Estábamos esperando nuestras visas de Irán y Azerbaiyán en la ciudad de Batumi (Georgia), y ya no sabíamos que hacer. Llevábamos varios días yendo del hostel a la playa. De la playa al casino. Y del casino a la playa. Nuevamente al casino y finalmente a dormir al hostel. Todos los días eran iguales. Aclaro que, como dije un en post anterior, no íbamos al casino todos los días porque éramos adictos al juego, sino porque había un buffet que era gratis. Pero como ya nos estábamos cansando un poco de la rutina, decidimos ir a pasar unos días a un parque nacional que estaba muy cerca de la ciudad. Decidimos ir a pasar un día a un parque nacional en Georgia. El Parque Nacional Mitrala.
Desde Batumi, con Agus (mi compañero de viaje en ese momento), nos tomamos un bus local por 1 lari hasta Chakvi, a unos 18 kilómetros. Y ahí empezamos a hacer autostop para ver si alguien paraba. No pasaban muchos autos, pero eso muchas veces es bueno. Porque los pocos que pasan, te levantan. Y así fue. Un señor sirio con 2 nenes nos llevó 2 minutos más adelante y nos dejó porque se tenía que desviar. Paso a paso.
No hubo comunicación porque sólo estuvimos 2 minutos en el auto, y no había lenguaje en común. Pero ya habíamos aprendido que si un auto paraba, había que subirse. Y eso fue lo que hicimos. Dos minutos eran dos minutos, ya estábamos un poco más cerca.
Al poco tiempo, nos levantó una camionetita que estaba destrozada. Fuimos ambos en la parte de atrás que estaba toda herrumbrada y que se estaba cayendo a pedazos. Los dos hombres que iban en la camioneta (Guía y Roma) eran unos genios. Se bajaron, se sacaron fotos con nosotros, y hasta pararon una camioneta que estaba pasando, pero que al final no nos quiso llevar.
Después de saludarnos, se fueron, y nosotros volvimos a la ruta para ver si alguien nos levantaba. Pero mientras avanzábamos caminando. No pasaba nadie. Así que empezamos a ver el mapa y analizar dónde podíamos acampar.
Justo en el momento en el que habíamos encontrado un lugar para acampar al lado del río (ya resignados asumiendo que no iba a pasar ningún auto más en todo el día), paró un auto. Era un chico que vivía en Batumi y estaba yendo al cumpleaños de su abuela que vivía en un pueblo cercano en el medio de la montaña.
Era un pueblo que estaba muy cerca del parque nacional. Nosotros felices de avanzar y llegar más cerca. El problema fue que el conductor era un loquito. Se creía Schumacher. Era un camino de montaña complicado y él tomaba las curvas como un loco. Si hubiera venido alguien del lado contrario nos hubiéramos matado. Por suerte, llegamos bien.
Nos despedimos y nos dio su tarjeta. Era director de una empresa a los 28 años. Nunca lo hubiéramos adivinado con ver su forma de manejar. Uno siempre se puede sorprender con la gente.
Caminamos unos kilómetros desde donde nos dejó, hasta la entrada al Parque Nacional Mitrala. En ese punto la ruta comenzaba a subir y el río seguía abajo. No queríamos dormir en la ruta, preferíamos hacerlo al lado del río, así que ahí nos quedamos.
Todavía faltaban varios kilómetros para llegar a lo que habíamos definido en un principio como nuestro destino final. Pero la verdad es que nos daba lo mismo acampar en cualquier lado. Tampoco era tan fantástico el lugar. Era lindo, pero nada de otro planeta.
Bajamos al río, al lado de la casa (vacía) del guardaparque y encontramos un lugar para poner la carpa. Y ya nos quedamos ahí. Al lado del río.
A las 7 de la tarde ya teníamos todo listo.
Nos faltaba comida. Pero en lo días previos habíamos comido tanto en el casino (doble turno de buffet gratis) que teníamos buenas reservas.
A medida que iba cayendo el sol, la temperatura iba bajando. Como estábamos en una especie de cañada o cañón, el sol dejó de dar calor antes de que oscureciera y la temperatura bajó de manera notable. Agus prendió un fuego, pero igual estaba fresco. Había muchísima humedad. Cuando veíamos el cielo parecía que iba a llover, pero no se sentían las gotas de agua. Era raro. Igual, menos mal que no llovió.
La última hora de sol, de 8 a 9 de la noche, la dormí. Estaba muy cansado y fue una prueba para la noche. Testeando la superficie.
Dormí como un bebé.
Me levanté y no veía nada. Pero a los pocos segundos, la vista se acostumbró y podía ver con claridad. Que increíble como el cuerpo es inteligente y se adapta a las diferentes situaciones. De repente, veía todo.
Y me puse a contemplar el fuego y recordar las pocas fogatas en las que participé en mi vida. Fue un lindo momento.
Después de un rato, nos fuimos a dormir.
En el medio de la noche me levanté para ir a baño. Se veía una sola estrella y la luna. Y había mucho, pero mucho viento. Estaba helado. Muy frío. Y el ruido del agua era increíble. Escuchar la fuerza del río, en ese silencio nocturno era increíble. Pero no pude aguantar mucho tiempo afuera. Estaba muy frío, así que volví rápido a la carpa a intentar dormir.
Esa noche fue, por lejos, la noche que más frío pasé en mi vida. Por momentos creía que me iban a terminar cortando los pies porque se me iban a congelar. Era un frío doloroso el que tenía en los pies. Y no había manera de calentarlos. No había forma.
Si hubiera estado con una chica le hacía cucharita, pero a Agustín, por las dudas, no me le acercaba.
Como no podía dormir, decidí salir de la carpa para ver si moviéndome me calentaba un poco. No quería morir de frío en el medio de la nada. Ya había un poco de luz. Decidí ver si podía hacer algo productivo, decidí intentar escribir.
Pero no podía escribir del frío. Pero sobre todo porque no estaba inspirado. Era el colmo. Estaba en el medio de la nada, sin distracciones. En el medio de un parque nacional en Georgia. Al lado del río a las 5 am y no salía nada. Tenía un bloqueo creativo con una causa muy clara: el frío mortal que estaba sufriendo.
Me puse a escuchar música y a cantar y bailar como un loco. Todo para ver si me podía calentar un poco, necesitaba entrar en calor. Aunque tengo que admitir que soy un cantante frustrado. Sólo llegué al nivel karaoke. Si habré pasado papelones en diferentes karaokes… En varios lugares, generalmente de vacaciones. La verdad es que gusta mucho, pero tengo que admitir que soy muy malo. No tengo oído, o eso es lo que me dicen los que saben.
Cuando Agus se levantó, decidimos volver camino a Chakvi y no seguir hasta la cascada que era nuestro destino final. Era sábado a la mañana y no pasaba ningún auto. Teníamos miedo de quedarnos varados ahí.
Caminando nos cruzamos con una despensa que apareció mágicamente. Compramos pan y fiambre y nos sentamos a comer ahí mismo. No sólo tenían unas mesas, sino que hasta había wifi. Nos quedamos un rato, y después de unos minutos seguimos caminando.
En menos de 1 minuto, nos levantó un auto y nos llevó a Chakvi. Era un chico de no más de 15 años, que pasó a buscar a un amigo en el camino y que nos llevó directo hasta el pueblo. En el camino, estaban las vacas y nosotros. Nada más. Y de vez en cuando un que otro auto, pero como era temprano y fin de semana, no se veía a nadie en la ruta.
Los chicos nos dejaron en el destino sin siquiera saludar. Eran muy chicos y muy tímidos. Pero al menos nos levantaron.
En menos de 10 minutos, nos subimos a un camión que nos dejó casi en la puerta de dónde queríamos ir. Nuestra idea, antes de volver a Batumi, era visitar el Petra Fortress. Un fuerte de 1.500 años de antigüedad que era un punto estratégico en su momento para conectar varios países de la región a través del Mar Negro.
La verdad es que la ruinas de Petra Fortress no eran tan increíbles. Aunque teniendo en cuenta que fueron construidas hace 1.500 años, nos sorprendimos de que hubieran partes que siguieran en pie. Según investigué después, la vista es mucho mejor del otro lado de la ruta o la vista aérea. Nosotros estuvimos adentro de lo que era el fuerte y no pudimos apreciar bien su magnitud.
Pero lo más increíble para mí fue la vista del mar desde ahí arriba. No eran nada tontos cuando eligieron el lugar para construir el fuerte.
Es más, de lejos se veían los edificios de Batumi.
Después de dar una vueltas por ahí, bajamos a la playa y me dormí una gran siesta en el pasto. Estaba muerto, la noche anterior había dormido muy poco por el frío.
Después de estar en la playa unas horas, fuimos caminando hasta Kobuleti, la ciudad más cercana.
Nos sentamos a comer algo, y a los 2 minutos unos chicos nos invitaron a su mesa cuando vieron que éramos extranjeros. Y más que éramos de Argentina (muy exótico para ellos). Resultaron ser dos borrachos. Nos dieron su comida (parecía un festín la cantidad que habían pedido), y nos obligaban a brindar y tomar shots de vodka cada 5 minutos.
Agus dijo que era musulmán para zafar de tomar los shots. Si bien no le creyeron mucho, lo respetaron. Yo brindaba con ellos para seguirles el juego, pero no tomaba. Estaban re locos.
Hablamos de fútbol, como siempre, como en todos lados. De un jugador de la NBA que es de Georgia. Y hasta nombraron a Luciana Salazar y Luisana Lopilato (fue la única vez que nos nombraron esos personajes).
Comimos lo nuestro (lo que habíamos ordenado antes de que nos invitaran), pagamos y nos escapamos. No daba para mucho más tampoco. Fue divertido un rato. Pero tener dos borrachos insistiendo para ponerte borracho deja de ser divertido en un punto. Les agradecimos y seguimos.
Dimos una vuelta por el pueblo.
Agus se fue a dormir a la playa, y yo me volví al hostel de Batumi. Fui en una de las combis blancas por 1.5 laris. Eran unos loquitos cómo manejaban en Georgia, sobre todo los que tenían autos de lujo. Que abundaban por todos lados. Cambié de combi en Chakvi y finalmente llegué a Batumi. La entrada a la ciudad, de noche, era impactante. Parecía Las Vegas del Mar Negro. Luces por todos lados y edificios espejados imponentes, todo al lado del mar. Una ciudad muy interesante, con mucho potencial. Una ciudad que no para de crecer.
Con Agus nos encontramos al otro día en Batumi.
Deja una respuesta