Llegué a la terminal de trenes de Viena cerca del mediodía. Estaba agotado de tanta exploración rápida en las ciudades anteriores, así que después de hacer una ronda de reconocimiento del lugar, decidí quedarme a comer en la terminal, tranquilo, viendo a la gente moverse, mientras escribía un poco.
Una de las cosas que me llamó la atención fue que buscando señales de wifi gratis, encontré dos redes específicamente para refugiados. Y caminando un poco, vi un grupo de gente que estaba distribuyendo comida a los que llegaban. Fue mi primer contacto directo con la pobre gente que viene escapando de Siria, a pie la mayoría de las veces. No voy a ahondar en el tema porque creo que amerita todo un artículo y hoy en día no tengo la información que me gustaría para poder escribirlo, pero es preocupante.
Me quedé comiendo en la terminal, escribí hasta la hora en que podía ir a hacer el check in al hostel, y me fui caminando a dejar las cosas. En la habitación había un chico de Korea, Ponhoug Koo, con el que me quedé hablando como 2 horas. Estudiaba negocios pero no le gustaba para nada (imposición familiar?), él quería ser modelo. Y lo había intentado, pero me contaba que no era lo suficientemente alto para poder vivir como modelo. Y yo hubiera dicho que para ser asiático era muy alto, debe haber medido 1,85 mts.
Charlamos de todo un poco, del viaje de cada uno, de la historia de cada uno, y aprendimos mucho de la cultura de cada uno. Ponhoug no hablaba bien inglés, y todo el tiempo me agradecía por hacer el esfuerzo y hablar con él. Me contaba que casi siempre la mayoría de la gente le pregunta de dónde es porque tiene rasgos asiáticos, y al minuto, cuando se dan cuenta que no habla bien inglés, no le dan más bolilla.
Me pareció extraño, porque yo estoy mucho más abierto a conocer y a hablar con gente de culturas de las que no se nada, antes que con alguien de mi propio país o región. Y todos los que no tenemos el inglés como lengua nativa tuvimos que aprender en algún momento, nos guste o no es el idioma más expandido como segunda lengua. Entonces por qué no le tendría paciencia mientras él habla, porque no lo ayudaría? Yo tuve que aprender inglés en algún momento. Hace mucho tiempo, pero no importa. Si nadie le da la oportunidad de practicar, nunca va a poder mejorar. Me agradeció tantas veces que me parecía raro ya.
Ponhoug se fue a dar una vuelta y yo me quedé en la habitación porque, no me acuerdo muy bien cómo, empecé a encontrar una serie de vuelos baratos, que iban a terminar cambiando todo mi itinerario.
Solo en la habitación, y absolutamente enfocado, comencé a planear mi nueva ruta. Sabía que mi último destino seguro era Budapest en menos de una semana. El primer vuelo que busqué fue de Budapest a cualquier lado por menos de 10 euros. Encontré uno por 9 a Copenhagen, la capital de Dinamarca. Dejé la pestaña del navegador abierta, pero no lo compré hasta no cerrar mi ruta. Tenía que volver a Italia de alguna manera porque ya había comprado un pasaje Milán-Barcelona (también por menos de 10 euros) en unos 15 días.
En otra pestaña busqué Copenhagen a cualquier lado, y me salió Estocolmo por 5 euros (sí, no me equivoqué 5 euros!). Dejé la pestaña abierta, y en otra busqué Estocolmo a Italia y me salió Milán por 9 euros! Listo, compré los 3 vuelos por 23 euros y terminé desviando mi ruta hacia los países escandinavos.
No era la mejor planificación porque terminaron quedando 7 días en Dinamarca, 1 en Suecia y 4 en Milán. Pero por esos precios locos, vale la pena, Después iba a ver cómo me las arreglaba para recorrer lugares interesantes. Si uno busca, siempre hay cosas para hacer.
Justo cuando terminé de comprar mi nueva ruta, volvió mi amigo coreano, que no podía creer el precio de los vuelo que acaba de comprar. Me ofreció una papita frita de su paquete, y a pesar de que me advirtió de que eran un poco picantes, acepté. Como le dije que me gustaron, compartió al estilo coreano.
Mientras yo seguía emocionado con la computadora en el mini escritorio de la habitación, Ponhoug buscó un mapa, lo desplegó, lo puso al lado mío, vació la mitad del paquete, y me dijo que esa era mi porción. Ya había tenido una experiencia similar en Cracovia con otro viajero coreano, pero igual me sorprendió. Existe mucha discriminación con los asiáticos (se los confunde a todos con «chinos») en el mundo occidental, y hasta el momento pocas veces he visto gente viajera tan generosa como los coreanos. Yo estaba muerto de hambre así que me comí todo.
Como tenía toda la ropa sucia bajé a lavarla, y en el camino, cuando pasé por la cocina divisé a un argentino. Es muy fácil reconocer a los argentinos en el exterior. El que no tiene una camiseta de fútbol, tiene un mate en la mano, o un termo, o un fernet, o un dulce de leche. Es un estereotipo, pero en mi experiencia la mayoría lo cumple, de algún lugar sale el estereotipo. Mi caso particular es muy distinto, pero ya lo voy a contar más adelante en otro artículo.
Mientras se lavaba la ropa, nos pusimos a charlar del viaje de cada uno, de la historia de cada uno, y de cosas de Argentina. Santiago estaba cocinando mientras charlábamos y yo estaba esperado que terminara el lavado y secado para ir a comprar algo afuera. Desde que había llegado al hostel no había salido. Santiago me ofreció comer con él de su comida, al principio no quise aceptar, pero él me insistió con tan buena onda, que terminé accediendo. Al final no salí hasta el día siguiente.
Mientras estábamos comiendo, escucho mi nombre en voz baja y con acento norteamericano. Cuando me doy vuelta, eran Shearley y Alexa, dos chicas de Estados Unidos que había conocido en Munich. No podíamos creer la casualidad de volvernos a encontrar.
Cuando terminamos de comer y volvimos a la cocina a lavar las cosas, nos encontramos con Raymundo, un chileno que estaba haciendo un viaje de varios meses por Europa de Este, el norte de África y el Sudeste Asiático. Nos quedamos charlando bastante tiempo y después cada uno se fue a dormir a su habitación.
Al día siguiente me levanté temprano y salí a recorrer la ciudad con mapa en mano y el google maps cargado en el celular. Lo primero que hice fui ir a ver una iglesia que estaba muy cerca del hostel y después fui caminando hasta el Naschmarkt, el mercado más conocido de la ciudad.
El mercado era muy colorido y los vendedores hablaban unas pocas palabras en todos los idiomas para vender sus mercaderías. Por momentos era un poco cansador, aunque a veces divertido. Sobre todo cuando intentaban hablarles a los asiáticos. Empezaban por el japonés, y después seguían con chino y coreano.
La mejor forma de sacarlos de su rutina de vendedor/perseguidor era hablarles y hacerles preguntas personales. Al principio me miraban medio raro, pero después se iniciaba una conversación interesante. Casi todos eran de Egipto, así que yo les sacaba más charla todavía. Ellos, en el medio, siempre me querían vender algo. Varios me ofrecían probar lo que vendían, y al principio yo les rechazaba amablemente, pero después de unas cuadras de caminata empecé a aceptar y ahí está el «truco».
No paraban de darme mercadería gratis. Al primero le acepté 2 o 3 chocolates. Pero el segundo, entre los chocolates y las frutas secas, creo que me debe haber dado para probar como 15. Desayuné gratis, sí, pero ellos juegan con la psicología y al recibir tanto uno se siente en la «obligación» de comprar algo. Terminé comprando 3 euros de chocolates con coco y 8 euros de un mix de frutas secas (cuando vaya a Egipto me voy a fundir). Igualmente la compra fue genial porque fue mi desayuno de los siguientes 4 días: frutas secas variadas, coco y agua, muy sano.
Y seguí caminando. A cada paso, me iba deslumbrando la arquitectura y los detalles de las construcciones. Todos los edificios parecían palacios o embajadas o casas de familias muy adineradas. Me hacía acordar, salvando las distancias, a la calle Alvéar en Buenos Aires.
Las manos se me congelaban cada vez que me sacaba los guantes para sacar fotos. Primero fui al Palacio Belvedere y sus jardines. Había un mercadito de navidad en el frente del palacio, aunque lo que más me atraía era la majestuosidad del palacio y sus jardines.
De ahí me fui caminando a la zona un poca más céntrica, primero al Museums Quartier. En el camino me crucé con un grupo de chicas de un concurso mundial de belleza, y también en el camino paré en un baño público para ir al baño. No me gustó nada pagar 0,50 euros para ir al baño, pero no quedaba otra, tenía que cuidar mi riñón.
Había varios museos, pero decidí seguir explorando la ciudad y no entré a ninguno. Crucé la calle y en el camino al Palacio de Hofburg, en un sendero en el medio entre los imponentes y parecidos edificios del Museo Naturhistorisches (de historia natural) y del Museo Kunsthistorisches (de bellas artes), había otro mercado navideño.
Crucé de punta a punta, crucé la avenida, y entré en los jardines del Palacio de Hofburg. Si bien es el palacio más grande de Viena, creo que fue el que menos me gustó de los 3 más grandes que visité. No había tanto verde, era más que nada caminos de cemento y había mucha gente. Era un palacio más «céntrico».
Los palacios son increíbles, no entré a los museos por tiempo, por dinero, y por ganas, pero la arquitectura realmente es espectacular y los jardines también.
Y desde ahí me fui caminando hasta la zona más céntrica de Viena, principalmene para visitar su mayor atracción, la Catedral de San Esteban (Stephansdom). Había varias calles peatonales, todavía era de día y había bastante luz, pero gran parte de la decoración navideña ya estaba prendida.
Pasé por la Ópera de Viena, a la que me quede con unas ganas bárbaras de ir; y de ahí, llegué a la zona del Ayuntamiento. Antes pasé por los edificios de atrás del Palacio de Hofburg y por el imponente edificio del Parlamento.
El ayuntamiento tiene un parque adelante que estaba todo decorado con motivos navideños, y ahí mismo estaba emplazado el mercado de navidad principal de la ciudad. Había luces por todos lados. Casi todos los árboles con luces diferentes, por momentos ya parecía demasiado. Viena me pareció una de las ciudades más clásicas, pero el mercado de navidad era demasiado colorido para mi gusto.
Todavía no era de noche, y si bien las luces ya estaban todas prendidas, después de dar una vuelta rápida por el mercado, seguí caminando. Fui hasta una iglesia gótica imponente que estaba en remodelación. Lamentablemente le habían puesto un enorme cartel publicitario al frente que arruinaba totalmente la vista. Desde ahí caminé hasta el río.
Ya había oscurecido y esperaba encontrar algo más interesante que lo que vi. No había nada extraordinario. La ciudad me venía deslumbrando y el río no me dio nada. Pero caminando por la calle paralela al río, me encontré con la decoración navideña que más me gustó de todo mi viaje por Europa.
En el camino de vuelta al mercado de navidad, pasé por un Mc Donald’s para ir al baño. Pasé derecho al baño sin comprar nada, y resultó que tenía clave para entrar. Cuando ya estaba por salir de local frustrado, salió un asiático y casi alcanzo a agarrar la puerta, pero no llegué y la puerta se cerró. De nueva había una clave entre el baño y yo.
Al lado mío veo que uno chicos austríacos se dan cuenta de la situación y me hablan. Yo, claramente no entiendo nada, pero intuyo que me quieren ayudar. Les digo en inglés que no hablo alemán, y me dicen los números en un inglés medio cruzado que yo no entiendo. Uno de los chicos cortó la conversación, se levantó y me abrió la puerta con la clave. Mi riñón se lo agradeció!
Después de eso, di unas vueltas por el mercado de navidad, ya con las luces brillando en la oscuridad, pero lleno de gente. Demasiada gente. En algunos lugares casi que no se podía caminar. En algunos puestos de comida había colas de 20 personas.
Yo venía de Salzburgo que había sido todo tranquilo y en paz, y ahí no se podía caminar. Estuve un rato y volví a la peatonal Kärntner Straße, que es la calle principal del centro de Viena.
Lleno de negocios de primeras marcas, lleno de luces navideñas, pero lleno de gente también. Comí algo por ahí y volví por la peatonal de negocios, muerto de cansado, caminando todo derecho las más de 20 cuadras que me separaban del hostel.
Estuve un rato charlando con mi amigo coreano y más tarde bajé al área común del hostel. Mi amigo argentino ya no estaba, pero me quedé charlando horas con Raymundo de Chile. De casualidad hablando con él, me dijo que me faltaba visitar el palacio más importante, la razón por la que él había ido a Viena. Yo creía haber visitado casi todo, tenía mi mapa con todos los lugares de interés marcados ya, pero se ve que se me había pasado uno importante. Lo busqué y Raymundo tenía razón. Así que coordinamos para ir juntos al día siguiente, temprano en la mañana.
El Palacio de Schönbrunn es una de las atracciones principales de Austria y es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1996 para que tengan una idea. Salimos temprano, después de que yo hiciera el check out del hostel y dejara las valijas en un locker.
En el camino fuimos charlando sin parar y resultó que ambos teníamos historias similares. Ambos jóvenes profesionales, con un par de años de trabajo profesional que nos quemaron, ambos habíamos tenido relaciones de pareja de varios años que se habían acabado en bueno términos, ambos estábamos viajando por un tiempo largo, y los dos eramos apasionados de los viajes y de explorar nuevos lugares y culturas.
Charlábamos, mientras recorríamos los imponentes jardines, algunas estatuas un poco extrañas, otro pequeño mercado navideño, y mientras admirábamos el enorme edifico del Palacio.
En un momento, nos metimos por los bosques del Palacio (un poco para escapar de tanta gente) y aparecimos en otra parte con más estatuas extrañas, algunas fuentes, y más senderos con hojas secas, color otoño.
Después de recorrer el Palacio Schönbrunn y sus jardines, fuimos hasta la peatonal principal a comer algo, y de ahí al hostel. Busqué las cosas, y me fui a tomar 2 metros para llegar a la terminal de buses. Pagué el pasaje en la máquina, y al igual que en Praga o Salzburgo funcionaba con validación. Es decir que se podría no pagar, pero no es lo que se debe (además de que controlan cada tanto).
Me salió casi lo mismo el metro que el pasaje a Bratislava. El servicio de transporte público de Viena es excelente, pero es muy caro. En cambio el bus de 1 hora hasta Bratislava es extremadamente barato, el más barato que vi en todo mi viaje por Europa. No entiendo cómo pueden dar un servicio con asientos con pantalla y auriculares, diario y café por 1€ (4€ a la noche). Viajar en Europa, si uno es flexible y busca distintos recursos, es muy barato. Diría que mucho más barato que en Sudamérica.
Me quedé con muchas ganas de ir a la ópera, otro vez será. Las chicas estadounidenses fueron al día siguiente que las vi, mi última noche en Viena, pero al final no coordinamos bien para ir juntos. Después me dijeron que había estado genial como experiencia. Seguramente voy a visitar Viena nuevamente. Fue una ciudad que me encantó, que me deslumbró. Estuve sólo 2 días en Viena, pero me animo a decir que fue la ciudad grande o capital que más me gustó de todas las que visité en este primer viaje por Europa.
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