El mundo es mucho más chico de lo que parece. Las personas están más conectadas de lo que parece. Y así fue como terminé durmiendo 3 noches en Salzburgo en la casa de un amigo peruano, que conocí en mi primera temporada de work and travel en Estados Unidos. Él ahora vive en Austria, ya que se casó con una chica austríaca, que conoció cuando ambos vivían en España. Parece un trabalenguas, pero se dio así.
Cuando empecé a planificar mi viaje a Europa, pensaba cruzarme con Dani en España, pero resulta que se había mudado a Austria. Como Salzburgo estaba en mis planes, coordinamos para juntarnos. Llegué desde Munich cerca de las 7 de la tarde, y esperé en un café hasta que la pareja recién casada me pasara a buscar. Fuimos hasta su casa, en las afueras de Salzburgo, a pocas cuadras de la frontera con Alemania. Dejé mis cosas y fuimos a comer a un restaurant de comida austríaca.
Hacía como 5 años que no veía a Dani, pero los recuerdos de las 2 temporadas que compartimos en Lake Tahoe seguían casi intactos. Casi toda la cena recordamos anécdotas de nuestros work and travel, y nos pusimos al día. Conocí a Julia, y me contaron toda su historia. Desde que se conocieron en España, hasta que terminaron casándose y viviendo juntos en Salzburgo. La verdad es que la pasé super bien.
Al día siguiente no me levanté tan temprano, así que ambos ya se habían ido a trabajar para cuando yo estaba listo para empezar mi día.
Fui hasta la parada del colectivo, y como no había podido comprar el ticket que duraba todo el día, iba a pagar casi lo mismo por un sólo viaje. Iba a pagarle al conductor directamente. Fui a esperar a la parada sin saber mucho los horarios, y después de 10 minutos, me cansé, vi el mapa, y armé una ruta para ir caminando.
La casa de los chicos quedaba un poco lejos del centro histórico, pero nada que fuera imposible de hacer caminando. Primero fui hasta el río Salzach. Y después caminé y caminé, bordeando el río, en dirección al centro, y apreciando las montañas de fondo.
Cada tanto me fijaba en el google maps si había algo interesante cerca, pero seguía caminando por el costado del río. Estaba bastante frío, aunque ya estaba acostumbrado. En un momento vi que había un gran espacio verde, y me desvié. Dejé el río de lado y me adentré en el parque. Había poca gente, pero el parque estaba muy bueno.
Muchos senderos, y todo iba en subida. Cada tanto aparecía un mirador para apreciar la vista del río, y las montañas nevadas de fondo.
Todo estaba muy bien señalizado, así que seguí la ruta para llegar al castillo. Salzburgo tiene un castillo en el medio de la ciudad, arriba de una montaña, en el punto más alto. Caminé y caminé.
Cuando estaba a unos pocos metros, me crucé con unos asiáticos que habían ido en auto y no sabían como bajar, porque la mayoría de las calles era peatonales. Traté de ayudarles con señas, pero tampoco sabía la respuesta a lo que me preguntaban, así que después de tratar de comunicarnos un rato, ellos se rindieron conmigo, y fueron a preguntarle a otra persona. Yo seguí caminando.
Finalmente llegué al Festung Hohensalzburg, el castillo de la ciudad. Por 8 euros se tiene acceso a todas las áreas del castillo y al audio tour (que al final no usé). Está muy bueno el recorrido, hasta tiene wifi en gran parte del castillo. Pero creo que lo que más se destaca son las vistas de las ciudad, ya que es el punto más alto.
Y de ahí bajé caminando hacia el centro histórico. Hay un funicular para bajar, pero decidí bajar caminando. Bastante empinada la bajada, pero bien. Pasé cerca de la universidad, y me di cuenta que la zona histórica estaba llena de iglesias. Iglesia por aquí, iglesia por allá, iglesia por todos lados.
Vi un par y de repente aparecí en un cementerio. Muy colorido, en la ladera de la montaña, con mucho verde. Y mirando a la montaña identifiqué un par de ventanas que salían de las rocas. Me pareció extraño, pero seguí caminando. Y descubrí que eran unas catacumbas, que por 2 euros se podían visitar. Me pareció curioso y entré.
Muchos escalones para entrar en las rocas y, honestamente, para no ver nada del otro mundo. Mucha historia sí, pero no sé si vale la pena. Lo que sí, a través de las ventanitas se podían obtener buenas vistas.
Bajé y entré a la Abadía de San Pedro. Increíble. Muy linda.
Seguí caminando, y en un momento entré en un túnel subterráneo, o mejor dicho un túnel peatonal en la montaña. No tenía idea dónde me iba a llevar. Intenté con el gps, pero no andaba ahí adentro. No entendía ningún cartel, pero seguí caminando, casi un kilómetro y terminé saliendo a la luz.
Una cosa que me resultó muy curiosa de Salzburgo es que todas las estatuas estaban cubiertas por una estructura plástica para protegerlas en invierno. Muy buena iniciativa, pero las fotos obviamente que no eran muy buenas. Pasé por un par de iglesias más, algunos arcos, y empecé a adentrarme en las pintorescas callecitas del centro histórico.
Encontré casas de colores, como en varias de las ciudades que había visitado antes. Me resulta curioso, porque casi todas las ciudades que visité en Europa del Este, y en España también, tienen algún lugar con una hilera de casas de distintos colores (normalmente pasteles). Cada ciudad con su estilo arquitectónico particular, pero siempre con muy buena variedad de colores.
Y cuando me metí de lleno en el centro, empecé a ver decoración navideña por todos lados. Luces navideñas de todos los colores y formas, en cada centímetro de la ciudad. Todo muy prolijo y ordenado. Varias calles estaban conectadas entre sí, con pasajes internos. Todo muy colorido, y en algunos casos dando accesos a patios internos donde normalmente había bares y diferentes negocios.
Pasé por la casa donde nació Mozart (ahora museo), pero no entré. Seguí caminando y finalmente llegué a la plaza principal, donde está la catedral.
Había una feria navideña bastante grande, con negocios de los más variados, y muchos de comida. Me compré un buen pancho, con una salchicha rara y seguí dando vueltas por los coloridos puestos bastante rato más. Finalmente decidí entrar a la catedral.
Imponente (las fotos dicen más que mil palabras).
A la salida había un señor que a cada persona que dejaba una donación le entregaba una tarjeta y lo saludaba en su idioma. Dejé unas monedas porque me había encantado la catedral y empezó a hablarme en distintos idiomas hasta que le dije english o español. Y empezó a hablarme en un español chileno perfecto. Hasta creí que era chileno. Pero no, era hijo de chilenos y siempre había vivido en Salzburgo (tenía más de 50 años).
Cruzamos unas palabras, y el señor era muy amable. La conversación se puso interesante, y terminamos hablando como 30 minutos, mientras la gente entraba y salía de la catedral. Él, mientras charlábamos, le iba entregando la tarjeta de la catedral a cada persona que donaba, a cada uno en su idioma, jugando a adivinar el origen de cada una de esas personas.
Parecía una charla de hostel. Política internacional, religión, viajes, intercambios culturales, etc. Hasta me dio un mapa de la ciudad y me dio recomendaciones para recorrer los lugares más turísticos. Cuando salí ya estaba oscureciendo. Di unas vueltas más por el mercado de navidad, y me fui a la plaza de Mozart.
Volví al mercado y como ya era bien de noche las luces navideñas resaltaban mucho más. El escenario era increíble. Pinito de navidad, estrellas, luces por todos lados, gran cantidad de puestos con comida austríaca o con artículos navideños, y la imponente catedral de fondo.
Estaba dando vueltas, recorriendo los puestos, y me parecía escuchar música navideña. No sabía de donde venía, pero en todo momento pensé que era una grabación. Hasta que volví a la puerta de la catedral y me encontré con un coro que estaba cantando en vivo, a cappella. Un espectáculo!
Después de unas vueltas más, fui hasta la casa de Mozart (el punto de encuentro que habíamos acordado con Julia y Dani). Esperé unos minutos, y aparecieron ambos.
En el camino al mercado de Navidad nos encontramos con una simpática española compañera de trabajo de Dani. Hacía mucho frío, así que en el mercado nos tomamos un vino caliente con sabor a frutos rojos, muy típico de la región.
De ahí nos fuimos a tomar el colectivo, compré mi pase diario, y fuimos hasta un antiguo monasterio que hoy en día es un restaurant típico de Salzburgo. Comimos un plato de cerdo gigante y el ritual para tomar una cerveza era bastante particular. Cada persona elegía un chopp, tenía que ir a lavarlo a una fuente común, y de ahí pagaba y le servían la cerveza tirada.
Charlamos hasta tarde y fuimos al departamento a dormir.
Al día siguiente armé un plan para ir a los lugares importantes que me faltaban. Iba a irme a Viena esa misma tarde, pero me quedé una noche más y me fui al día siguiente a primera hora para que fuera más simple todo.
Me levanté y salí caminando hacia el palacio de Schloss Klessheim, que hoy en día es un casino. En el camino pasé por una zona industrial, y en parte terminé caminando por el costado de una ruta. No había nadie, más que los trabajadores de las fábricas.
Llegué al palacio, le di unas vueltas, y seguí caminando hacia el Hangar-7, un «capricho» de Dietrich Mateschitz, el multimillonario dueño de Redbull, que vive en Salzburgo. Para llegar hasta ahí, tuve que cruzar puentes para pasar al otro lado de la autopista, caminar por una zona muy residencial, y por último caminar por las afueras del aeropuerto. Era un espacio verde interminable, desde donde se veían aterrizar los aviones, con el fondo de las montañas nevadas, muy lindo.
Llegué al hangar y lo primero que me impresionó fue la construcción. No era un hangar normal, no era cuadrado y funcional como el resto; sino que era una esfera ovalada, toda de vidrio. Y al lado de la esfera, dos torres también de vidrio. La entrada es gratis, y te reciben varias promotoras de Redbull que te dan el «boarding pass».
Adentro hay gran cantidad de autos de F1, de Nascar, aviones, avionetas, helicópteros, etc. Plantas exóticas, varios restaurants y cafés; y un bar que es increíble. Es una bar que está colgando del centro del techo, con piso de vidrio. Tiene una vista 360 del hangar. Lamentablemente estaba cerrado, así que que no pude pasar. Vale la pena la visita, además es gratis.
No publico las fotos porque lo piden expresamente. Se puede sacar fotos, pero te piden que no se publiquen. Hay unas máquinas increíbles, y la entrada es gratis, vale la pena.
De ahí me fui a tomar el colectivo con mi pase diario que ya había validado la noche anterior, y fui hasta la terminal de trenes. El colectivo tenía hasta puertos usb (increíble lo avanzado que están).
Me bajé ahí para poder explorar el otro lado del río que no había caminado el día anterior. Cuando me bajé, una de las primeras cosas que vi fueron 2 autos eléctricos estacionados cargando en la calle (muy bueno, sólo lo había visto en San Diego hace como 4 años).
Pasé por un par de iglesias, algunos edificios importantes, pero lo mas destacado de ese lado del río son los jardines del Palacio Mirabell. Lástima que estaba lleno de turistas asiáticos sacando fotos, demasiados. Pero en general los jardines están bastante buenos. No son nada del otro mundo tampoco (sobre todo si se los compara con los de otras ciudades), pero están bien cuidados.
Crucé uno de los puentes para volver a la zona histórica, el puente que tiene cientos de candados. Volví a
sorprenderme por las casas que prácticamente salen de la montaña, y seguí camino hacia la plaza central.
Paré unos minutos para tomar algo en el Mc Donald’s, y de nuevo tuve que pagar para ir al baño. No me hizo ninguna gracia pagar 0,50 euros por el baño siendo que ya había consumido. Resulta que el pago del baño funcionaba como voucher para la próxima compra, pero igual.
Y volví al mercado navideño. De nuevo, un festival de luces, puestos con productos locales, y música en vivo.
Hice tiempo en ese paisaje de película que se completó cuando empezó a nevar, y a la hora pactada fui a reunirme con Dani en el mismo lugar que el día anterior. Al frente de la casa de Mozart.
Antes de finalizar mi recorrida por la ciudad, me tenté y me compré un famoso Mozartkugeln, un chocolate tradicional de Austria, que fue creado por un pastelero en Salzburgo hace más de 100 años en honor a Mozart. De casualidad, caminando por una de esas callecitas, me crucé con la confitería Fürst que vende el original. De acuerdo a la receta original y hecho de manera artesanal. Hay muchas «imitaciones», sobre todo industriales, porque la confitería no es propietaria de la marca. Después de leer toda la historia en un cartel y darme cuenta que era la original, entré y lo pedí. Honestamente no es nada del otro mundo, pero tanta propaganda me dio ganas de probarlo.
Julia tenía ocupada esa noche, así que fuimos a comer nosotros dos solos a un restaurant de comida china cerca de su casa. La asiática que atendía no sabía casi inglés, y nada de español, nosotros no sabíamos chino, y ninguna de las dos partes hablaba bien alemán. De alguna manera pedimos una cosa, nos trajeron lo que quisieron, pero finalmente la pasamos muy bien. Dani me contó un poco más en detalle cómo era la vida en Salzburgo, cómo habían terminado viviendo allí y sus planes para el futuro.
Disfrutamos de una sabrosa cena, y nos fuimos a dormir. Antes de volver a la casa, seguimos caminando y Dani me mostró un lugar a sólo unas cuadras de su departamento donde había un cartel no muy grande. Este cartel marcaba el punto donde se habían cruzado las tropas aliadas con los nazis al finalizar la segunda guerra mundial en el año 1945. No recuerdo muy bien los detalles de la historia, pero recuerdo que ambos estábamos muy impresionados que un evento tan importante haya ocurrido a sólo unas cuadras de su casa, muy cerca de la frontera con Alemania. Después de que Dani me contara la historia, volvimos al departamento
A la mañana siguiente nos levantamos bien temprano y Dani me acompañó a la estación de trenes. Llegamos, compré el ticket, y en menos de 10 minutos ya estaba camino a la capital de Austria: Viena!
Voy a estar muy agradecido por siempre a Dani y Julia por haberme alojado en su casa, y por haberme tratado tan bien. Estoy seguro que nos vamos a ver alguna otra vez, en alguna otra parte del mundo. Eso es lo bueno de tener amigos viajeros, todos nos movemos mucho, y de vez en cuando, los caminos se cruzan. Se reviven momentos pasados, y se crean nuevos recuerdos.
Después de quedar enamorado de la ciudad donde nació Mozart, fui en busca de nuevos recuerdos a Viena.
Flavia dice
Redivertido, volvi a Salzburgo leyendote. Gracias y ahra sigo viajando. Por Europa con tu blog