Cuando era más chico nunca se me hubiera ocurrido viajar haciendo autostop. Era de hippie. Era de ratón. Era peligroso. Y muchos preconceptos más. Estaba lleno de excusas. Pero leyendo e informándome del tema, hacía tiempo que tenía ganas de probar. No porque no tuviera dinero para viajar, o por una cuestión de presupuesto, sino porque es una forma más «fácil» de adentrarse en la cultura local, de conocer locales. Lo pensaba hacer en Los Balcanes, después de dejar Turquía. Pero después de conocer a Agustín, un viajero argentino que estaba conectando Turquía y China haciendo autostop, decidí sumarme y probar pero hacia el este.
Después de recorrer Estambul por unos días, llegó mi primer día haciendo autostop.
Salimos de la ciudad en un tren y empezamos a hacer señas cerca de una intersección. Seguía siendo un lugar bastante transitado…
Me comí un amague con un Audi que fue terrible. Paró bastante más adelante. Salí corriendo con ambas mochilas al hombro para ir a hablar con el conductor, y el auto arrancó y se fue.
Agus vio un bus que iba a un pueblo cercano y nos subimos. Creo que no nos cobraron porque se pagaba con una tarjeta que no teníamos o con Mastercard pero por acercamiento (no aceptaban banda magnética o chip) y la mía no tiene esa modalidad, no es tan avanzada. Había un señor mudo en el bus, y en realidad nosotros éramos casi como mudos, hasta ese momento no sabíamos más de 5 palabras en turco, nos manejábamos con señas todo el tiempo. Al poco tiempo nos bajaron.
Volvimos a la ruta, pero seguíamos en un lugar muy transitado. No nos levantaba nadie, era muy difícil que pararan en el medio de la autopista cuando todavía no habían salido de la última urbanización. Así que fuimos caminando hasta un semáforo y cada vez que se ponía rojo nos metíamos entre los autos. Teníamos un cartel que decía nuestro destino en turco. Así y todo, nadie nos daba bola.
Yo estaba bastante frustrado. Mi cara lo decía todo. No lo podía ocultar. Ese fue el momento donde empecé a cuestionarme la decisión de viajar haciendo autostop (me la iba a cuestionar muchas veces más en el viaje). Sentía que estaba perdiendo el tiempo. Me habían dicho que hacer autostop en la zona era fácil, pero ese primer auto fue muy difícil.
Estábamos en el semáforo, compitiendo por la atención de los conductores con un vendedor de pretzels. Él no vendía nada, nosotros no conseguíamos que nadie nos levantara. De alguna manera, sin saber nada de turco, hablábamos con el vendedor callejero. Él nos trataba de decir algo, pero por varios semáforos no le entendimos.
Hasta que desciframos que lo que nos estaba diciendo era que el cartel de «Izmir» no iba a funcionar porque el destino era muy lejos. Que era muy poco probable que alguien fuera directo hasta ahí (y que tampoco tenían la experiencia con autostop como para darse cuenta que nos podían llevar hasta cualquier lugar en el camino a Izmir). Lo cambiamos a la ciudad de Goluk y nos levantaron en 2 minutos.
El vendedor tenía razón. Nos levantó una camionetita, y fuimos sobre la alfombra atrás, en la caja.
No entendían que si poníamos un destino que estaba más lejos del lugar al que ellos iban, igualmente nos podían dejar en el camino.
La camionetita nos llevó hasta Yalova, unos 57 km. No hablaban ni una palabra de inglés y tampoco parecían con ganas de interactuar. Además, íbamos en la parte de atrás, ni nos veían. Pero fue un buen primer viaje.
Conseguir el primer auto fue difícil, pero a partir de ahí mejoró. En unos pocos minutos nos levantó otro auto. Terminamos haciendo 70 km con un especialista en marketing de cerámicos, hablando a través del Google Translate.
Él iba hasta Bursa, la primera capital del Imperio Otomano. En el camino me prestó el cargador del iPhone porque se dio cuenta que me quedaba poca batería. A los pocos minutos de conversación, nos invitó a tomar un té abajo de una parra al costado de la ruta, un genio! No pudimos decir que no, y no nos dejó pagar nada. Iba a ser la primera invitación de muchas…
Recuerdo que en ese momento pensé: «Toda la espera vale la pena por un episodio como este».
Era la primera vez que un conductor nos invitaba algo, que alguien desconocido nos invitaba algo (íbamos a vivir cientos de casos como este más adelante). También tenía el cargador de Android, y se lo prestó a Agustín.
Idim era un genio, muy amable, y conversamos (viá Google Translate) todo el camino. Tenía 3 hijos y nos mostró las fotos y todo. Además nos enseñó qué patentes eran de Balikesir y cuáles de Izmir que eran las dos grandes ciudades por las que teníamos que pasar para llegar a Éfeso.
Nos dejo en la salida a Izmir. Hizo como 50 km de más para dejarnos en un mejor lugar. Desvió porque no nos quería dejar en la ruta, quería que paráramos en un lugar seguro, estaba loco!
Nos bajamos del auto y teníamos competencia. Otros 2 chicos que también estaban haciendo autostop un poco antes que nosotros. No los quería, los miraba como competidores, seguía con la mentalidad individualista de occidente.
Resulta que «la competencia» frenó un auto y pararon más adelante para subirnos a nosotros también. Nos sumamos. Viajamos los 4 en el asiento de atrás por 50 km. Los conductores nos querían invitar a comer. Los chicos eran 2 compañeros de colegio de 17 años, y los conductores eran hermanos.
Nos bajamos del auto y empezamos a hacer señas en un lugar donde, de nuevo, teníamos «competencia». Esta vez no era competencia turca, era competencia de otro viajero, con mochila y todo igual que nosotros. En unos pocos minutos, nos levantaron 2 chicos que acababan de dejar a otro autostopista. El otro viajero respetó que nosotros habíamos llegado primero.
El 60% de la población turca fuma tabaco. Todos los conductores fumaron mientras íbamos con ellos. Pensar que en Córdoba, mi ciudad, está prohibido. Creo que si lo prohibieran en Turquía, los hombres al menos, no manejarían más.
Los chicos pararon a comprar algo y yo fui atrás de ellos. Fui ansioso a comprar algo, estaba muerto de hambre. Apenas entramos al auto ellos nos compartieron lo que habían comprado. En realidad habían parado a comprar algo por nosotros. Otra muestra de la generosidad de los turcos y de la gente en general. Y no estamos hablando de alguien rico o que le sobrara el dinero. Eran 2 chicos igual que nosotros.
Nos llevaron hasta Balikesir, unos 100 km.
Y ahí nos levantó un turco directo a Izmir (mucha suerte!). No hablaba ni una palabra de inglés, pero ya nos entendíamos bien en turco. Eran siempre las mismas preguntas. La misma charla. Nos preguntaba de dónde éramos. Al responder Argentina surgía el nombre de Messi o Maradona y se iniciaba una conversación de fútbol. Después nos preguntaban de dónde veníamos y hacia dónde íbamos. De que trabajábamos, etc., etc.
Apenas nos subimos a su auto nos mostró una multa que le acababan de hacer… como para que nos quedemos tranquilos… y la verdad es que manejaba bastante fuerte. Era un loquito de pelo largo, un personaje.
A los pocos minutos paró a comprar cigarillos. Todos, todos fuman, y mucho.
Volvió al auto y nos había comprado un café frío que nos dijo que era el «Turkish Redbull». Que el Redbull era para Europa, que para ellos era agua esa bebida, nos dijo que el Nescafe Expresso era la posta.
Sobre el final del trayecto el loquito se convirtió en Schumacher y salía pisteando y pasaba a todos como loco. Parecía poseído por un corredor de F1. Un peligro, pero a la vez muy divertido.
Puso la música muy fuerte e íbamos bailando electrónica turca como locos. Mientras, a la derecha, caía el sol detrás de las montañas. Fue todo un espectáculo, toda una experiencia.
Ufuk Kanka (no sé a ustedes pero a mí me suena a nombre de loco) nos hablaba como si entendiéramos todo lo que decía en turco. Nos habló todo el camino y no le entendíamos nada. Una vez que pasamos la conversación de siempre, siguió, y nosotros lo mirábamos sin entender nada. Él seguía feliz. Ahora, bailando la música electrónica turca nos entendíamos muy bien jaja.
Hicimos los 170 km hasta Izmir y antes de bajarnos pidió selfie y nos dio el número de teléfono para que lo llamáramos si necesitábamos algo en Estambul, un genio!
Ya había caído el sol. No podíamos seguir nuestro camino a Éfeso de noche. No íbamos a pararnos a hacer autostop en el medio de la ruta de noche. Decidimos quedarnos en Izmir, dormir ahí, y a la mañana siguiente ir para la antigua ciudad de Éfeso. Después de todo, eran sólo unos pocos kilómetros.
Identificamos un espacio verde en el mapa, lo fuimos a ver para analizar si íbamos a poder acampar ahí, y nos gustó. Fuimos al baño en una estación de servicio cercana, a comer a otra estación de servicio a la vuelta del parque y nos fuimos a dormir. En la estación de servicio que comimos nos invitaron a tomar un chai (un té).
Terminamos el días con otro gesto de hospitalidad turca.
El inicio no fue fácil, pero el día fue mejorando. Y terminó de la mejor manera.
Caímos rendidos en la carpa. Al día siguiente nos iba a levantar un auto y nos iba a llevar hasta Éfeso.
Dank dice
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