Viniendo de Bratislava y entrando con el bus a Budapest, noté la gran diferencia entre ambas ciudades. La segunda es mucho más grande. Podía divisar edificios de varios pisos con luces modernas en varias direcciones. Aunque Budapest también es una ciudad con mucha historia, y eso es lo que recorrí mayormente. Edificios modernos puedo ver en cualquier gran ciudad, la historia en cambio, es única de cada urbe.
El bus me dejó muy cerca de una estación de metro. No estaba muy seguro dónde estaba y no tenía wifi, así que seguí a un mochilero que parecía caminar seguro y me salió bien. Sabía que tenía que tomar el M3, y le había sacado una foto al google maps con la estación de destino.
Compré el ticket con tarjeta (todavía no tenía efectivo) y tome el metro lo más bien. En Budapest también se valida el ticket, no hay molinetes, pero hay empleados que lo controlan al entrar al andén. El subte es más rústico que el de las ciudades que había visitado antes, era muy parecido al de Buenos Aires.
Fui a la habitación, dejé las cosas, conversé un rato con un estadounidense que estaba en la misma habitación y salí a comer algo rápido. Ya era tarde, y al día siguiente me esperaba un largo recorrido.
Armé un itinerario con el mapa en mano e internet, y salí a caminar bien temprano en la mañana.
Pasé por gran cantidad de cafés, pero no frené en ninguno, seguí caminando hacia la primera atracción: la Gran Sinagoga. Después, pasé por un museo, y seguí camino al Mercado Central. Me encantan los mercados así que entré, y la verdad es que no era tan colorido como otros, pero le di una vuelta de curioso buscando cosas interesantes. Lo más interesante era el edificio del mercado, puntualmente el techo. Era la primera vez que veía esos techos húngaros con tejas de colores, me encantaron.
Cambié dinero dentro del mercado, poco, 10€, como para andar. Me mataron con la comisión, debería haber cambiado antes, pero necesitaba tener algo, aunque sea para ir al baño (en Budapest también cobran el baño). Salí del mercado, crucé el puente y entré a la Iglesia de la Cueva.
Entré a la cueva, y sólo se podía pagar en efectivo, menos mal que había cambiado 5 minutos antes. Hungría no usa el euro como moneda, sino que usa el Forinto Húngaro. Compré el audio tour como para entender algo de lo que estaba viendo y me pareció bastante interesante. No había mucha gente porque era bien temprano.
Caminé por la cueva siguiendo el audio tour y terminé en una sala con unas obras talladas en madera que tenían un nivel de detalle increíble.
De ahí, me propuse llegar a la Estatua de la Libertad. En el mapa decía que sólo había una caminata de 15 minutos. Pero claro, no decía que el camino era terriblemente empinado, era muy duro. En realidad había varios caminos que se iban separando y uniendo y separando. Algunos con escaleras, otros simplemente senderos de tierra marcados en el pasto. Lo importante era siempre ir para arriba, siempre seguir subiendo. Había muchos caminos, no sé si tomé el mejor o el peor, pero fue dura la subida. Aunque vale la pena totalmente por la vista.
Y todo lo que sube tiene que bajar. Algunas estatuas en el camino, una que otra iglesia, y seguí camino hasta el Castillo Real.
Como todo castillo, por más qué esté cerca del río, siempre está elevado. Para estar más protegido y para tener mejor vista de lo que pasa alrededor. El problema era que yo había bajado y estaba al nivel del río. Ahora tenía que volver a subir. Primero una rampa, y después escaleras. Por suerte había una escalera mecánica (siempre las esquivo y voy por la normales, pero recién arrancaba el día y ya estaba subiendo demasiado).
Una cosa que me llamó la atención fue que la escalera mecánica era altísima (igual a la del metro que había tomado la noche anterior). No eran dos escaleras, era una sola e interminable.
Finalmente llegué a nivel del castillo. Recorrí los alrededores, como de costumbre en este viaje no entré al museo, pero sí contemplé el majestuoso castillo y las muy buenas estatuas que había afuera.
Al lado del castillo había un juego de arco y flecha que me llamó mucho la atención. Era bien «atrapa turista», hasta te alquilaban el disfraz de Robin Hood. Debo admitir que me llamó tanto la atención que me acerqué a ver los precios. Nunca he tenido la oportunidad de usar un arco y flecha. Al final seguí caminando.
No hacía frío, pero había mucho viento. Me ponía el cuellito polar, me sacaba el cuellito polar; me ponía la campera, me sacaba la campera. Transpiraba de calor, tenía frío. Mi cuerpo no se decidía, y yo iba guardando y sacando la ropa de la mochila cada 5 minutos.
En un momento se me acercó una chica y comenzó a hacerme unas preguntas. Típico que te quieren vender algo pensé. Era muy buena onda, estaba bien entrenada pensé. Igual le di charla. Hablamos mitad en inglés y mitad en español para que ella practicara un poco su castellano. Ella era de Rusia, de San Petersburgo. Era de la agrupación de Hare Krishna, y me regaló un libro de meditación que todavía conservo (algún día quiero aprender a meditar). A cambio le di todas las monedas que tenía, era muy poco, pero era todo lo que tenía, no le iba a dar un billete. Se lo di sólo por la buena onda. Me hizo anotar mi nombre y el importe de mi donación en una lista. Mi donación era por lejos la más baja. Igual, es mejor que nada.
Fui hasta la zona donde está la Iglesia de Matías y el Bastión de los Pescadores. La iglesia también tenía los techos con motivos coloridos.
Pero lo mejor sin dudas, era la vista del río Danubio y de la ciudad de Buda del otro lado del río. Y a lo lejos podía ver el edificio más increíble en mi opinión, de toda mi visita a Europa. El edificio del Parlamento Húngaro.
Bajé por unas calles que iban en dirección al río, y que tenían varas hileras de casas de colores. No tan lindas como las casas de colores de las ciudades polacas, pero casas de colores al fin.
En el camino me agarró un hambre tremendo, pero no iba a comer en el lugar más caro de la ciudad, al lado del castillo, donde están los hoteles 5 estrellas. Cuando salí de la zona de los alrededores del castillo, terminé comprando una torta a la salida de una estación de subte al lado del río. Muy barata y muy rica por suerte. No había nada como para almorzar, pero sirvió para mitigar el hambre por un rato.
Y de paso, encontré un baño (pago) para poder seguir caminando tranquilo. Me salió más caro ir al baño que la torta, una locura, pero por lo menos aproveche para cargar agua. La chica que estaba en la entrada al baño, cobrando tenía una mala onda. Está bien que no es el mejor trabajo del mundo, vaya a saber qué le estaba pasando o en qué estaba pensando en ese momento.
No pude ir caminando por la costanera del Danubio porque la estaban arreglando. Antes de desviarme caminé hasta la orilla para sacar una foto.
Fui del otro lado de la calle, detrás de una reja primero, y después por calle paralela a la costanera. Todo derecho, hasta que llegue al Puente Margit. No entré a la isla que hay en el medio del puente, y había tanto viento que realmente sentía que me volaba cuando lo estaba cruzando. De repente pesaba menos, no es broma, el viento me movía de lado a lado. Estaba flaco, pero no para tanto, el viento era muy fuerte.
De lejos, vi el cartel de un Mc Donald’s y entré a comer algo rápido para poder seguir camino. La comida es una basura, pero siempre suelen tener baños limpios, y siempre tienen wifi para poder seguir viendo la ruta, el clima, etc., por eso cada tanto voy.
Y viendo el cartel del Mc Donald’s, se me vino un pensamiento a la cabeza. Había dos carteles con siglas que yo buscaba cuando necesitaba algo: MC y WC. El primero por los Mc Donald’s y el wifi. El segundo por los baños (water closet en inglés). Es el mismo, pero dado vuelta. Ahora no es tan gracioso, ni hace tanto sentido. Pero en ese momento, lo sentí como una revelación. Son los detalles o las cosas raras a las que uno le presta atención cuando viaja, cuando tiene todos los sentidos en alerta.
Mientras estaba comiendo, se me acercó un señor a pedirme la clave para el baño, le di el ticket que la tenía escrita, y me pidió que se la lea. Nunca supe si realmente no sabía leer, o si tenía el cerebro frito de tanta droga (tenía un olor bastante «particular»).
Comí rápido, y desde ahí seguí hacia el edificio del Parlamento. Imposible captarlo en una foto. Y menos con el celular que tiene un angular chico.
Mis notas al ver semejante edificio fueron:
«El parlamento es el mejor edificio q vi hasta ahora, es descomunal, impresionante, imponente»
De ahí camine hasta una plaza. Todo espacio verde grande suele estar rodeado de cosas interesantes, edificios interesantes, por eso siempre busco las plazas en los mapas. Además de ofrecer paisajes muy interesantes, sobre todo en épocas otoñales como esa.
Pasé por la basílica y su mercado de navidad en la plaza principal de la ciudad, pero no podía más para ir al baño. No aguantaba más, así que fui caminando hasta el hostel que quedaba a solo unas cuadras. En el camino, de repente, aparecí en la calle Andrassy y me di cuenta por el nivel de las tiendas, de primera línea mundial.
Fui a dejar un regalo al hostel, busqué unas cosas y volví a caminar por la calle principal hasta llegar a el parque de la ciudad. Fueron varias cuadras.
Mi piernas no daban más. no sólo de caminar mucho, sino que el camino del día había sido con muchas subidas y bajadas. Llegué a la Plaza de los Héroes, y seguí caminando por el parque hasta los famosos baños termales de Budapest: los baños Zéchenyi.
Una amiga me los había recomendado. La verdad que no soy muy fanático de los baños termales y ese tipo de «cosas», pero estaba tan cansado que pensé que vendrían bien para relajar un poco. Y vinieron bien. Estuve casi 3 horas en el agua.
No era muy barato, y ya estaba oscureciendo, pero cerraban bien tarde, así que acepté, pagué, me cambié en el vestuario, dejé mis cosas en un locker y me fui a las piletas.
Eran 3 piletas. Una con el agua a 38 grados de temperatura, otra a 34, y la pileta más grande con el agua fría. Primero estuve en la más caliente. Lo recomendado, 30 minutos. Salí y me fui a la otra, 30 minutos. Fui al baño de los vestuarios, y volví a quedarme como una hora y media más en la de 38 grados. Había gente, pero por suerte no tanta como he visto en algunas fotos.
La malla me quedaba tan grande (había bajado un poco de peso) que pensé en comprarme una sunga en Barcelona, antes de ir a Las Canarias (cosa que la final no hice).
Salí del complejo de los baños termales, y supe desde el momento cero que no pensaba caminar todo el camino de vuelta. Decidí tomar el metro. Pagué en una máquina que había en la misma plaza antes de bajar al andén. Menos mal que pagué porque me controlaron (siempre pago, pero lo aclaro porque Budapest es de esas ciudades que no se necesita el ticket para usar el transporte público, pero si se lo debe tener por si controlan).
Al frente mí, en el metro, había una pareja con un bebé muy simpático. El padre era sordo mudo y se comunicaban con señas. Pero las sonrisas y los gestos de ellos hacia el bebé, del bebé hacia ellos, y entre ellos; trascendían todos los idiomas y tipos de lenguajes. Una familia que se quiere, se identifica en cualquier parte del mundo, en las condiciones que sean.
Llegué al centro de la ciudad, y caminé en dirección a la Basílica. En el hostel me habían avisado de las chicas lindas que te empiezan a hablar en la calle, te llevan a tomar algo, y te terminaban estafando (en su momento me pareció una advertencia un poco exagerada). Pero yendo a la basílica me habló una chica que me había visto sacando una foto unas cuadras atrás. La ignoré y seguí caminando, espero que no haya necesitado ayuda. En ese momento, donde no había nadie alrededor nuestro, lo único que recordé fue lo que me había dicho la chica húngara de la recepción del hostel.
Llegué a la plaza principal y justo había un concierto en la Basílica. No entré, pero justo comenzó un show de proyecciones de luces en la fachada de la misma iglesia.
En uno de los puestos del mercado navideño, me compré una pizza gigante en el mercado por 1000 forintos. Y como tenía hambre, pero no me quedaban más fts fui a otro puesto. Como en este aceptaban tarjeta, compré otra porción y también compré un vinito caliente como para despedirme de Europa del Este a lo grande. Era mi última noche en esa zona, al día siguiente salía para Copenhage.
Al día siguiente lavé la ropa (la chica de la recepción me regaló las monedas para lavar por que no tenía ni una moneda local) y me fui al aeropuerto.
Metro primero y después colectivo. En la entrada al metro había unos extranjeros que los habían agarrado sin pasaje y se estaban quejando por que según ellos no sabían cómo funcionaba el sistema. Por la dudas compré dos single tickets (1 para el metro y otro para el bus, cada uno 1,15 euros). La multa sale 52 euros. Fuera de la cuestión moral, sale cara la «avivada».
Comí algo en el aeropuerto de Budapest, y partí en mi vuelo de 9 euros hacia la capital de Dinamarca, hacia Copenhage.
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