Cruzar la frontera entre Azerbaiyán e Irán había sido toda una aventura. Después de esperar casi una hora del lado de Azerbaiyán (habiendo rechazado decenas de ofertas para contrabandear productos) y de esperar que los oficiales iraníes nos sellaran el pasaporte, finalmente estábamos en ese enigmático país que tanta curiosidad me despertaba.
La aventura de cruzar la frontera de Azerbaiyán a Irán
Irán no era un país más en mi viaje. No tenía planeado visitarlo, pero cuando me lo nombraron no dudé ni un segundo en ir a explorarlo un poco. Había escuchado atrocidades (como todos) en los medios, pero había escuchado maravillas del país y su gente de parte de viajeros muy experimentados. Claramente le creía más a los viajeros.
De todas maneras lo quería comprobar con mi propia experiencia.
Y así fue.
Nuestro primer contacto con el país fue en el pueblito de Astara. La gente nos miraba con mucha curiosidad. Dos chicos caminando con mochilas al hombro y uno (Agus) rubio y blanquito. Algunos nos saludaban tímidamente y nosotros les respondíamos con una sonrisa.
Llegamos al final del pueblo para seguir haciendo autostop y enfocarnos en llegar a nuestro destino final del día: la ciudad de Qazvin.
Primero pararon un montón de taxis que no entendían que no les queríamos pagar.
Finalmente nos subimos a un auto que no entendía que no teníamos dinero. Quería llevarnos hasta un taxi y no había forma de que entendiera que no queríamos un taxi. Por suerte después de muchas vueltas, nos acercó hasta el pueblo de Lavandvil.
Caminamos un poco y después de varios taxis que rechazamos, paró un empleado del ministerio de agricultura que sabía algo de inglés. Fuimos hablando bastante. Muchas preguntas (de ambos lados). Nos subimos al auto mojados en transpiración y el señor tenía el aire acondicionado a full (como en 14°). Mi garganta lo sufrió todo el camino.
Él no respetaba Ramadán así que paró a comprar agua fría. Afuera el calor era insoportable. Por suerte cuando volvió al auto subió la temperatura del aire a 20°. Fuimos con él hasta Hashtpar.
A los 5 minutos nos levantó un señor en su auto que sabía algo de inglés porque su hermano vivía en Alemania. Nos llevó hasta Kalif Abad. El problema fue que nos sacó de la autopista. Tuvimos que caminar bastante al rayo de sol que parecía quemarnos literalmente. A todo esto, siempre con pantalones largos porque en Irán usar shorts es ilegal. Sí, como leyeron: usar shorts en Irán es ilegal.
Ambos empezamos a hacer autostop porque no había manera de caminar todo el trayecto para volver a la autopista. Ambos paramos un auto cada uno, al mismo tiempo, y ambos nos estábamos por subir. Pero como Agustín estaba más adelante y no había forma de comunicarnos porque lo podía ver pero estaba lejos para escucharme si le gritaba, fui corriendo hasta el auto que había parado él.
Resultó ser un señor que era un loco al volante que nos llevó unos minutos hasta la salida a la autopista.
En 2 minutos paró un señor en su auto y nos llevó hasta Prehsar. A los 5 minutos nos estaba invitando a dormir a su casa. Me pareció increíble, pero lo rechazamos porque teníamos que seguir viaje.
Nos bajamos y a los 2 minutos paró un chico en un Peugeot 206. En Irán parecía que paraban los mejores autos y que casi todos los más sencillos eran taxis (al menos eso era lo que creíamos en ese momento, después nos dimos cuenta que no eran taxis oficiales sino que eran particulares en sus autos que pretendían cobrarnos por llevarnos). Apenas me subí al auto del chico me quedé dormido y me desperté en Rasht.
Después de rechazar varios «taxis», paró un ginecólogo y obstetra (como mi papá) iraní que había estudiado en Ucrania y que ahora tenía un hijo estudiando para ser cardiólogo en el mismo país. El señor hablaba muy bien inglés y pudimos conversar de todo un poco, muy interesante la charla.
Él estaba yendo hasta Teherán, pero nuestro objetivo era Qazvin (que por suerte quedaba en el camino). Así que hicimos cerca de 170 kms con él y nos dejó en la circunvalación de la ciudad en la que íbamos a terminar durmiendo.
Hasta ese momento veníamos haciendo muy pocos kilómetros en cada vehículo y el hecho de subirse a un auto, entablar una conversación sin lenguaje en común, bajarse, volver a la ruta al rayo del sol y volver a subirse a otro auto y así, nos estaba matando.
Con el ginecólogo pudimos descansar un poco de todo eso. La conversación pudo ser un poco más natural y profunda y nos llevó casi que hasta el destino final.
Nos faltaba sólo 1 km para llegar al centro de la ciudad. En menos de 1 minuto paró un taxi y logramos que nos lleve gratis gracias a la palabra clave: salavati.
A pesar de eso, nos quiso cobrar todo el camino. Insistimos e insistimos y al final no nos cobró nada.
Caminamos por la ciudad un poco hasta que un chico nos llevó a un lugar barato de kebabs y nos comimos todo. Estábamos muertos de hambre. De ahí caminamos hasta una gran plaza donde estaba lleno de gente haciendo deporte o simplemente de picnic. Eran cerca de las 11 de la noche y ya sin la restricción del Ramadán, todos habían salido a disfrutar y compartir en familia.
Nosotros estábamos agotados. Armamos la carpa en plena plaza y nos fuimos a dormir.
En Irán es muy común que la gente acampe en las plazas. Pero no porque no tengan dónde dormir o porque estén viajando. Sino que van en familia a disfrutar del aire libre y montan la carpa. Y se quedan hasta tarde, sobre todo durante el mes de Ramadán. La nuestra era una carpa más de las tantas que había. Aunque todos los iraníes utilizan el mismo modelo de carpa y la nuestra era distinta.
De todas maneras no parecía raro o inusual acampar en medio de la plaza en medio de la ciudad. Más bien todo lo contrario. Era lo normal.
Al día siguiente nos íbamos a encontrar con Ana, una española amiga de Agustín que voló hasta Teherán y que acordó encontrarse con nosotros en Qazvin. Desde ahí íbamos a seguir viaje los 3 juntos haciendo autostop por Irán.
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