Alrededor de las 4 de la tarde llegamos al hotel, en las afueras de Salamanca. Bajamos las cosas, hicimos el check in y preguntamos cómo llegar al casco histórico.
Nos sugirieron un lugar para estacionar gratis. Dejamos el auto ahí, cruzamos al otro lado del río Tormes por el puente romano del siglo I a.c., y empezamos a subir las empinadas callecitas de piedra hasta que llegamos a las catedrales (al día siguiente, en un tour de la oficina de turismo, nos enteramos que había 2 catedrales, una al lado de la otra, sí 2!).
Estábamos en el medio de una plaza rodeados de edificios monumentales: las catedrales, el edificio de la famosa Universidad de Salamanca, un antiguo colegio, etc. Mi cabeza no paraba de girar, estaba alucinado por semejantes construcciones.
Seguimos caminando por la calle principal del casco antiguo, rodeados de negocios de todo tipo (desde casas que vendían souvenirs, hasta bares con patas de jamón colgando).
Caminamos, caminamos, entre calles muy pintorescas y edificios monumentales, hasta que llegamos a la Plaza Mayor (la plaza principal de Salamanca). Espectacular, típica de película, toda «balconada», y con unos trabajos de herrería y sobre piedras increíble; muchísima historia que aprendimos al día siguiente. Lástima que justo estaban celebrando la feria del libro en la plaza, y no se podía apreciar toda la vista completa.
En la Plaza Mayor estaba la oficina de turismo (como en la mayoría de los pueblos y ciudades de España), y entramos a preguntar información.
Nos mostraron todas las opciones y nos gustó mucho un tour guiado por los principales edificios/monumentos de la ciudad.
Salamanca es una ciudad con muchísima historia, y está bueno escucharla y aprender de un local.
El tour era a la mañana siguiente, así que volvimos caminando hacia el hotel. En el camino nos cruzamos con un trencito que recorre el casco antiguo, nos quisimos subir, pero ya no había recorridos ese día.
Buscamos el auto en el hotel y fuimos manejando hasta el centro histórico, queríamos cenar en algún lugar lindo, pero fue imposible estacionar. Igualmente, manejar por esa zona, y ver todos los edificios iluminados fue increíble!
Volvimos al hotel y cenamos una sopa de mariscos excelente por un muy buen precio.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano y fuimos hasta la Plaza Mayor para iniciar el tour. En el camino vimos varios grupos de personas (en su mayoría gente mayor) vestidos de «charros» (parecidos a los galeses) tocando música típica y bailando. No entendíamos mucho lo que pasaba.
Pagamos los 12 euros cada uno (con las entradas a los edificios incluidas) y nos acercamos a la guía: Amparo. Era una señora que sabía todos los detalles de la historia y las tradiciones de Salamanca, era muy buena!
Lo primero que hizo fue explicarnos por qué tanto barullo en las calles ese día. Resulta que justo era el día en que se festejaba que nadie había muerto cuando se cayó la cúpula de la catedral, por el terremoto de Lisboa en el año 1755. Era todo un acontecimiento, que se hacía todos los años. El Mariquelo (antiguamente un integrante de la famila Mariquelos; hoy un voluntario que ya lleva 30 años) sube a la torre de la catedral nueva a agradecer, y toda la gente lo vitorea desde la plaza.
Tuvimos muchísima suerte de llegar justo ese día a Salamanca, me hizo acordar a la suerte que tuvimos cuando fuimos a visitar Chichen Itza con unos amigos, justo el día del equinoccio.
Amparo nos explicó con lujo de detalles toda la historia de la Plaza Mayor, seguimos por el ayuntamiento, pasamos por la Universidad Pontificia (que es la universidad privada de los jesuitas), admiramos las paredes de la Casa de las Conchas, etc.
Amparo iba explicando la dosis justa de historia y anécdotas, sin aburrir, y manteniéndolo interesante en todo momento.
Finalmente fuimos a las catedrales, y fue ahí donde pasamos casi 1 hora, aprendiendo muchísimo sobre la historia de la educación universitaria actual.
La Universidad de Salamanca es la más antigua de España y la cuarta más antigua de Europa (detrás de Bolonia, París, y Oxford). Se llama «universidad» porque el título vale en todo el mundo, es universal. Se llaman «cátedras» porque eran catedralicias, se daban las clases en las catedrales. Había 3 niveles de educación: bachiller, licenciado, y doctorado. A medida que se avanzaba de grado, se volvía cada vez más difícil, más exclusivo, y más «político». Por ejemplo, la noche anterior a rendir el doctorado, el aspirante debía invitar a los catedráticos a un banquete a su casa (saquen sus propias conclusiones).
«Estar en capilla» se llama así hoy en día, porque al estudiante se lo encerraba en una capilla de la catedral la noche anterior al examen para que terminara de estudiar y no se desenfocara.
Y así, muchas más historias muy interesantes. Obviamente las mujeres no podían estudiar en esa época. Como anécdota, a Ignacio de Loyola (creador de los Jesuitas y de la Universidad Pontificia) nunca le aprobaron el doctorado, y hasta lo apalearon, y lo metieron preso por sus ideas revolucionarias de comunicarse directamente con Dios, y plantear que las personas no necesitaban un intermediario para hablar con Dios.
Amparo nos mostró y explicó algunas de las particularidades del exterior de la catedral. En cada restauración, los artistas dejaban un sello de la época que se estaba transitando. Los últimos dejaron la figura de un astronauta (el hombre había pisado la luna en esa década) en una columna.
Recorrimos ambas catedrales y cuando salimos, la plaza estaba repleta de gente, y el Mariquelo ya estaba arriba.
Nos quedamos un rato viendo el espectáculo en la plaza, admirando a una señora de más de 80 años mientras bailaba la danza tradicional, con una sonrisa pícara en todo momento.
Seguimos recorriendo un poco más el casco antiguo, ya por nuestra cuenta. Mi papá quiso tomar el trencito que no nos había dejado subir el día anterior, así que hacia allá fuimos. La verdad no me acuerdo nada, porque me dormí toda la media hora que duró el recorrido, pero según mi papá, estuvo muy bueno. La voz monótona del chofer, sumado al terrible cansancio que tenia acumulado, pudo más, y me dormí todo (fue una linda siesta que me sirvió para recuperar energías).
Finalmente, después de perdernos un par de veces (aún con mapa en mano), pudimos llegar a la entrada del edificio de la Universidad de Salamanca y terminamos encontrando a la famosa rana que le da suerte a los casi 50 mil estudiantes que viven en Salamanca hoy en día. Una tía mía, que estudió un tiempo en Salamanca, nos había dicho que no podíamos volver de la ciudad sin haber encontrado la rana.
La verdad es que hubiera sido imposible descubrirla sin ayuda. Es muy chiquita, está «escondida», y está muy alta, sobre el lado derecho. Es otro de los «recuerdos» que dejaron los artistas.
Después de eso, volvimos al hotel y salimos camino a Oviedo, hacia el norte, hacia el País Vasco. En el camino paramos unas horas a recorrer el pueblo románico de Zamora.
Salamanca es monumental, Salamanca es historia, Salamanca me encantó!
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