Cuando llegué a Praga, me di cuenta que la diferencia con Polonia iba a ser muy grande. Apenas bajé del bus, el «paisaje» no estaba tan ordenado. Las cosas no eran tan claras para los que no hablaban checo. Me habían advertido de no cambiar dinero en cualquier lado, así que hasta no estar seguro, sólo tenía euros y zlotys (moneda oficial de Polonia).
Tenía que tomar el subte a unos metros y después caminar unas cuadras. Bajé al subte y no entendí muy bien como funcionaba. Así que decidí ir caminando las 25 cuadras con las mochilas (al hombro y al pecho). Esperando que fuera seguro. No era el típico recorrido turístico, no era hasta el centro, era para el otro lado. Había reservado un hostel más alejado, porque una amiga argentina de un amigo de Córdoba estaba trabajando ahí.
Caminé al costado de una ruta para cruzar el río, por un pasaje súper oscuro para cruzar al otro lado de la ruta, y después varias cuadras donde no había un alma. En el camino me fui dando cuenta que las normas no se respetaban como en Polonia. Era más bien como en Argentina. Cada uno cruzaba por donde tenía ganas, y nunca esperaban el semáforo.
Finalmente llegué al hostel y me atendió una checa muy simpática que hablaba perfecto español porque había vivido en Buenos Aires. Después de darme todas las indicaciones, y marcarme en un mapa todos los puntos de interés, me avisó que a las 20 en el bar había cena gratis!
Fui a dejar las cosas a la habitación y bajé a la cueva/bar del hostel. No era cualquier cena, era sopa de pato! Nunca había comido pato creo, pero estaba muerto de hambre y era gratis, así que no pude decir que no. Y la verdad es que estaba muy bueno.
Ahí la conocí a Magui (argentina de La Pampa, amiga de un amigo), a una francesa que estaba viajando y haciendo casi la misma ruta que yo pero a la inversa, a Walter (un argentino de Buenos Aires que resultó ser un personaje – típico especialista en «cosas»), a Jesper (otro personaje de Dinamarca, que hablaba perfecto español, que había vivido por todos lados, y que en ese momento estaba viajando por un tiempo), a un canadiense, y a varios estadounidenses. El hostel estaba lleno de norteamericanos (era la primera vez que me encontraba con tantos estadounidenses en el viaje).
Nos quedamos hasta re tarde charlando de la vida. Cada uno con su historia, con su viaje, con sus anécdotas. Es increíble lo chico que es el mundo cuando se junta mucha gente que viaja. Y en ese hostel había viajeros de todos los tipos, pero muchos viajeros «todo terreno», que habían recorrido muchos kilómetros, y que tenían infinitas historias para contar.
Hablamos, hablamos, y hablamos como hasta las 3 de la mañana.
Al día siguiente me levanté temprano y salí a caminar. Como siempre, creo que la mejor forma de conocer una ciudad es caminando, entonces salí a caminar, siguiendo más o menos una ruta, que finalmente iba a terminar en el centro de Praga.
Desde el hostel, caminé hasta el río, y de ahí a sólo unas cuadras empezaba el parque Letenské sady. Deslumbrado por los paisajes verdes que venía viendo en las ciudades previas, había armado mi itinerario para que empezara por lo verde, y recién después fuera a lo céntrico y multitudinario.
Caminé y caminé. Casi todo en subida. Y cada tanto paraba para apreciar la vista panorámica de Praga desde el otro lado del río.
Todo subida. Hasta que llegué al famoso Castillo de Praga. Varias partes se podían recorrer sin pagar, pero no lo supe hasta que no lo empecé a recorrer con ticket en mano (unos 13 euros). No compré el audio tour, porque salía bastante caro, y no quería estar horas escuchando tanta historia. Prefería recorrerlo sólo e ir descubriendo cosas interesantes en el camino.
La Catedral fue imponente, con una fachada muy interesante y vitrales muy coloridos. El antiguo castillo real. La colorida basílica de St. George. La Golden Lane con sus casitas de colores, antigua zona donde vivían nobles, y donde hoy hay representaciones de los distintos oficios de la época, con una gran exposición de armaduras, y demás artefactos característicos de aquellos tiempos.
El lugar estaba lleno de turistas, cosa que me estaba cansando un poco. Era demasiado turístico, demasiado. Varios grupos grandes con guías, y otros por su cuenta como yo. Me llamó mucho la atención un grupo de mujeres, felices de tocarle el pene a una estatua y lustrarla (literal, es dorada ya). Según pude escuchar desde lejos, dice «la leyenda» que les va a traer fertilidad y van a quedar embarazadas en el transcurso de un año.
Después, iba a ver muchas otras estatuas, en otras partes de la ciudad, con ciertas partes «lustradas». Es increíble como inventan estas cosas, y la gente sigue la corriente.
De ahí, después de sacar varias fotos panorámicas más, bajé hasta el nivel del río por unas escaleras en las que casi me mato.
En lugar de cruzar al centro por el famoso Puente Carlos, me quedé explorando ese lado del río. Fui a la zona de Malá Strana, pasé por la plaza donde está la Iglesia de San Nicolás, y empecé a subir por una callecita hasta el monasterio.
Nunca subí tanto. Eran kilómetros de subida. Paré un par de veces a respirar un poco y a mirar para atrás la vista de la ciudad. Cuando llegué hasta arriba no podía parar de sacar fotos. Valió absolutamente la pena. Casi que no había gente, sólo un grupo de 4 chicos que habían ido en Segways. En Praga iba a ver muchas personas andando por la ciudad en Segways. Siempre lo quise hacer, pero siempre es muy caro alquilarlos.
Desde ahí empecé a bajar, y fui hasta la Torre Petrínská. Una mini réplica de la Torre Eiffel que se puede subir para obtener la mejor vista de Praga, o al menos la vista desde el punto más alto. Salía un poco caro, pero estaba dispuesto a pagarlo. Eran 299 escalones. El problema fue que no aceptaban tarjeta, así que no subí. Igual tuve muchísimas vistas panorámicas de Praga, no era necesario (auto justificación de mi actitud de tacaño).
Bajé caminando por lo verde, siguiendo los senderos con decenas de curvas, para poder llegar nuevamente al nivel del río. En el medio me crucé con otra iglesia y varias estatuas interesantes.
Finalmente, una vez cerca de la costa del Vitaba, caminé hasta el Puente Carlos. Con más de 500 metros de largo, 10 de ancho, 16 arcos, 3 torres (2 del lado de Malá Strana, y una del lado de la ciudad vieja), 30 estatuas (en su mayoría barrocas), es una de las construcciones de estilo gótico más impresionantes en el mundo.
Y se ve que mucha gente piensa así, porque estaba atestado de personas. Lleno de turistas sacando fotos, puestos callejeros vendiendo cuadros y artículos típicos checos, y muchas personas pidiendo monedas.
Una de las cosas que me llamó mucho la atención, y que no había visto hasta ese momento, fue que gran parte de la gente que pedía monedas lo hacía en una posición muy incómoda. Estaban como si fuera en cuclillas y mirando el suelo, nunca levantaban la vista, y sólo extendían una mano, o tenían ambas en posición de rezo. No sé cuanto tiempo pueden estar así, ni tampoco entiendo bien por qué no hacen contacto visual.
De ahí en más, todo lo que iba a recorrer en la ciudad vieja, iba a ser rodeado de una gran cantidad de turistas. Praga es muy bonito, y muy barato. Se entiende por qué está repleto de gente. Crucé el puente, y empecé a perderme por las callecitas pintorescas de la ciudad antigua.
Fui hasta el Teatro Nacional, y desde ahí hasta la calle principal. Lleno de gente, y lleno de negocios. Traté de caminar por el centro donde había más verde y flores, hasta el final de la calle que termina en el imponente edificio del Museo Nacional.
Desde ahí caminé un par de cuadras hasta la sede del Ayuntamiento, junto con la Torre de la Pólvora. Y después fui a la Plaza Central del casco histórico. Ahí sí que casi que no se podía caminar. Estaba lleno de gente pidiendo monedas de maneras creativas como en toda plaza de gran ciudad. Muchos artistas callejeros.
Iglesia, edificios interesantes, puestos de comida callejera, y un reloj astronómico que me llamó mucho la atención. Muy complejo de entender y creado en la época medieval. Muy bueno!
Ya había oscurecido y yo seguía caminando. Fui hasta la costa de nuevo, para ver el edificio Rudolfinum, que cuenta con una gran sala de conciertos en su interior.
Finalizado el recorrido por casi todos los lugares de interés, y después de más de 30.000 pasos (todo medido con el fitbit), volví a la calle principal para tomarme el tram y volver al hostel. Bajé al subterráneo a comprar un ticket y subí a la parada a tomarlo.
El transporte público en Praga es bastante bueno, hay trams, subtes, y colectivos. Pero la forma de pagar no es la mejor. No se puede pagar en el transporte. Hay que comprar un ticket antes. Y el ticket puede ser de 30 minutos, de 90, o de 24 horas, dependiendo de la duración del viaje. Al subir al transporte hay que validarlo con una máquina que te marca la hora, y partir de ahí empieza a correr tu tiempo.
Lo que lleva a pensar que se podría subir sin ticket, o no validarlo. Pero cada tanto suben inspectores y te controlan. Y si no tienes el ticket, la multa es bastante alta. No vale la pena arriesgarse, yo hice las cosas como se deben y lo compré.
Llegué al hostel cansado, y me acosté a dormir una siesta. Después de un par de horas, bajé a la zona común a vivir vida de hostel. Jugamos al ajedrez un rato, y charlamos entre todos, la mayoría de diferentes países y culturas. Muy entretenido.
Con Walter fuimos al supermercado, y compramos una pizza y una fruta muy rara (el Kaki, cruza de un tomate con un durazno) y cenamos en el hostel. Después de comer, decidimos salir a dar una vuelta.
El primer grupo de chicos se fue antes que estuviéramos listos, así que nosotros terminamos yendo con Jesper y Megan (una chica de Estados Unidos), al único boliche que conocían los chicos en la zona. Para colmo estaba lloviendo fuerte.
Llegamos y el lugar era muy raro. Era jueves, por lo que no había mucha gente. Entramos por una puerta, no había ni seguridad, y no había que pagar entrada tampoco. Estaba lleno de partes de autos colgando del techo y de las paredes, música muy fuerte en algunos lugares, y gente de todos los colores. Muy raro, muy distinto, pero entretenido.
Nos sentamos a tomar algo, jugamos al metegol, y tuvimos una charla muy profunda de religión (típica charla de hostel, con alto contenido de pensamiento crítico, y opiniones muy diversas). Después de un par de horas, cuando ya nos estábamos volviendo al hostel, apareció el otro grupo. No había chances de seguir, eran como las 3 am ya, así que volvimos al hostel nomás.
Al día siguiente nos levantamos y desayunamos en el hostel. Era un desayuno completísimo, parecía de un hotel 4 estrellas. Comimos a morir. Y después nos quedamos ahí hasta las 2 de la tarde más o menos. Yo extendí mi estadía una noche más, porque ese día supuestamente me tenía que ir. Lo único malo fue que no me dejaron hacer la reserva por internet, y el precio fue un poco más alto. Aunque el hostel en Praga fue el más barato de todos!
Una de las chicas de la recepción, que era de Tayikistán, nos invitó a una feria de comida internacional en su universidad. La entrada creo que salía 3 euros y había comida de diferentes países para probar.
Nos pareció un plan distinto, interesante, así que hacía allá fuimos. Compramos el ticket para el tram en el hostel, y fuimos hasta su universidad. Cuando llegamos nos encontramos con Megan que había llegado más temprano y ya había probado toda la comida; nosotros que recién llegábamos. Era un evento muy chico, bastante íntimo, y nosotros ahí, súper colgados. Ya estaba terminando, es más, a algunos países ya no les quedaba comida. Dudamos unos minutos en entrar y pagar, y finalmente nos dejaron entrar gratis.
Arrasamos con toda la comida que quedaba. Korea y Brasil los mejores a mi parecer. Comimos y tomamos gratis, y vimos la premiación en la que Brasil ganó todo.
Salimos de ahí, caminamos un poco, y terminamos comiendo algo más contundente en un restaurant local. En el camino nos encontramos con algunas curiosidades de esa zona de Praga.
Finalmente volvimos al hostel, y más tarde, con Jesper y Walter fuimos al supermercado a comprar para cocinar.
Unos cortes de carne, con papas y cebollas al horno y de postre Kaki (la misma fruta, que descubrimos que es muy popular en China). Un espectáculo!
Nos quedamos charlando hasta tarde como siempre. En los hostels siempre surgen charlas interesantes, por el simple hecho de tener tantos puntos de vista distintos sobre las cosas, y siendo, en su mayoría, gente con la mente lo suficientemente abierta como para debatir de temas «taboos».
Al día siguiente hice el check out, y me quedé en el hostel hasta el mediodía. Tenía planeado irme a Salzburgo a visitar un amigo peruano que está viviendo ahí. Pero cuando vi el recorrido del bus, vi que pasaba por Munich. Así que decidí quedarme un par de días en Munich y después seguir a Salzburgo. Compré pasaje, reservé hostel, y desde Praga me fui en bus hacia Munich.
Praga me gustó mucho, pero no me deslumbró tanto como a todo el mundo. Me dio la sensación de que había demasiada gente, demasiados turístas. Aunque fue un lugar donde la pasé muy bien, y a donde volvería sin dudas.
Arol dice
Es una de las ciudades más bonitas en las que estuve! Realmente preciosa y los trdelnik están sabrosísimos!!! 😉
Francisco Ortiz dice
Ariel! Gracias pos pasarte por el blog! No probé los trdelnik (gracias por aportar el nombre), voy a tener que volver.
Saludos viajeros!