La noche anterior habíamos llegado hasta el pueblo de Astara en la frontera entre Azerbaiyán e Irán, pero el cruce estaba cerrado. Resulta que todos los días lo cerraban a las 6 de la tarde y nosotros llegamos pasadas las 9 de la noche. Por eso decidimos acampar en una plaza a unas pocas cuadras de la frontera. Comimos, interactuamos un poco con los locales y nos fuimos a dormir.
Intentamos levantarnos temprano para cruzar con los camioneros iraníes que habíamos conocido la noche anterior pero no pudimos. Nos levantamos tarde y fuimos a desayunar y a comer algunas cosas porque sabíamos que del otro lado nos esperaba Ramadán (el mes en el que los musulmanes hacen ayuno durante las horas de sol).
De Baku a la frontera con Irán haciendo autostop
La frontera era un caos. Estaba lleno de gente. Dos filas: una para mujeres y una para hombres. La de hombres era un caos mayor. Era una cola al mejor estilo banco pero al aire libre y abrían la puerta cada 1 hora para dejar pasar gente. Nosotros no entendíamos mucho qué estaba pasando pero nos metimos en la cola.
Nos querían hacer pasar mercadería. Se acercaban hombres con unos paquetes cerrados que parecían tener telas (vaya a saber qué había adentro entre las telas) y nos ofrecían dinero para cruzarlos a Irán. Yo tenía claro que no iba a contrabandear nada. Lo único que faltaba era que nos agarraran entrando a Irán con drogas o algo por el estilo. No pensaba pasar nada de un extraño al otro lado. Ya demasiado teníamos nuestras mochilas para cargar.
Pero Agus no estaba tan decidido por el no. Entonces empezó la negociación. Y la verdad que fue muy divertido. Me sumé un poco a negociar el precio de nuestro servicio de «contrabando». Y no nos podíamos poner de acuerdo, eran negociadores duros. Lo que no sabían ellos era que de nuestro lado había a un contador (Agus) y a un administrador de empresas (yo) que como viajeros eran bastante ratas y para los negocios bastante rápidos.
Nos matamos de la risa. Era curioso porque casi todos en la fila ya habían arreglado cruzar un paquete y lo tenían en la mano. A todo esto, en el medio de tanto lío, cada tanto aparecían nuevos personajes que se ponían adelante en la fila. Nosotros estábamos indignados. La situación era muy bizarra (y divertida) pero no nos gustaba nada que se nos adelantaran.
En un momento apareció un señor que hablaba algo de inglés (hasta ese momento había sido todo por el lenguaje universal de las señas y algunas pocas palabras que habíamos aprendido). No pudimos llegar a un acuerdo pero terminamos cambiando pesos argentinos con él porque coleccionaba monedas de todo el mundo. Obvio que ganamos con el cambio.
En esas circunstancias ya no había hospitalidad ni amabilidad de parte de los locales. Era todo negocios.
Cada tanto aparecía alguien del otro lado de la reja que nos separaba, se acercaba lentamente, le pasaban uno de estos paquetes misteriosos entre los pequeños cuadrados de la reja, lo agarraba y salía corriendo para el otro lado. Contrabando en su máxima expresión. Nunca sabremos qué había adentro de esos cuadrados de tela.
En un momento vino un policía y coló a un montón de personas y obligó a que otras aceptaran paquetes de extraños. No lo podíamos creer. La situación era cada vez más extraña. Nosotros no sabíamos si reír o llorar. Elegimos la primera opción.
Todas las personas que se acercaban a la fila venían a ofrecer un pago a cambio del paso de un paquete hacia el lado, hacia Irán. Todos hacían lo mismo. Esperamos muchísimo tiempo, casi 1 hora en total. Nadie se movía de la fila, sólo se agregaban colados cada tanto. Era muy graciosa la situación.
Se metían por debajo de los caños que daban forma a la cola. O los saltaban. Cualquier cosa valía para adelantarse unos cuantos lugares. Nosotros con las mochilas no teníamos mucho margen de movimiento, ni tampoco entendíamos muy bien qué estaba pasando por lo que respetamos nuestro lugar.
De repente, en un momento se abrió la reja/puerta y todos salieron corriendo para adelantarse algunos lugares. Nosotros con mochilas y todo, no nos quedamos atrás y pasamos a varios en el camino hasta la siguiente parada con los oficiales de migraciones.
Salimos de Azerbaiyán sin problemas pero nos demoraron en la entrada a Irán.
No debe haber sido muy común ver a 2 argentinos (con visas tramitadas en Georgia) cruzando la frontera por tierra para entrar a Irán por el paso de Astara. Nosotros estábamos tranquilos, sabíamos que no debería haber ningún problema, así que nos sentamos a esperar mientras «analizaban» nuestros pasaportes.
Finalmente, después de 25 minutos, nos devolvieron los pasaportes sellados y seguimos camino.
Caminamos hasta la otra punta del pequeño pueblo fronterizo de Astara (mismo nombre pero ya del lado de Irán) y empezamos a hacer autostop para llegar a nuestro objetivo del día: la ciudad de Qazvin.
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