Me desperté con la luz del día, y con el sonido de los grillos y demás animales que me recordaban que estaba en el medio de una selva tropical. Había pasado la primera noche durmiendo en casas en los árboles y todo había salido bien.
Bajé a bañarme y mi cabeza seguía repitiéndome la misma frase una y otra vez: «no puedo creer estar acá». Todo, mientras bajaba los escalones y cruzaba los puentes colgantes hasta llegar a los baños.
Después fui hasta la sala principal, y el cocinero argentino ya estaba terminando el desayuno junto a sus dos ayudantes dominicanos, nativos de la zona. Avena, café, jugos naturales, frutas, huevos revueltos, etc. Un lujo en el medio de la selva!
Terminamos de desayunar y alquilamos unas bicis para ir hasta la playa más cercana: Playa El Valle.
Como no podía ser de otra forma, llegar hasta allá fue todo una aventura. Cruzar ríos, puentes colgantes, vados, etc. Todo para llegar a una playa increíblemente tranquila y virgen. No había nadie más que 2 pescadores sentados en un barco sobre la arena, y 2 hermanas con un hijo cada una atendiendo un humilde bar de playa.
Estuvimos como una hora jugando con los dos nenes.
Teníamos todo para nosotros. Estábamos en una bahía que terminaba en unas rocas de un lado (supuestamente cruzándolas había una playa que es de Shakira, no está chequeado la verdad). Y en la otra punta de la bahía, el río se unía con el mar. Atrás nuestro, toda vegetación bien verde y exuberante, muchas palmeras y al frente arena blanca, bastantes algas, agua bien azul y muy movida (con varias olas), y el cielo celeste con alguna que otra nube para cerrar el paisaje digno de un cuadro.
Estuvimos ahí unas horas, y volvimos a la aventura en bici hasta el complejo. Pasamos por una cascada en el camino (adentro del Village), y al llegar nos encontramos con uno de lo dueños. Charlamos un rato y seguimos viaje.
Salimos en el auto rumbo a Las Terrenas (un pueblo cercano donde vivía el personaje del cocinero argentino), y después queríamos ir a Playa Rincón. Para eso, primero pasamos por la ciudad de Samaná. A la salida de una rotonda en Samaná, un señor en una moto nos hizo señas con un cartel con ballenas. Nosotros sabíamos que era temporada de avistaje de ballenas en la zona, pero todavía no habíamos averiguado nada del tema.
Después de regatear a full el precio y conseguir un descuento del 50% (claramente nos estaba robando), nos decidimos a seguir a este personaje, que andaba de lo más tranquilo en su pequeña moto, hasta un lugar donde había unos barquitos poco confiables.
Nos subimos a uno.
En el medio del camino (ya en el mar), nos hicieron cambiar a otro, y ahí finalmente arrancamos con todo. Mi mamá estaba muerta de miedo, pero por suerte, y a diferencia de lo que acostumbra, esta vez no se mareó. El que manejaba la lancha sabía muy bien lo que estaba haciendo y nos llevó directo, pasando por al lado de la isla de Cayo Levantado, hasta una zona donde había 3 ballenas (papá, mamá, y el pequeño). Muy bueno!
Tuvimos la oportunidad de estar súper cerca, muy interesante. En el medio de todo esto mi cámara dejó de funcionar, no por la batería, sino por un problema en la memoria. Sacaba fotos, pero no se guardaban y es por eso que no tengo muchas fotografías de ese momento. Por suerte mi hermano sacó fotos con su cámara.
A la vuelta, antes de volver a la costa, paramos una hora en Cayo Levantado a recorrer la isla y a conocer la playa pública. Arena blanca, agua muy transparente, y bastante gente. Muchos puestos de artesanías en el camino desde el muelle hasta la playa pública. Digo playa pública, porque en realidad, más de la mitad de la isla es un resort de 5 estrellas muy lujoso.
Volvimos a la costa y manejamos hasta Playa Rincón. En el camino nos perdimos. En lugar de doblar en una intersección, seguimos de largo y terminamos en el pueblo y en la playa «Las Galeras».
Llegamos al final de la ruta, y la verdad que en «Las Galeras» no había mucho, así que pegamos la vuelta y ahora sí giramos bien en dirección a Playa Rincón. Para llegar finalmente hasta la playa, tuvimos que atravesar un camino todo empantanado, con muchísimo barro. Todos creíamos que nos íbamos a tener que bajar a empujar el modesto Kia Picanto que habíamos alquilado, pero por suerte todo salió bien y el auto pasó exitosamente.
Llegamos a Playa Rincón y no había nadie. Eran hileras e hileras interminables de palmeras, kilómetros de playa y no se veía a nadie. Dejamos el auto y nos bajamos a caminar un rato. El clima no era el mejor. Estaba un poco nublado y había mucho viento, pero de todas formas conocer la playa valió la pena.
Volvimos al auto y manejamos por la playa, siguiendo un sendero bien marcado, hasta el otro extremo de la bahía. Ahí sí pudimos ver a algunas personas, igualmente no estuvimos mucho tiempo y ya nos volvimos.
Más tarde, volvimos al complejo y tuvimos la oportunidad de participar de una cena gourmet muy interesante. Una cena de gran nivel, en el medio de la selva, y dirigida por un chef argentino, increíble! Se servía toda la comida en dos mesas, y la gente tenía que levantarse a buscarla, muy parecido a la modalidad de un hostel. Justamente todo pensando para que los huéspedes interactúen y se potencie el rol social del lugar.
Y fue así como, una vez terminada la cena, pasamos los 8 visitantes que nos estábamos alojando en el complejo esa noche, a sentarnos a conversar alrededor de la fogata. Una pareja de médicos jubilados (ella estadounidense, él inglés); una pareja joven de Latvia (que vivía en Suiza); y nosotros 4 de Argentina. Como siempre, hablamos de política internacional, de historia, de geografía, religión; y muchos otros temas taboos. Una cosa muy típica de la gente a la que le gusta viajar: embarcarse en conversaciones controversiales (a mi intender muy interesantes) con extraños.
Cuando todos se fueron a dormir, con mi mamá nos quedamos charlando con dos de los chicos locales que trabajaban ahí. El «gran Leo» era un chico muy joven, de unos 18 años, que estaba aprendiendo a trabajar en la cocina. El «watchman» era un señor que apenas sabía hablar español, pero que se notaba que era muy amable y transparente, y que tenía como tarea vigilar el lugar por las noches.
Nos fuimos a dormir a las casas en los árboles.
A la mañana siguiente despertamos, fuimos a desayunar, y después, junto a la pareja letona, caminamos hasta el zipline (la tirolesa). Cuando estábamos saliendo del complejo, de repente aparecieron 10 vacas salvajes que pasaron corriendo por abajo de los puentes colgantes en los que estábamos caminando nosotros. No entendíamos nada.
La gente de ahí nos dijo que era común que se metieran animales de campos cercanos. Muy loco!
Llegar hasta el zipline fue muy duro, todo camino de tierra y todo en subida. Cada tanto parábamos y le tirábamos piedras a las palmeras, para ver si podíamos bajar un coco. Este juego, propuesto por uno de los chicos del complejo que trabajaba en el zipline y que nos estaba haciendo de guía, resultó ser híper difícil. Intentamos e intentamos, y no hubo forma. Ni siquiera el chico, que lo hacía todos los días, pudo bajar alguno.
Finalmente llegamos a la primera estación del zipline más grande del Caribe. La vista era espectacular.
Largarse en la primera posta daba miedo. Estábamos muy alto, pero de a poco nos fuimos soltando. Primero el loco de Ariel que parecía un mono y que como se tiraba todos los días, hizo piruetas todo el recorrido. Después la pareja de Latvia, y por último nosotros. De a poco nos fuimos soltando.
El primer recorrido fue el más impresionante, el más largo de todos y el que estaba más alto. A partir de ahí, el nivel de adrenalina fue bajando de a poco, aunque la experiencia siguió siendo increíble!
En el medio, se largó a llover y le sumó mucha emoción al paisaje. Aparecieron mariposas por todos lados, la escena parecía de película. La cámara de fotos que había llevado no estaba guardando las fotos bien, la otra no la había encontrado antes de salir; sólo teníamos la gopro de mi hermano. No pudimos sacar tantas fotos, pero las imágenes quedaron guardadas en la memoria para siempre.
Las últimas estaciones ya las recorríamos cabeza abajo, con las piernas abiertas, muy divertido!
El zipline es el más alto y el más largo del Caribe. El complejo, inicialmente tenía sólo la tirolesa. Los dueños tuvieron gran éxito con esto, sobre todo vendiendo excursiones a cruceros (tiene una capacidad de 300 personas cada 3 horas); y después de un par de años construyeron el Treehouse Village, al final del recorrido.
Nos quedamos charlando con el chico que nos guió a través del zipline, el único que hablaba perfecto inglés en el village. Le preguntamos donde había aprendido tan bien, y nos contó que había vivido muchos años en Estados Unidos. Otro personaje también, todos eran muy piolas y muy amables.
Después de finalizar esta aventura, nos fuimos a cambiar, y salimos para Las Terrenas, un pueblito al oeste de la península de Samaná. En el camino pasamos por la cascada «El Limón». Teníamos excelentes referencias, pero averiguando, descubrimos que eran 3 horas caminando o a caballo. Me hubiera gustado, pero no teníamos tanto tiempo. Quedará para una próxima visita…
Pasamos por el pueblo «El Limón» y seguimos camino a Las Terrenas. Desde el momento en que entramos a la localidad, nos dimos cuenta que era un lugar con mucha onda. Por los colores, por los negocios, por la gente; el típico pueblito playero con el que sueña mucha gente.
Comimos en un restaurancito muy chiquito, muy pintoresco, muy sofisticado para el lugar en donde estaba ubicado. El dueño era un francés muy simpático. La zona estaba llena de extranjeros que habían ido de vacaciones, y que por esas cosas de la vida, se habían enamorado del lugar y se habían quedado a vivir ahí.
Fuimos a Playa Bonita. Había una rambla muy interesante, y varias casas «exclusivas» con vista al mar. El mar estaba muy movido, y con poca arena, no era muy atractivo. Las olas se habían comido la playa. Volvimos por el sendero hasta el auto, y fuimos en dirección al centro para terminar en la Playa Las Terrenas.
En el camino, como en todo Samaná, fuimos esquivando motos, personas, perros, gallos, gente contramano, etc. para no chocar contra nada ni nadie.
Cuando llegamos a la playa que lleva el mismo nombre que el pueblo, también nos encontramos con la marea alta (poca arena, playa corta), y para colmo estaba nublado. Igualmente bajamos, nos estiramos un rato sobre una toalla, caminamos un poco y hasta salió el arcoiris en un momento.
Pero después de un rato, tuvimos que emprender el regreso, para no llegar muy tarde al Dominican Treehouse Village.
La idea era no tener que andar en nuestro pequeño auto, por el intrincado camino hacia nuestras casas en los árboles, de noche.
Llegamos de noche, pero por suerte el auto volvió a responder. Nadie lo podía creer (todo el resto de la gente tenía 4×4’s). Nadie podía entender cómo 4 personas podían surcar esas subidas y bajadas en un camino pedregoso tan roto, con un auto tan chico y simple. Pero lo logramos.
En el camino no podía dejar de pensar en la increíble cantidad de kilómetros y kilómetros de playa que tiene República Dominicana. Lindo país para recorrer con más tiempo.
Para nuestra tercera noche, y teniendo mucha más confianza con la gente del village, propusimos unir las mesas y cenar junto a la pareja de médicos retirados que habíamos conocido el día anterior, y a una pareja joven que había llegado ese día y que era de Kenia/Canadá/Inglaterra/India (el hombre), y de Inglaterra/India (la mujer). A la gente viajera (sobre todo a los estadounidenses) les encanta contar todo su mix genético.
De nuevo, hablamos de política internacional, teorías de la evolución, turismo, el tour del zipline que habíamos hecho ese día, de fenómenos sobrenaturales, de los trabajos de cada uno, etc. Fue una cena muy entretenida y muy enriquecedora desde lo cultural.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano, desayunamos, y partimos hacia el aeropuerto de Punta Cana para volver a Argentina. Se había acabado la aventura, se había acabado el viaje, pero las experiencias vividas quedarán para siempre en la memoria (la mía no creo porque es muy mala, pero en la del blog sí). En parte para eso escribo, sino no podría recordar los detalles de cada viaje.
Hasta la próxima y buenos viajes!
victoria dice
Que hermoso! Yo quiero ir a la casa del árbol!
Francisco Ortiz dice
Yo quiero volver Vicky!!