Hacia casi dos años que no paraba un poco la pelota, que no me tomaba un descanso de tanto trabajo, y viajaba al menos unas semanas. En estos dos años desde mi último gran viaje (después de recibirme), pasaron algunos fines de semana largos interesantes, un gran viaje de trabajo por 3 países de Latinoamérica que fue una sorpresa para mí (me la pasé trabajando, igual estuvo bueno, fue mejor que estar parado en un lugar), un viaje de trabajo a México que no fue y se canceló el día antes de salir, pero recién hace unos días me pude tomar vacaciones. En este caso con mi familia.
Si bien extrañaba muchísimo viajar, y lo dejé bien claro en varios posts, tweets etc., descubrí que no sólo extrañaba el hecho de viajar, sino también cada uno de los detalles de los viajes.
Me reencontré con las maquinitas para hacer el check in que nunca leen bien mi pasaporte, con las declaraciones de aduana, con las típicas alfombras de aeropuerto en el remodelado aeropuerto de mi ciudad de Córdoba, con los free shops donde ahora hay que tener casi un máster en finanzas para poder calcular el precio de un artículo y compararlo con otros, con la amabilidad de las azafatas, con la adrenalina (y el miedito?) del despegue, con la paz de mirar las nubes desde la ventanita del avión, con la admiración de los niños que viajan por primera vez en avión, con la «nueva» moda de sacar mil fotos de todo, todo el tiempo (selfies por acá, selfies por allá). Comparto en twitter, en instagram, en facebook, te tagueo, te menciono, te comento, te doy me gusta, te retwitteo, te pongo favorito, etc.
Me reencontré con los olores de la comida de avión, que hay que reconocer que es «menos peor» que años anteriores (se podría decir que va mejorando a paso lento), me crucé con el mochilero, con las quinceañeras, con el grupo de jubilados, las parejas «lunamieleras», las que renuevan sus votos, las familias como nosotros, los viajeros solitarios.
El que es rebelde y no quiere respetar las normas de los vuelos, el que está llegando tarde y va corriendo como loco por el aeropuerto, el que se compra todo en el freeshop, el que no se mezcla un segundo con «la plebe» y va del avión al vip a otro avión, el híper conectado que está usando el smartphone, la tablet y la laptop al mismo tiempo.
En el aeropuerto me reencontré con las despedidas, los reencuentros emotivos, los viajeros de trabajo, los que buscan desenchufarse, los que no saben dejar el trabajo atrás.
Me reencontré con todos los detalles de los viajes que nunca imaginé que extrañaba, pero que ahora que los veo nuevamente y los analizo desde una perspectiva más integral, todos ellos forman parte de la experiencia viajera total.
Llegamos al aeropuerto de Punta Cana y nos invadió la sensación de estar de vacaciones. Mucha felicidad, ritmo y baile dominicano. Había un grupo tocando una bachata y bailando como locos. Lleno de gente, por suerte nosotros no nos íbamos a quedar en esa zona. Es demasiado turística y puro resort tras resort, todo muy armado con paquete cerrado, para el viajero cómodo que busca seguridad.
Nuestros primeros 2 días tampoco íban a ser tan aventureros, íbamos a un complejo en la zona de Dominicus, al lado de Bayahibe, a 30 kms de La Romana y 70 kms de Punta Cana. En lugar de tomar un taxi o un shuttle, alquilamos un auto (opción que era más barata) y además nos daba libertad para recorrer la zona.
Alquilar el auto no fue tan fácil como en otros lugares, algunas cosas eran poco claras, pero después de 30 minutos nos dieron el diminuto auto en el que entrábamos justos, nosotros 4, con nuestras 4 valijas, y nuestras 3 mochilas. Y así, todos amontonados y con el auto súper cargado partimos para nuestro hotel por las próximas 2 noches.
Sabíamos muy poco del hotel, sólo que teníamos 1 habitación para los 4 y que no teníamos incluída ninguna comida. Lo habíamos elegido, porque dentro de los buenos, era el más barato y nos otorgaba la flexibilidad de salir afuera a comer algo.
Llegamos al hotel y nos encontramos con que era una especie de «pueblito» de la Toscana, aunque el website oficial dice «pueblito pesquero español». Caminos y callecitas de adoquines, plazas, cafés, restaurants, mini market, gimnasio, spa, bares, hasta una iglesia había. Eran varios edificios de 3 pisos del estilo de condominios, de los que sólo 3 edificios funcionaban como hotel. Todo el resto tenían propietarios, en su mayoría italianos. Estos bajos edificios rodeaban una larga pileta al principio y dos plazas después, hasta llegar en hilera a la playa.
También había un parque de agua dentro del complejo, pero lo más increíble de todo era un muelle que habían construido desde la playa y donde entraban hasta 20 personas con sus reposeras.
Los 2 días que pasamos en este resort sirvieron para relajar, bajar el intenso ritmo de ciudad que traíamos, desenchufar de la locura argentina, y disfrutar un par de días tranquilos de playa.
Después iba a empezar la aventura y se iba a poner más movido el viaje.
eileen dice
como siempre, muy interesantes tus comentarios!
te mando un beso fran y segui con ese entusiasmo.
eileen.