Me levanté temprano a desayunar saludable, bajé a cambiarme y me fui directo al gym. Necesitaba despedirme del barco usando las instalaciones, y necesitaba apreciar la vista panorámica desde el frente del barco. Observando como la nave iba avanzando, surcando el mar, cortando el agua y formando un enorme triangulo en el mar que continuaba hacia atrás.
Bajé a bañarme, dejamos la habitación, salimos con las mochilas al hombro, y fuimos a esperar en el teatro La Scala (porque era una miniatura del famoso teatro de Milán, era el lugar donde habíamos disfrutado de los shows las noches anteriores). Me tuve que poner los auriculares porque ya no soportaba más a un viejo (no se merece el título de señor) que era el típico porteño hartante que se las sabe todas y que crítica todo y siempre conoce todo lo mejor. Me puse los auriculares y me aislé del mundo un rato, en mi cómodo asiento del teatro.
Finalmente salimos, dejamos el barco atrás, buscamos las valijas y fuimos directo hasta la oficina, que quedaba a sólo unos metros, a retirar el auto que habíamos alquilado. Guardamos todo con cuidado (el auto era muy chiquito) y partimos camino a la península de Samaná.
Nosotros nos fuimos en un auto mini a explorar la isla hasta la zona de Samaná, todo el resto de la gente, sobre todo los norteamericanos y europeos, se fueron en tours a los diferentes all inclusives de Punta Cana. Deben haber pagado una fortuna, cada uno elije el tipo de viaje que quiere hacer, a mí, personalmente, me gusta más explorar lugares no tan conocidos, y separarme un poco de la multitud de turistas.
Manejamos en dirección a Santo Domingo y vimos, varias veces en el camino, un cartel que me llamó la atención y que me gustó mucho, que decía: «Enseñar a leer es una obra de amor -ayúdanos a que nadie se quede afuera». Muy bueno!
Manejamos y manejamos, y llegando a Santo Domingo (capital de la República Dominicana), teníamos que doblar a la derecha para ir hacia el norte de la isla. La cuestión es que nos pasamos varios km y salimos en una estación de servicio. Le pedimos indicaciones a uno de los empleados, y este nos hizo hacer 200 mts contramano por una ruta para retomar el camino y volver. El señor nos dijo muy amablemente: «Yo se que a ustedes no les gusta… pero en 20 mts se hace doble vía y ya no hay problema». La otra opción era dar una vuelta gigante y seguir haciendo varios kms en la dirección contraria. Nos tomamos la licencia, y seguimos las polémicas instrucciones del dominicano.
La ruta en dirección norte, camino a la Peninsula de Samaná, era espectacular. Pasamos por el Parque Los Haitises con una vegetación bien verde, palmeras y helechos por todos lados. Seguimos viaje, aunque si hubiéramos tenido tiempo, es un gran lugar para explorar.
También pasamos por pueblos muy pintorescos donde la gente vive al lado de la ruta. Venden frutas, cuelgan la ropa en el guard rail, se sientan a mirar el camino, se paran a escuchar música en la banquina, muchas motos (ni uno con casco), autos estacionados sobre la mitad de la ruta, animales sueltos, gente sentada en la ruta «descansando», en fin. Pueblos con una paz y una tranquilidad admirable, con un nivel de sencillez extremo, sin ninguna preocupación por los autos que pasaban rápido a sólo unos metros de sus actividades diarias.
Después de pasar el pueblo de Samaná, doblamos y empezamos a adentrarnos en el paisaje selvático. La ruta se volvió más precaria y la gente estaba cada vez más en la ruta. Pasamos al lado de unos gringos que estaban filmando un documental; el paisaje parecía de película.
En un momento se acabó el cemento y empezó un camino de ripio muy desafiante para nuestro pequeño Kia Picanto.
Pasamos la zipline o tirolesa que también pertenecía al complejo en el que nos íbamos a alojar, y un par de kms más adelante llegamos a los tree house, previo paso por unas casitas muy humildes de gente que vivía en el medio de la selva.
Mi primera impresión, una vez que cruzamos el cartel que indicaba que habíamos llegado al complejo de casas en los árboles fue: «Listo, llegamos al paraíso». Y todavía no había visto nada….
Dejamos el auto y empezamos a caminar, sin saber muy bien hacia donde, pero avanzando. Por suerte no cargamos las valijas y las dejamos en el auto (más tarde nos ayudarían a cargarlas hasta nuestras habitaciones).
Tuvimos qué caminar por el medio de la selva, cruzar un río saltando por unas piedras, cruzar un puente colgante y finalmente llegamos a lo que parecía un mostrador, pero no; seguimos caminando por un sendero hasta que llegamos al lobby/bar/restaurant. Era increíble!


Nos dieron las casas en el árbol, pero antes de eso, teníamos que volver al auto a buscar las valijas, menos mal que no eran muchas!
Dos chicos del complejo nos ayudaron a traerlas, volvimos cruzado el puente y un río.
Llegamos al auto, cargamos las valijas y esta vez seguimos el camino de «if rains» y pasamos por el primer puente colgante al que le faltaban la mitad de las maderitas y después por la selva, y finalmente por el último puente colgante.



Después de explorar un poco el lugar, fuimos a la recepción a tirarnos un rato en las hamacas paraguayas, y a admirar la construcción del complejo. Éramos alrededor de 16 personas alojadas esa noche y estábamos todos ahí, esperando que el cocinero argentino (siempre hay uno en cualquier parte del mundo) sacara la comida.
Me estaba haciendo mucho calor, por lo que fui hasta nuestra casita a buscar las ojotas. En medio de la oscuridad y con todos los «pasadizos», puentes y escaleras que tenía que pasar, me perdí y casi entro en otras casas que estaban más abajo. Estuve como 15 minutos hasta que volví un poco para atrás y recordé el camino. Busque las ojotas y volví a bajar.
Empezaron sirviendo unas pizzetitas mientras esperábamos y después pusieron la comida en la mesa para que cada uno se sirviera. Muy rica, muy sabrosa, muy buena!

La mayoría de los chicos que trabajaban en el complejo eran locales de la zona, salvo el cocinero argentino que vive hace varios años en República Dominicana, un par menos en Samaná; y justo en ese momento había una chica trabajando como voluntaria de Alemania.
Comimos súper bien y después nos quedamos charlando con el cocinero, un verdadero personaje, que nos explicó el funcionamiento del lugar, nos contó su historia de vida y de cómo término en la isla, en Samaná y en el Dominican Tree House Village.
Alrededor de las 10:30, nos fuimos a dormir con el sonido de la naturaleza. Me llevó unos 10 minutos acostumbrarme (yo tengo la suerte de que siempre me duermo en menos de 1 minuto). Finalmente me dormí. Al día siguiente comenzó la aventura!
que linda experiencia! Yo nunca me hubiera animado a caminar por esos puentes colgantes! Hay que ser joven para ese tipo de aventura…
beso.
eileen.
jaja naa solamente hay que ser aventurero, una de las cosas que más me sorprendió del lugar es que había gente de todas las edades, es más, había más gente grande que jóvenes esos días…
Saludos Eileen!