Llegué a Puerto Iguazú cerca del mediodía desde San Ignacio, también en Misiones. Desde la terminal fui caminando hasta el hostel que estaba a sólo un par de cuadras, pero como la ciudad está llena de diagonales, me perdí un poco. Hasta que finalmente encontré la calle y llegué al portón pintado con la camiseta de Messi.
El chico que manejaba el hostel era un personaje, y en menos de 15 minutos ya me había llenado de información, y me había ayudado a armar toda mi estadía en la ciudad. Después de que me acomodara en la habitación, nos quedamos charlando un rato y también se sumó una «polaca». Yo le empecé a hablar de mi última visita a Polonia, y casi le digo las pocas palabras que conozco en polaco, pero veía que ella no me estaba prestando mucha atención. A los 5 minutos, Manuel (el chico del hostel), me aclaró que ella era de la zona. Que en Misiones le dicen polacos a todos los rubios de ojos claros, que es un modismo que quedó porque la provincia está llena de inmigrantes de esa zona. Yo casi me muero de la vergüenza, menos mal que no le tiré las palabras en polaco.
Me invitaron a tomar una sopa, y en la cocina me crucé con un chico de Buenos Aires muy piola con el que me quedé charlando un rato. Después de terminar de comer, finalmente salí a dar una vuelta.
Mi intención era ir caminando directo hasta la famosa triple frontera entre Argentina, Brasil, y Paraguay. Pero en el camino me volví a perder. Soy el peor viajero, mi capacidad de ubicación es nula. Dependo mucho de los mapas y del celular, y no tenía ninguno de los dos.
Si bien la sopa me había ayudado, no me iba a alcanzar hasta la cena, así que entré a un lugar de comidas y comí un lomito como para tirar hasta la noche.
Llegué al monumento del lado argentino y la vista era muy curiosa. Sin dudas la triple frontera más conocida del mundo, y no precisamente por la buena imagen que tiene afuera. Aunque el atractivo de Las Cataratas es indiscutible.
Después de estar un rato por ahí, fui a caminar por la costanera. Siempre del lado argentino, pero viendo el lado brasilero cruzando el río. Caminé bastante hasta que me cansé y volví al monumento. Volví a sentarme un rato en unos bancos y a apreciar el juego de las aguas danzantes con la triple frontera de fondo.
Me encantó que, a menos que uno esté en las calles principales, la mayoría de la gente saluda al otro al cruzarse por la calle. Una costumbre que se sigue conservando en los pueblos, pero que ha desaparecido por la despersonalización de las ciudades y de los sitios muy turísticos. Yo saludaba a todos. A algunos les habré parecido un loco, aunque la mayoría respondía amablemente y con una sonrisa.
Qué pensará la gente de Iguazú de Las Cataratas? Lo habrá naturalizado o seguirá impresionado de tener una de las maravillas naturales del mundo en el patio de su casa?
La vista desde la costanera era espectacular. Selva pura, partida por los ríos. La verdad es lógico que los ríos sean la frontera, al menos en esa parte. Cada país con su obelisco pintado con los colores de su bandera.
No esperaba el frío que hizo ese día. El hostel tenía pileta, y me dijeron que la habían usado la semana pasada, que la usaban todo el año. Pero ese día, cuando salí a caminar, me tuve que poner buzo, campera, y cuellito polar.
Estuve casi una hora tranquilo, sentado, esperando el atardecer en la Triple Frontera. Y cuando el sol comenzó a bajar, se escondió atrás de unas nubes enormes en la selva paraguaya. El sol me había defraudado, pero las nubes entre Paraguay y Brasil eran geniales. A las 18 inició un espectáculo con música y aguas danzantes atrás mío. Mirando fijo, tuve la sensación que las nubes bailaban. Les debo las fotos (el celular había muerto, la tablet se quedó sin batería y no tenía cámara).
Al otro día, con Guido, el chico de Buenos Aires que se hospedaba en el hostel, nos levantamos temprano, y fuimos a Cataratas del lado argentino. Fuimos caminando hasta la terminal y tomamos el bus directo al parque nacional.
Sin mucho plan, empezamos a caminar. En un momento terminamos perdidos en un hotel que está adentro del parque. Pedimos indicaciones a la gente que estaba cortando el pasto, y volvimos a los caminos establecidos.
Primero hicimos el circuito inferior. Había unos saltos muy buenos, pero lo que más me sorprendió fue la cantidad de mariposas que había. De todos los colores, y muy amistosas. En un momento se me asentó una en la mochila, y aunque me moviera, ella se quedaba tranquila para que la admiráramos.
Después pasamos por una zona donde estaba lleno de coatíes, lleno. Lo más extraño es que andaban lo más bien entre la gente, no tenían nada de miedo, más bien marcaban su territorio.
En un momento llegamos a un salto enorme, muy bueno para las fotos.
Había grupos de estadounidenses, brasileros, alemanes, españoles, gente de todo el mundo.
Por un instante me quedé viendo el salto, con la mirada fija en los millones de litros que caían, y me pareció ver que eran como flechas que se incrustaban en las piedras y en el agua. Flechas, flechas, flechas que caían de manera constante. Un delirio mío.
Durante todo el recorrido no paré de repetir las mismas palabras: increíble, zarpado, sacado, abuso, impresionante.
En un momento nos descuidamos, dejamos las mochilas en un asiento y nos paramos a ver de cerca como caía el agua, y un coatí casi se lleva las mochilas. Nos asustamos, nos íbamos a quedar sin nada si se llevaba las mochilas. Por suerte nos dimos cuenta a tiempo.
Mi amigo era fanático de Independiente (un club de fútbol de Argentina), tenía puesta la camiseta y una gorra. Y fue muy interesante como nos cruzamos con varios hinchas en el recorrido. Es más uno también tenía camiseta y pantalones cortos del club de sus amores. Varios de los fanáticos le sacaban charla a Guido sobre el partido del fin de semana anterior, y sobre las expectativas para adelante. Yo no entendía nada, de fútbol sé muy poco (no me interesa la verdad), pero me parecía curiosa la situación.
Después seguimos por el circuito superior. Casi todos los mismos saltos, pero vistos desde arriba. Me gustó más verlos desde abajo porque se aprecia mejor todo el movimiento del agua, pero desde arriba se puede entender mejor la altura de los saltos.
Y finalmente, tomamos el trencito hasta el circuito que termina en la Garganta del Diablo, el salto más grande de Las Cataratas del Iguazú.
Increíble, zarpado, sacado, abuso, impresionante.
Era difícil apreciar la altura porque el caudal del agua era increíble, zarpado, sacado, abuso, impresionante. Parecía polvo, una locura!
En el camino tuvimos charlas muy interesantes de política, de economía, de psicología, etc. Visiones no muy cercanas, pero con la tolerancia como para debatir en paz. Muy bueno.
Volvimos a tomar el bus para regresar a Iguazú. Comimos en un buffet por kilo y fuimos de nuevo al hostel.
Me conecté con mi amigo y compañero de facultad que es de Puerto Iguazú y acordamos un plan. Me pasó a buscar por el hostel con la novia, fuimos a buscar Gino (el amigo de mi hermano que iba a seguir viaje conmigo) y fuimos a comer algo. Nos pusimos al día.
Habían pasado algunos años desde al última vez que nos habíamos cruzado en Córdoba, y de vez en cuando nos actualizábamos por redes sociales. Pero en esa cena charlamos de todo, aunque el tema principal fueron los viajes, como siempre. Nunca me canso de hablar con gente apasionada por viajar y explorar nuevas culturas. Terminamos de comer y nos llevaron al hostel en Foz do Iguaçu, Brasil.
Me sorprendió la falta de control en el cruce de frontera. Gino y yo fuimos a hacer el trámite de migraciones (1 minuto), pero los chicos que volvían a su casa en Puerto Iguazú no hicieron nada. Cruzaron de país sin hacer nada y volvieron a entrar a Argentina sin mostrar nada, no entiendo como puede ser así. Y demás está decir que no revisaron nada, podríamos haber cruzado cualquier cosa. Cualquier cosa. Y no pasaba nada. Un descontrol.
Llegamos al hostel y nos querían hacer dormir en una carpa por un problema en la reserva. Al final nos dieron una habitación muy linda. Al día siguiente íbamos a ir a Ciudad del Este, Paraguay. Las ventajas de una Triple Frontera. Uno cruza de país en país como si nada.
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