Después de 17 horas de viaje desde Córdoba hasta San Ignacio, finalmente llegué. Me pasé casi todo el viaje charlando con una pareja de 2 chicas muy piolas, muy buena onda, que estaban volviendo de sus vacaciones. Por suerte el colectivo era bastante cómodo, así que pude dormir bastante. También aproveché el tiempo para escribir algunas cosas. Bajé en el medio de la ruta y caminé hasta el hostel.
Todavía estaba oscuro, eran alrededor de las 6 de la mañana, pero se respiraba tranquilidad en el ambiente. Había muy poca gente en al calle, más que nada los chicos que estaban yendo a la escuela bien temprano. Cuando finalmente llegué al hostel, resulta que estaba cerrado. Toqué la puerta varias veces, hice ruido, di la vuelta para ver si había alguien atrás, y nada. Esperé como 30 minutos mientras veía a los chicos yendo al colegio, y no recibí respuesta. Me di cuenta que tenía que bajar un cambio. La gran ciudad había quedado atrás, y ya era hora de relajar un poco.
Acepté que no me iban a atender a esa hora, a pesar de que había avisado que llegaba temprano, y seguí rumbo. Empecé a caminar buscando un lugar para desayunar, pero lo más rápido fue preguntarle a un chico que pasó caminando cerca mío. Finalmente, terminé desayunando en una carpa junto con un contingente de 50 jubilados que me hicieron reír todo el tiempo.
Volví al hostel y por suerte ya estaba abierto. Hice un par de cosas en la computadora, trabajé un poco. Pregunté cómo era la mejor forma de visitar las ruinas, y también me informé sobre las otras atracciones de la zona. No me iba a quedar más de 24 horas en San Ignacio, y mi prioridad eran las ruinas. Aunque viendo la oferta de actividades naturales, me dieron ganas de quedarme al menos un día más.
Cuando estaba saliendo, me crucé con un colombiano escritor, gran viajero, con el que me quedé charlando unos minutos.
Finalmente caminé hasta la avenida y, preguntando, tomé el colectivo para ir hasta Santa Ana. Un pueblo a 16 km de San Ignacio donde hay otra reducción jesuítica importante. Bajé del colectivo y el conductor me dijo que tenía que seguir caminando unos 300 metros por la ruta y después doblar a la izquierda hasta terminar en la entrada. Yo le hice caso y empecé a caminar por la banquina.
Estoy seguro que los 300 metros fueron bastante más de 300. Todos caminados por la banquina de tierra roja, característica de la provincia de Misiones. Cuando llegué a donde tenía que doblar, no estaba seguro, pero seguí mi intuición. Era un camino rojo que parecía interminable y que desaparecía en la selva verde y frondosa.
Me crucé con dos hombres que estaban desmalezando un pequeño puente, los saludé y seguí caminando. No me animé a preguntarles si era el camino correcto. Seguí caminando. Finalmente, recién cuando el camino se había acabado, vi la entrada a mano derecha. El lugar parecía desierto, no se veía a nadie.
Una señora me invitó a pasar y entré. Fui a comprar la entrada que sirve para visitar las ruinas de Santa Ana, Loreto, y San Ignacio, y no pude pagar porque no me alcanzaba el efectivo. Tenía tarjetas, pero en el medio de la selva no aceptaban. Me dijeron que no me haga problema, que pagara en la siguiente que visitara. Menos mal.
Era el único visitante. Día de semana y con mucho frío, cosa muy extraña en ese lugar. El guía me contó toda la historia de las misiones jesuíticas en la zona, todo todo, con lujo de detalles. Cuando terminó de contar la historia, pasé por mi cuenta a explorar las ruinas. Tenía todas las ruinas para mí solo. Caminé bastante, subí a todas las rampas que han construido, y siempre traté de ubicarme según las explicaciones que había recibido.
Después de 45 minutos, ya había terminado.
Decidí no ir a Loreto porque la coordinación de los colectivos no era fácil, y caminé hasta la parada de ómnibus para volver directo a San Ignacio. Me bajé cerca de la terminal para comprar el pasaje a Puerto Iguazú para el día siguiente. En el hostel me habían dicho que los nombrara para que me dieran un descuento, y efectivamente fue así. El problema es que el descuento sólo funcionaba si se pagaba en efectivo. Aunque no lo crean, otra vez me fiaron. Me dieron el pasaje de colectivo sin pagarlo, y me dijeron que lo pagara al día siguiente antes de subir. Cosas que pasan en lo pueblos solamente.
Fui hasta el único cajero que hay en el pueblo y saqué plata para los días siguientes. Eran las 3 de la tarde y todavía no había almorzado. Todo estaba cerrado en el pueblo, así que terminé de nuevo en la carpa comiendo de lujo.
De ahí me fui a las ruinas de San Ignacio, la más conocidas, las de la típica postal del lugar. Pagué la entrada, y primero fui al museo que hay en la entrada para esperar a un grupo que estaba llegando para sumarme a ellos y hacer la visita guiada.
El guía tenía algunos problemas de comunicación, y la verdad es que no me gustan los tours guiados, y menos con mucha gente y un guía. Y menos si casi todo lo que estaba diciendo el guía era lo que me habían explicado unas horas antes de manera personal. No iba a escuchar todo de nuevo. Apenas pude, me separé del grupo de turistas que venían de excursión, y me perdí entre las ruinas.
Muy interesante toda la historia de la evangelización que hicieron los jesuitas, muy bueno. No me voy a explayar, para eso vayan a visitar San Ignacio, o lean Wikipedia jaja (si es otra fuente más confiable mejor).
Después de un rato ahí, y de caminar un poco por el pueblo, volví al hostel a trabajar. Logré enfocarme y fueron unas horas bastante productivas por suerte. Cuando estaba saliendo para buscar algo para comer, me crucé con uno de los personajes típicos de los hostels. El viajero filósofo, ese que tiene mil historias (algunas muy locas), que tiene una pasión al hablar increíble, y que por momentos delira. Lo saludé, intercambiamos unas palabras y salí a buscar un lugar para comer algo.
A las 2 cuadras, se cortó la luz en todo el pueblo. Había una oscuridad total. Yo no tenía celular ni nada, así que cero luz. Por suerte estaban las estrellas. El cielo era increíble! No podía dejar de mirarlo.
Entré al único lugar que tenía una luz de emergencia. Pedí una pizza, pero tuve que esperar unos 20 minutos hasta que volviera la luz. Terminé comiendo al lado de un grupo de extranjeros que pensaban que yo no hablaba inglés, muy cómico. Hay que tener cuidado, y más en un lugar turístico, nunca se sabe que idiomas habla la persona que tenemos al lado.
Cuando volví al hostel, el filósofo de los viajes y la vida (un gran personaje), me agarró para charlar. Hablamos horas de viajes, blogs, negocios, y de la vida en general. Por momentos se sumaba el colombiano y la chica del hostel.
Cerca de la medianoche nos fuimos todos a dormir. En mi habitación, había una chica extranjera con la que no había hablado. Estaba destruido, muerto de sueño, no tenía ganas de hablar más la verdad. Pero cuando me estaba yendo a dormir, le pregunté si le molestaba que apagara la luz. Me dijo que no en inglés estadounidense, y entonces yo le pregunté de dónde era. Me dijo New York, y le pregunté si estaba viajando de mochilera por Sudamérica, y me dijo que ahora sí, pero que en realidad había estaba viajando los últimos 14 meses alrededor del mundo.
Por más cansancio que tuviera, algo tenía que hablar. Si bien se encuentran varios personajes viajeros de este estilo, siempre es interesante aprender sus historias y recibir sus consejos. La chica ya había visitado 104 países y estaba enojada porque le habían denegado la visa de Brasil y Paraguay. Me dio varios consejos de los países de la zona de los Balcanes, y me dormí.
Al día siguiente me levanté temprano, desayuné, reservé el hostel para esa noche en Puerto Iguazú, y me fui a la terminal a pagar el pasaje fiado. Cuatro horas más tarde estaba en Puerto Iguazú buscando el lugar donde iba a dormir ese día.
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