y nos quedamos hablando de la vida. Fue la primera vez que charlamos de nosotros y nos conocimos un poco más. Íbamos a viajar varios meses juntos, no podía ser todo pavadas y cosas superficiales. Y encontramos que teníamos muchas cosas en común, pero también muchas diferencias en otros temas.
Como la playa no era tan buena al final (aunque en la foto parezca que sí), decidimos volver antes de que se hiciera de noche. Era un camino donde no pasaban muchos autos, pero por suerte, después de caminar un poco, nos levantó una familia que pasó los 2 nenes a la falda de la mamá adelante. Volvimos al pueblo de Selcuk. Éfeso queda en el medio de la nada, no hay una urbanización en el lugar, pero Selcuk es el poblado más cercano.
Nos dejaron ahí y fuimos a comer algo re picante, probé el famoso Ayran (una especie de yogurt aguado), y después comimos una pizzas turcas. Más tarde nos cruzamos con unos locos del clásico Galatasaray y Besiktas, dos de los equipos de fútbol más grandes del país.
Terminamos acampando en un parque, abajo de un árbol, al lado de la central de policía. Más que un parque, era una de las plazas principales del pueblo. Por suerte no tuvimos problemas.
A la mañana siguiente íbamos a arrancar nuestro camino hasta Pamukkale.
Deja una respuesta