Hace ya más de un año que estoy viviendo en Buenos Aires, pero sigo yendo bastante seguido a mi casa, a Córdoba, justo en el centro de Argentina. Cómo decía un famoso slogan político: Córdoba corazón de mi país. En este tiempo debo haber ido alrededor de 25 fines de semana desde Buenos Aires a Córdoba en colectivo y la verdad es que siempre el viaje fue igual, tranquilo, normal, nada muy loco. Hasta el último viaje hace unas semanas.
Subí al colectivo entre los primeros, porque siempre viajo con una mochilita (tengo mis cosas separadas entre las dos ciudades, me niego a establecerme 100% en Buenos Aires) y no tengo equipaje para despachar. Me acomodé en mi asiento «coche cama» y me puse los auriculares para escuchar música.
A los 2 minutos subió una familia entera (papá y mamá, abuela, y los 3 hijos, 2 de ellos menores de 3 años) con varios bolsos y se sentó atrás y al lado mío. Lo primero que pensé fue: ojalá que los chicos se porten bien y me dejen dormir al menos un poco. Llegábamos a Buenos Aires a las 6:30 de la mañana y yo a las 9 ya tenía que estar trabajando hasta las 9 de la noche (los lunes son eternos de reuniones).
A los 5 minutos, después que toda la familia se había acomodado en sus asientos, sube una «señora» de unos 60 años y empieza a reclamarle a la hija más grande de la familia que el asiento donde estaba sentada era el suyo. Los números que mostraban los pasajes no eran los que se podían ver en los asientos porque el colectivo era alquilado y la numeración no era igual. La «señora» estaba en lo correcto, el asiento era el suyo, pero el nivel de la discusión por el asiento de repente empezó a elevarse a un tono desmesurado, con faltas de respeto de ambos lados, sin ninguna razón. De un lado una adolescente maleducada y rebelde que discutía sin saber si tenía razón, y del otro una «señora» que, sabiendo que ese era su asiento, no tenía paciencia e inmersa en la agresividad típica de la gran ciudad, contestaba en un tono muy poco amable.
La discusión se arregló cuando subió alguien de la empresa y le avisó a la chica que su lugar era al lado mío y el de la «señora» del otro lado del pasillo. Yo, sin querer, quedé en el medio de las dos partes enojadas. De repente empiezo a escuchar que alguien empieza a hablar en inglés y cuando volteo para ver quien era, resulta que la «señora» me estaba hablando a mí, «en código», para que la familia no entendiera. Asumiendo que ninguno sabía inglés, y haciendo comentarios muy discriminatorios por la apariencia «norteña» de la familia. Terrible!
A todo esto, el viaje ni siquiera había empezado, todavía seguíamos parados esperando que toda la gente subiera para salir hacia Buenos Aires.
Además de ser una irrespetuosa, la señora era la típica viajera frecuente que se cree dueña del colectivo y que no soporta a nadie, fiel ejemplo de una parte de la sociedad porteña muy poco amigable. Siempre tratando de separarse de las masas y mostrándose «mejor».
Arrancó el colectivo y el clima se tranquilizó un poco. Yo trataba de escuchar música y saqué la computadora para hacer unas cosas de trabajo que necesitaba hacer para el lunes. A los 5 minutos la señora me pregunta, en inglés, si quiero cerveza. Yo la miré con cara de WTF!?, y le dije que no. Entonces sacó una botellita de cerveza y me pidió que se la abriera porque ella no podía. Yo como no sé decir que no, acepté el reto a pesar de que sabía que no correspondía.
A todo esto la botella estaba tapada con una tapita de Coca a presión, era muy difícil sacarla. Yo no podía y la vieja (no merece el adjetivo de «señora») me desafiaba. Peor, puse toda mi fuerza y la logré abrir; con la mala suerte de que al hacer tanta fuerza y presión saltó cerveza para todos lados! En mi remera, en el jean, en la computadora, todo el pasillo y un poco a la vieja. Me quería morir, nunca más, tengo que aprender a decir que no.
Este personaje saca una toalla a los 2 segundos y me la alcanza para limpiar y secarme, y al mismo tiempo me dice que puede llegar a estar roja en algunos lugares, pero que no había problema, que no manchaba. Yo lo primero que pienso mientras seco la cerveza de todos lados es: espero que no sea sangre. El olor a cerveza que quedó en esa parte del colectivo era terrible, un asco. Yo me quería morir, todo por no animarme a decirle que no a esta loca.
A los 5 minutos de haberse tomado la cerveza me pregunta si quiería un Rivotril para dormir mejor, obviamente dije que no. Ella se tomó uno y por suerte se durmió rápido.
Los dos nenes que estaban atrás mío, se colgaban del asiento y no paraban de hacer ruido. Me daba ganas de matarlos, pero después los veía y me inspiraban ternura. Que culpa pueden tener estos nenes con sólo 2 años?? Los padres son los que no les enseñan a comportarse. Tardé un poco en dormirme, pero estaba tan cansado que, hasta la breve parada técnica en Villa María (alrededor de las 12 de la noche), no me desperté.
Bajé al baño en Villa María y volví a subir al colectivo. La loca subió y apenas se sentó empezó a gritar porque vio un bicho al lado de su asiento. Al principio creí que lo estaba inventando, que estaba «actuando», pero a los pocos minutos el bicho se movió, lo alcancé a ver y era una diminuta «juanita», la alcancé a matar y largó el típico olor asqueroso a juanita, un asco. A esa altura mi sentido del olfato estaba totalmente viciado, cerveza, juanita, etc.
Con la parejita que no paraba de besarse (cosa que me recordaba que estoy más solo que Bush en el día del amigo), y la chica que estaba adelante de la loca, nos mirábamos sin poder creer el nivel de trastorno de la vieja loca que teníamos al lado. Había gritado como si hubiera sido un tigre el animal adentro del colectivo, cuando en realidad era un insecto mínimo. Una loca!
Estaba casi dormido, después de la parada técnica en el parador de Villa María cuando de repente escucho un ruido plasticoso. Lo primero que se me cruzó fue que habíamos chocado un auto, pero el impacto no había sido tan fuerte como para ser un auto. Y en el acto escucho una persona que dice que nos habíamos llevado puesta una moto.
Era un cruce de rutas antes de bajar la autopista. Y empezó el circo de la gente adentro del colectivo. «Tranquilos… respira, respira, se mueve» – «No me digas que ahora nos tenemos que bajar…» – «La culpa es de la moto» – «Ahora seguro que llegamos tarde a Buenos Aires».
Parecía un episodio de «Hablemos sin saber». La gente empezó a inventar hipótesis del accidente y daba explicaciones sin tener idea de lo que había pasado. A todo esto, la mitad de la gente estaba pegada al vidrio del colectivo como espectadores morbosos observando toda la situación para no perderse detalle del accidente. Yo, desde mi asiento, analizaba la situación y estaba asombrado del comportamiento de algunos personajes que iban en el viaje conmigo.
A unos pocos metros había un automóvil policial parado, así que dos policías se acercaron rápido y un móvil de la policía caminera llegó a los pocos minutos. Casi al mismo tiempo llegaron los bomberos voluntarios a socorrer al motociclista. Los espectadores morbosos del colectivo se agolpaban contra las ventanas para observar el espectáculo.
Empezaron su trabajo los intento de CSI, llegaron personas a tomar fotos y analizar la situación. Nosotros no nos podíamos bajar, así que decidí volver a dormirme.
El colectivo, después de que todos terminaron su trabajo, se movió de la intersección y se paró al costado de la ruta. Estuvimos ahí parados casi 4 horas (todos durmiendo) hasta que volvimos al parador de Villa María y cambiamos de colectivo. Me subí y nos llevamos la sorpresa de que era 100% semicama y los asientos eran distintos. La familia numerosa terminó yendo arriba y yo terminé al lado del personaje. Me dormí lo más rápido que pude.
Me desperté en Panamericana, a dos horas de Buenos Aires. Ya era tardísimo. Había avisado del accidente a un compañero de trabajo, pero nunca imaginé que íbamos a llegar tan tarde.
La loca al lado mío, me daba charla. Cada tanto me volvía a hablar en inglés, no entiendo muy bien porqué, yo siempre le contestaba en castellano. Se había vuelto insoportable ya, preguntaba todo, y yo trataba de no darle tanta información, porque a esa altura ya no sabía qué pensar de este personaje. Traté de volver a dormirme, pero la loca empezó a levantarse al baño cada 15 minutos (unas 7 veces, sin exagerar, hasta que llegamos) y yo me tenía que correr para que pudiera pasar porque yo tenía el asiento del pasillo. Ya no la aguantaba más, no veía las horas de llegar.
En el medio me llamó mi papá para ver cómo iba el viaje y me contó de la muerte del fiscal Nisman, yo no lo podía creer. Entré en internet y empecé a leer las noticias en el celular. Para qué!? La loca se me puso de opinar de política sin parar.
Terminamos llegando a Buenos Aires a las 11:30, 5 horas más tarde de lo planeado. Para completar el viaje, me bajé del colectivo y llovía torrencialmente, mucha pero mucha agua. En las dos cuadras que tuve que caminar hasta la parada para tomar el colectivo de línea urbano, para ir hasta el departamento, me mojé todo.
Llegué a casa, me bañé y salí corriendo a tomar el otro colectivo para ir al trabajo. Toda la aventura terminó a las 13:20 cuando llegué a la hora del almuerzo al trabajo.
flavia dice
un viaje alucinante! y, aunque dificil de creer, en un itinerario tan poco de aventuras como Cordoba Bue.
felicitaciones por mantener la calma pues a medida que iba leyendo me venia un profundo deseo de hacer algo desagradable a la desagradable compañera de asiento
Francisco Ortiz dice
Desde que me mudé a Buenos Aires estoy entrenando a full la paciencia por distintas circunstancias, en el trabajo, en la calle, etc. La gente está muy loca, muy agresiva y uno no puede entrar en ese juego. «A los locos hay que tratarlos con cariño»
eileen dice
me hiciste reir con la descripcion de tu viaje! espero que el proximo sea un poquitin mejor!
beso,
eileen.
Noe dice
jajajajajaja Pobre Fran!!! Welcome to Baires (en inglés, como la vieja)