Llegué a Breslavia (Wroclaw en polaco) y fui directo hasta el hostel. Eran unas 15 cuadras más o menos, y fui caminando con la mochila. Cuando llegué me recibió Katarzyna, una polaca muy simpática que me mostró todo el hostel y me dio la llave de la habitación.
Después de hacer unas cosas, salí a buscar un lugar para comer algo, y por suerte encontré uno a una cuadra. Volví y en la misma habitación, en la cama del frente, estaba el indio que había compartido habitación conmigo en Poznan. Muy gracioso porque el día anterior ninguno de los 2 tenía ni el pasaje, ni el hostel, ni el destino seguro; y ambos terminamos en el mismo lugar.
Los colores de Poznan y su gente en un día gris
Me fui a dormir, y al día siguiente no me levanté tan temprano, porque el indio me había dicho que no había mucho para hacer en Breslavia. Fui a desayunar (que bueno los hostels que tienen desayuno incluido!) y después de pedir indicaciones y marcarlas en un mapa, salí a caminar.
Primero hacia el sur, a ver el Parque Kopernica, el teatro y el edificio de la Opera.
Y de ahí directo a la Plaza Central, a sólo unas cuadras. Cuando empecé a caminar, me di cuenta que todo estaba cerca en Breslavia, y que haber reservado dos noches en el hostel era una exageración. Con un día es posible recorrer toda la ciudad. Igual a mí me vino bien, para descansar un poco las piernas, después de venir promediando unos 20 kms por día.
En la Plaza Central, admiré las casas de colores con estilo polaco y seguí rumbo a la iglesia de Santa Elizabeth y María Magdalena.
De ahí a la Universidad de Wroclaw, y al complejo de iglesias (una al lado de la otra, cada una con su estilo arquitectónico definido). Crucé a una de las islas sobre el río Odra, donde está la biblioteca de la universidad y un par de iglesias más. Había iglesias por todos lados.
Y después crucé otro puente para llegar al otro lado del Odra, para llegar a la zona donde estaba la catedral. Pero este puente (el Tumsky) me sorprendió. Era un puente de hierro absolutamente lleno de candados en sus costados. Se ve que hay mucho amor sellado en Wroclaw.
Entré a la catedral y después me fui al jardín botánico. Caminé, caminé y caminé por las diferentes zonas de vegetación y crucé varias veces un pequeño arroyo que cortaba al jardín en dos.
Y empezaron a darme ganas de ir al baño. No había nadie a quien preguntar, y siguiendo los carteles, llegué a unos que estaban cerrados. Terminé de recorrer todo y salí caminando hacia mi siguiente destino: el Centennial Hall. Donde se suponía que había un par de cosas interesantes para ver.
Esto ya no quedaba tan cerca, y tuve que caminar unas 20 cuadras más o menos, por una zona donde no había nada de interés turístico, pero que fue cambiando hacia lo que parecía ser un área de residencias universitarias, porque estaba lleno de jóvenes. Caminé y caminé hasta que llegué.
Era una especie de estadio donde se hacían conciertos, un complejo de salas de conferencias, una gran fuente que estaba apagada, un jardín japonés que estaba cerrado, y un zoológico al que no tenía interés en visitar.
Mis ganas de ir al baño habían aumentado bastante. En el camino, pensé en parar en un Pizza Hut, para comer algo, pero fundamentalmente para ir al baño. Y al final terminé decidiendo que no, y seguí caminando.
En el estadio, seguí los carteles para el baño y nunca los pude encontrar. Para colmo, no había ni una persona dando vueltas por ahí en ese momento como para preguntarle. Ya no aguantaba más. Caminé rodeando la fuente, seguí los carteles para otro baño.
Finalmente los encontré, estaba re feliz. Cuando les doy la vuelta para entrar, veo que había 2 señores trabajando en el de hombres y que no se podía entrar. Intenté entrar en el de mujeres, y resulta que estaban en construcción, ni siquiera estaban terminados (falsa ilusión).
Llegué al Jardín Japonés (que tenía baños), pero estaba cerrado y no había nadie.
Seguí caminando y empecé a analizar la posibilidad de «hacer pis en los yuyos». Estaba caminando por una zona con grandes árboles y no había nadie. Y de repente, empezó a aparecer gente paseando al perro o trotando, me quería morir. No podía más.
No me hace bien aguantar tanto tiempo a mí, ya que unos 6 años atrás me descubrieron que tengo solo 1 riñón. Y si bien está hipertrofiado y hace el trabajo casi de 2 riñones normales, lo tengo que cuidar muy bien. No puedo aguantar tanto.
Empecé a ver con cariño a los tachos de basura que tenían una forma justa para acercarme y pasar desapercibido. Pero Polonia me había tratado muy bien, todo estaba perfectamente cuidado y ordenado. No les podía hacer eso. Seguí caminando, y debatiendo internamente, si optar por los yuyos, los tachos de basura, o esperar que milagrosamente apareciera un baño que estuviera abierto o funcionara. Decidí seguir caminando.
Finalmente, después de dar toda la vuelta a la fuente, empecé a seguir otros carteles que me llevaron hasta el complejo de salas de conferencias. Entré y sólo había un guardia. No hablaba casi inglés, pero nos entendimos perfectamente y me mandó al piso de abajo. No lo podía creer. No sólo había encontrado un baño, sino que era el monumento a los baños, era gigante!
Hice mis necesidades rápido y subí.
También estaba muerto de hambre. Había un restaurant en el complejo, pero salía carísimo, así que seguí caminando. Volví en dirección al centro y al hostel. Pasé por un parque y entré a la Galería Dominikanska (un shopping bastante completo) a buscar un lugar para comer. De ahí me fui directo al hostel.
Había llegado al punto donde no tenía más ropa limpia. El día anterior en Poznan había querido lavar y no había podido. Sí o sí tenía que lavar, ya no podía repetir más nada.
Por suerte, Katarzyna me ayudó. En el hostel había una lavadora/secadora nueva que nadie sabía usar muy bien. Pusimos un programa de 4,5 horas que lavó perfectamente, pero no terminó de secar. Después un programa de 1 hora que me dejó la ropa calentita y lista. En esas casi 6 horas, no había nadie en el hostel, así que me quedé charlando con Katarzyna en la recepción, sobre la vida en general.
También reservé mi hostel de Praga (uno en el que trabajaba la amiga de un amigo argentino), y compré el pasaje en bus a Praga para el día siguiente. También conseguí alojamiento en Salzburgo en la casa de un amigo peruano que conocí en mi primera temporada de work and travel. Trabajé bastante, pero siempre mientras charlaba con la polaca.
Ella no era de Wroclaw, y me contó las diferencias entre el pensamiento conservador de la gente de su edad de su pueblo y la gente de las ciudades. Prácticamente la misma charla que había tenido con Karolina el día anterior en Poznan. Las mujeres a los 25 estaban todas casadas con hijos, no iban a la universidad, y se la pasaban hablando todo el día de sus hijos. Mientras que en las ciudades estudiaban, trabajaban, y se casaban más cerca de los 30.
Por eso es que ella no quería saber nada con volver a su pueblo, y últimamente estaba desconectada de sus compañeras de trabajo. Porque ellas sólo le hablaban de sus hijos y su vida de ama de casa, y ella pensaba en terminar de estudiar y viajar.
Cuando terminó la ropa me fui a comer al KFC, a sólo 2 cuadras del hostel. Estaba lleno de hinchas de fútbol que venían de ver un partido de Polonia. Todos con sus camisetas y bufandas rojas y blancas. Por suerte, alcancé a llegar antes que el grupo más grande. Sino hubiera tenido que esperar como 40 minutos. El KFC estaba absolutamente desbordado.
Dos chicos se pusieron a hablar conmigo, y charlamos un rato de Polonia, Argentina y un poco del resto de Europa. Uno de ellos parecía que conocía de todo un poco, aunque me parece que chamuyaba bastante.
Chequearon todo lo que había recorrido en el día, y me dijeron que me faltaba visitar una zona donde había muchos carteles luminosos de neón. Era una zona de bares para ir a tomar algo. La verdad es que no me despertaba mucha curiosidad ver los carteles, y no me lo «vendieron» muy bien, así que decidí no ir.
Volví al hostel a dormir. Al día siguiente ya no tenía nada que recorrer en Wroclaw, así que dormí un poco más y me quedé trabajando un poco en el hostel hasta la hora de mi bus a Praga. Caminé hasta la terminal y me despedí de Polonia.
Viajé en el rojo «Poslki Bus» (colectivo polaco con wifi, pero solo en el territorio de Polonia, cuando crucé a República Checa se cortó el internet). Dormí la mitad del viaje, y después de una horas, llegué a Praga.
Apenas me bajé del colectivo en Praga, me di cuenta que República Checa no era Polonia. Atrás había quedado el orden, la prolijidad, el estricto respeto por las normas y la falta de turismo masivo. República Checa iba a ser distinto.
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