Llegamos a Toledo antes del mediodía, directo desde Cuenca. El día anterior había sido muy movido, pero se acababa la primera parte del viaje, y ya no era hora de bajar la intensidad. Fuimos hasta el hotel, dejamos las cosas (era demasiado temprano para hacer el check in), y después de preguntar por las principales atracciones de la ciudad, salimos a caminar.
Todo por la costa del río Tajo, admirando desde el otro lado del río, la espectacular vista del casco antiguo de la ciudad. Con la catedral, el monasterio y el alcázar, como las principales construcciones que se destacaban.
Cruzamos por el Puente San Martín, y entramos en el casco viejo, del lado de adentro de la muralla. Caminamos y caminamos. Desde lejos ya se notaba que era una ciudad que se mantenía en muy buen estado, o mejor dicho que había sido muy bien reconstruida y posteriormente muy bien cuidada. Una mezcla de arquitecturas, que cuentan la historia de más de 1000 años de idas y venidas de dominación sobre la ciudad. Iglesias, sinagogas, y mezquitas en un mismo lugar, la conjunción de varias religiones, según fue pasando el tiempo en Toledo.
Caminamos y caminamos, pero en Toledo ningún camino es plano. Se sube y se baja constantemente, sobre todo las callecitas angostas por las que nos íbamos metiendo. La ciudad estaba llena de gente, porque en Madrid ese lunes era el día de Nuestra Señora de Almudena, y era fin de semana largo. Todos los madrileños se habían ido a Toledo, sumado al normal tráfico de turistas internacionales.
La ciudad era un caos, pero sólo en las típicas atracciones turísticas, no en las callecitas aledañas. Y por ahí nos fuimos metiendo, con mapa en mano, porque sino era imposible ubicarse. Era lindo para perderse por las callecitas, pero no para cualquier físico porque se terminaba haciendo mucho más esfuerzo.
Vimos la Catedral por fuera, pero seguimos caminando. Teníamos mucho hambre, pero no queríamos perder tiempo, así que paramos en un Mc Donalds que nos cruzamos en la Plaza de Zocodover. Comimos rápido y seguimos. Y ahí a la vuelta, al frente del Alcázar, vimos de lejos al bus turístico de la ciudad. Mi papá, si bien ya conocía Toledo, lo quería recorrer bien en el único día que tenía allá, así que decidimos tomar el tour por 9 euros cada uno.
Más que un tour era un medio de trasporte diario, continuo, con varias paradas por la ciudad. Porque la información era muy escasa, pero igual nos sirvió. Fuimos a la terminal de trenes, toda nueva (aunque parezca antigua), cruzamos el río Tajo, y paramos un par de veces a apreciar una vista panorámica del casco histórico desde el otro lado del río. El imponente Alcázar que se destacaba entre todos los edificios y la torre de la catedral.


Dimos la vuelta completa y nos bajamos nuevamente en el Alcázar. Teníamos mucha curiosidad por saber qué había en semejante edificio y en el Museo del Ejército que estaba al lado. Le dimos la vuelta entera porque no encontrábamos la entrada al Alcázar, así que decidimos entrar al Museo. Después nos enteramos que era todo lo mismo. Y para colmo nos llevábamos la sorpresa de que ese día la entrada era gratis.
Mapa en mano, empezamos a recorrer el lugar. Ruinas del antiguo alcázar (dentro del moderno museo) y varias armas y artículos en exposición de diferentes épocas de la historia de Toledo. En 30 minutos habíamos recorrido todo, incluido un video que vimos de cómo fue mutando la arquitectura del Alcázar a lo largo de los siglos.
Nos parecía raro, el edificio era enorme y no habíamos recorrido casi nada. Por un momento pensé que el resto estaba inhabilitado. Hasta que encontramos que, a través de un gift shop, se accedía al edificio del Alcázar. Hasta ese momento habíamos estado recorriendo el edificio del Museo.
En orden cronológico, fuimos aprendiendo toda la historia de España, con lujo de detalles, y pudiendo ver incontables artículos históricos significativos. Pasillos y pasillos, salas y salas, pisos y pisos de historia.
Después de varias horas, y por más que nos encanta aprender de la historia de los diferentes lugares, no dábamos más. El Alcázar era enorme, así que apuramos un poco la marcha y terminamos de recorrerlo todo. Vale la pena totalmente, pero me pasó lo mismo que me pasó en el Museo del Prado de Madrid. Al final no quería saber más nada.
Volvimos a la Plaza de Zocodovar a tomar algo, y después nos subimos al bus turístico, porque una de las paradas era nuestro hotel del otro lado del río (terminó siendo un taxi puerta a puerta).

Nos bañamos, cogimos el auto (ya hablo español), y fuimos a comer al Centro Comercial Luz del Tajo, como para variar un poco. Estaba todo cerrado, pero por suerte el patio de comidas estaba abierto, así que elegimos comida árabe como despedida de mi papá de España.
A la mañana siguiente, él me dejó en el centro histórico, cerca del hostel que había reservado para esa noche, y se fue en el auto a Madrid.
Quedé solo. Empezaba la aventura, menos planificada y más mochilera en serio. Chau hoteles, hola hostels. El viaje se volvía más social.
Como todavía era temprano para hacer el check in, dejé las mochilas y salí a caminar.
Caminé hasta el Monasterio y volví porque tenía que hacer una cosa en la computadora a las 13, pero a las 14:15, después de aprovechar para hacer el check in, y de comprar mis dólares mensuales por home banking, ya estaba de nuevo en la calle.
Caminé, caminé, caminé. Por todos lados, literal. Rodeando el casco antiguo, por fuera, por cada plaza (hay muchísimas), por casi todas las callecitas, etc. Era increíble ver cómo fueron mutando los estilos arquitectónicos, sobre todo en los puentes y en las puertas para cruzar la muralla y entrar en el caso histórico.
Cuatro horas, hasta las 18 aproximadamente, caminando sin parar. Realmente es una ciudad espectacular para perderse caminando por sus callecitas, ese día también había demasiada gente, pero yo siempre trataba de escapar de las multitudes.

Comparándola con Cuenca, nuestro anterior destino, me dio la sensación de que estaba demasiado reconstruida, pero es muy atractiva igual.
Volví al hostel, ya de noche. Conocí a Naga, un indio con pasaporte australiano que vivía en Inglaterra, que iba hacia el aeropuerto de Madrid al día siguiente como yo, así que nos hicimos amigos y planeamos ir juntos bien temprano.
También me hice amigo de la chica que estaba trabajando en la recepción esa noche, Karla, que me recomendó un muy buen lugar (y barato) para comer. Quedaba cerca, así que en menos de 5 minutos estaba ahí. Me sorprendió a la velocidad que manejaba la gente de Toledo por las angostas callecitas cuando ya era de noche. Como no quedaba nadie en la calle, manejaban con toda. Si no me hubiera corrido, creo que me hubieran pisado.
Dato que aprendí en España: casi nunca se deja propina.
A la vuelta, me quedé charlando un rato con Karla, y después me fui a dormir.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano con Naga, y salimos hacia la estación de trenes. Se nos fue el tren por unos minutos, así que tuvimos que esperar como una hora para el siguiente. Aprovechamos y desayunamos en el bar de la estación y finalmente nos subimos al tren. Naga, ingeniero con un master ya, estaba haciendo una working holiday en Inglaterra, como australiano. Había renunciado a un trabajo muy bien pago en Australia, para tener la oportunidad de vivir en un país que tuviera buen fútbol. Y había ido a España a ver 3 partidos, 2 del Real Madrid; un loco!
En 30 minutos llegamos a Atocha, la estación central de Madrid. Ahí compramos otro pasaje de tren, hicimos una combinación más, y llegamos a Barajas. Pero a otra terminal, así que nos tomamos un shuttle bus y finalmente llegamos a la terminal barata, desde donde sale Ryanair (mi nueva aerolínea preferida). Ahí nos separamos y cada uno fue a su puerta. Él volvía a Inglaterra y yo me iba a Cracovia! Empezaba mi aventura por Europa del Este.
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