6:51 – Suena el despertador. Me levanto súper dormido y lo apago. Me vuelvo a acostar.
6:53 – Suena el segundo despertador. Me levanto, un poco más despierto (sí, me duermo en un segundo), apago el despertador y ya me quedo levantado. Reviso rápidamente los mails y notificaciones del celular, veo la cantidad de visitas del blog mientras dormía; y me voy a bañar.
7:10 – Salgo del baño y entro a la habitación a cambiarme. Pantalón de vestir, camisa, medias de vestir, zapatos. En el bolsillo de atrás billetera; adelante, auriculares y llave del departamento en uno, y en el otro celular y tarjeta sube (para usar el transporte público en Buenos Aires).
7:20 – Voy a la cocina, y Susy (mi host), amablemente me dejó todo listo. Me sirvo el café (ahora cambié a té verde), le pongo 3 cucharadas de azúcar, saco el queso crema de la heladera y llevo la bandeja con todo eso y los dos pancitos recién hechos por Susy a la mesa del comedor.
Desayuno mientras leo el diario en el celular. Cuando estoy terminando, llega Ronald (el marido de Susy) a desayunar a la mesa y rápidamente charlamos sobre las noticias que acabo de leer. Me levanto y lavo mis cosas. Tomo un vaso de agua, me lavo los dientes, perfume y estoy listo.
7:50 – Salgo del departamento, tomo el ascensor y bajo los 11 pisos. Llego a la planta baja, saludo a Marcos y a Carlos y me voy caminando. Apenas salgo del edificio, desenrosco mis auriculares y pongo música en el celular.
8:00 – Llego a la parada del colectivo. Normalmente suelo esperar 5 minutos, aunque nunca se sabe. Algunos días, pasan todos llenos, y la espera es más larga.
8:05 – Me subo al colectivo, generalmente lleno. Nunca consigo lugar para sentarme, y si lo hubiera, no me siento porque en unos minutos se lo tendré que ceder a alguien más grande. Paso 40 minutos en el colectivo, apretado, con un poco de calor, balanceándome agarrado del caño amarillo a medida que el colectivo gira, frena o acelera repentinamente.
Miro a mi alrededor y casi todos están con caras dormidas, caras de nada, ceños fruncidos o de mal humor, quien sabe porqué, pero hay gente que ya empieza su día de mal humor a diario. Eso es contagioso y muchos terminan con mala cara solamente por ver a gente enojada durante un tiempo. El humor se contagia, el bueno y el malo, así como una sonrisa se esparce en segundos, la cara de mala onda o enojo también.
Otro aspecto a destacar que me cansa a diario, es el hecho de que la mayoría de la gente se viste de gris o negro. Me parece una estupidez que el color en las prendas sea sólo para el verano. El gris o negro apaga a la gente. Me subo al colectivo y el 90% de la gente se viste de negro o gris, es increíble. Parecen todos robots que van saliendo de una fábrica, todos iguales, formateados por la matrix de las grandes ciudades, en el camino a cumplir el mandato social.
El problema no es que vayan a trabajar de negro o gris, o simplemente de que vayan a trabajar todos los días. El problema es que lo hagan de forma automática. Que se les vaya la vida, sin siquiera reflexionar sobre lo que quieren, sobre sus sueños. Los que decidan eso para su vida diaria conscientemente, está perfecto. Lo importante es pensarlo, meditarlo, cuestionarlo, en forma continua.
Pensar esto todos los días, me está volviendo un poco loco últimamente, y no les voy a mentir, tiene sus costos, pero les aseguro que vale la pena.
Volvemos a la rutina:
8:45 – Bajo del colectivo, y después de caminar una cuadra, entro al edificio de oficinas donde trabajo. Antes de entrar me saco los auriculares, la música se pone en pausa automáticamente y mientras los enrollo para guardarlos, saludo a las secretarias de recepción, y paso los molinetes con la tarjeta que cuelga de mi cinto, para finalmente esperar el ascensor. Primero pasan las mujeres, la gente se va bajando en distintos piso hasta que para en el último, el 11. Bajo, abro la puerta con la tarjeta, y subo al 12 por la escalera (el ascensor no llega hasta el 12).
8:50 – Saludo a los pocos que siempre llegan temprano como yo, saco mi mochila de mi locker, la abro, saco la computadora, la prendo y enchufo los cables a la mesa. Estoy listo para empezar a trabajar. Antes de arrancar, busco agua del dispenser. Leo otros diarios y revistas de tecnología y negocios en internet hasta las 9.
9:00 – Reviso los mails del trabajo, respondo los urgentes y empiezo con las tareas asignadas para ese día. El ambiente de trabajo es muy bueno en general, las tareas son dinámicas y raramente se repiten. Suelen ser desafiantes, aunque el ritmo de trabajo es muy variable. A veces estoy explotado de trabajo, y a veces pasan días sin hacer nada. Varios de esos días se los dedico al blog.
13:00 – Paramos a almorzar, bajamos todos desde el piso 12, compramos algo y subimos a comer en los escritorios. Si, comemos arriba de las computadoras porque no hay espacio para comer en otro lado.
[quote]Si piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal. – Paulo Coelho[/quote]
18:00 – Termina el trabajo, y camino unas cuadras hasta la estación del subte (2 veces por semana, ahora camino 30 cuadras más salteando como 5 estaciones con una amiga, para hacer algo de ejercicio y cambiar la monotonía). Aunque siempre viajo todo apretado, todos los días, alrededor de 35 minutos. 11 estaciones en total hasta que me bajo. Mismo panorama que en el colectivo, todo gris.
18:45 – Salgo a la superficie nuevamente y me falta caminar alrededor de 8 cuadras hasta el departamento.
19:00 – Finalmente llego a mi actual casa, 11 horas después de haber salido a la mañana. En invierno ya es de noche. Salgo de noche y vuelvo de noche.
23:45 – Me voy a dormir. Antes vi algo de tele, comí y a veces fui al gimnasio.
Contada así, suena hasta triste la rutina. Pero en realidad, es la vida diaria de millones de personas y mi caso es mucho más «cómodo» que el de la mayoría. Soy consciente de eso, la diferencia es que yo no quiero pasar toda mi vida trabajando para cumplir los sueños de otros. Quiero cumplir los míos, hoy en día viajar es mucho más fácil que antes. Existen cada vez más métodos para viajar con poco dinero.
La rutina no es algo que muchos deseen, sin embargo casi todos la tienen. Nos absorbe, nos mata por dentro lentamente, nos apaga el fuego interior. Nos vuelve robots, un día tras otro. El problema es que la mayoría no se da cuenta de esto.
Escapar de la rutina no es algo fácil. La comodidad, la seguridad, la estabilidad, por momentos se apoderan de nosotros y nos vuelven «chatos», nos hacen olvidar nuestros sueños por momentos, y eso es peligroso, porque podemos llegar a ser absorbidos por la rutina que impone el mandato social y terminar viviendo para el trabajo, formar una familia y de repente: el camino se acabó.
A mí me queda poco de esta rutina de gran ciudad, pero por ahora es lo que elijo, en forma consciente. El blog es un oasis en la rutina que da mucho placer hacer. Pronto vendrán más viajes!!
Este video resume mi sentimiento de una manera espectacular:
David M. dice
Grande Fran!… definitivamente los mejores post son a los que les colocamos corazón.
Saludos (probablemente siga comentando otros posts con os que me sienta identificado 🙂
Francisco Ortiz dice
Totalmente! Comente tranquilo que me hace feliz jaja saludos desde India!