Estábamos en Tbilisi, la capital de Georgia, y nuestro objetivo era llegar a Yerevan, la capital de Armenia, ese mismo día. Después de todo, eran menos de 300 kilómetros, marca que ya habíamos superado varios días previos haciendo autostop. No parecía difícil. De todas maneras salimos temprano para cruzar de Georgia a Armenia en el menor tiempo posible.
Primero tomamos en metro en Tbilisi para salir un poco del centro de la ciudad y caminamos hasta la autopista. A los pocos minutos nos levantó un señor que nos llevó sólo unos 5 minutos hasta una salida. Pero que nos ayudó a avanzar un poco más, alejarnos de la ciudad, y a quedar más cerca de nuestro camino.
A los 2 minutos nos levantó un chico que nos llevó unos 50 kilómetros hasta la ciudad de Marneuli. A sólo 25 kms de la frontera. Shota, el chico que manejaba el auto, nos sorprendió cuando nos contó que leía a Borges con regularidad. No lo podíamos creer. Nosotros no sabíamos menos de Borges que él. Por lo menos la charla escapó un poco de la tradicional conversación de fútbol que siempre teníamos al decir que eramos argentinos. Además de leer a Borges, a Shota le gustaba el Tango. Ya era mucho. De nuevo, él sabía más que nosotros.
Nos pidió mil disculpas por no poder llevarnos hasta la frontera, porque él tenía que ir para otro lado y estaba apurado. Nos saludó muy afectuosamente y nos dejó en la plaza principal de la ciudad. Más que ciudad, diría pueblo. Decidimos esperar al frente de un supermercado. Pasaban autos y autos, pero ninguno paraba. Nos habíamos mal acostumbrado. Veníamos esperando menos de 5 minutos, y en esta ocasión terminamos esperando casi media hora.
Mientras estábamos a la salida del supermercado, llegó el distribuidor de pan. Pusimos cara de mochileros hambrientos (lo que no distaba mucho de la realidad), y nos regalaron un pan fresco que comimos con gusto mientras esperábamos.
Justo cuando yo ya empezaba a quejarme y a decir que nunca paraban los camiones o las combis, paró una traffic y nos llevó.
No entendimos muy bien a dónde iba, pero nos subimos. Ya no queríamos esperar más, y ya habíamos aprendido que había que subirse a los autos para ir avanzando. De última, siempre nos podíamos bajar. Por suerte iba en nuestra dirección.
En la frontera nos separamos para hacer los trámites de migraciones y nos volvimos a encontrar del otro lado para seguir viaje.

En el control fronterizo me miraron la visa de Azerbaiyán con asco. Todavía no había ido a Azerbaiyán, pero ya tenía la visa en el pasaporte. Armenia y Azerbaiyán están en conflicto porque hay un territorio (Nagorno Karabaj) que está siendo disputado por ambos países y que tiene una larga historia de conflicto armado. Actualmente hay una guerra, pero no muy grande.
La frontera entre ambos países está cerrada. Para visitar Nagorno Karabaj se necesita una visa especial (los argentinos no las necesitamos) y si en Azerbaiyán ven el sello de Nagorno, te prohíben la entrada al país.
Ya había salido de Georgia, pero entrando a Armenia, recibí el cuestionario sobre la visa de Azerbaiyán. Me preguntaron porqué la tenía, y a dónde pensaba ir después de Armenia. Si bien era cierto que después iba a ir a Azerbaiyán, como la frontera estaba cerrada, iba a cruzar vía Georgia. Entonces les respondí que después volvía a Georgia.
Me recomendaron que no vaya a Azerbaiyán. Me dijeron que me quedara en Armenia que era un país muy lindo para recorrer como turista. Les dije que sí, y me dejaron pasar. Tengo entendido que técnicamente no te pueden restringir el acceso sólo por tener la visa o el sellos de Azerbaiyán. Te hacen preguntas para hacerse los duros. Pero si uno va como turista, no debería haber problemas.
Pasamos exitosamente.
Del otro lado, ya en Armenia, esperamos unos minutos a nuestro conductor, y finalmente seguimos viaje.
El camino por el que fuimos estaba completamente destruido. Era un camino en el medio de todas montañas muy verdes, muy lindas, pero que no disfrutamos mucho porque había que prestarle atención a la ruta que se caía a pedazos. Íbamos bordeando un río por un camino repleto de pozos. Por momentos había tantos pozos que ni un rastro de asfalto se veía.
En un momento pasamos por un túnel con paredes de roca de montaña, bien rústico, y con el piso con sólo unas pequeñas partes de cemento. Parecía de película (de terror). Y sin luz el túnel, obvio. Por unos segundos creí que la montaña se nos iba a caer encima. Era todo muy precario, divertido, pero a la vez daba miedo.
Unos kilómetros más adelante, empezamos a sentir olor a quemado. Yo creí que venía de afuera y no me preocupé. Pero Agustín y el conductor estaban muy estresados. Claramente ellos sabían más que yo de mecánica y autos. Yo soy un inútil. Justo el conductor vio un lugar donde había unos recipientes con agua la costado de la ruta, paró rápido y bajó corriendo. Agarró agua como pudo y la tiró en el motor.
Lo que se estaba prendiendo fuego era el motor de la camioneta. Un peligro, yo no lo podía creer. Algo muy parecido nos pasó con mi familia en la isla de Antigua, cuando casi se prende fuego el motor de la camioneta en la que íbamos y tuvimos que esperar otra. En esta ocasión, después de unos minutos al costado de la ruta, pudimos seguir viaje. Los tres, sanos y salvos.
Unos kilómetros más adelante, paramos a tomar un café. Fue todo muy rápido. Era un parador de ruta enorme, lleno de productos locales de Armenia. Y donde cocinaban los panificados a la vista de toda la gente. Me quedé viendo un rato el espectáculo, pero apenas terminamos los cafés, seguimos viaje.
El paisaje era muy lindo. Mucho verde. Mucha naturaleza. Montañas verdes, montañas nevadas. Pero se veía mucho atraso en todo. Se veía todo mucho más precario que Georgia o Turquía, que eran los países que habíamos visitado previamente.
Seguíamos sin saber a dónde iba el señor, pero íbamos en dirección a Yerevan. Entonces estábamos contentos. Llegar en sólo 3 vehículos iba a ser mucha suerte para ese día. Y justo cuando dije en voz alta que parecía que iba hasta Yerevan, frenó y nos dejó a 30 kms de la capital. El señor no entraba a la ciudad, se quedaba ahí.
Yo feliz, nos había alcanzado casi 200 kms. El supersticioso de Agustín puteándome, diciendo que yo era «mala leche» y que no iba a viajar más conmigo. Un poquito calentón el amigo… Yo ni bolilla. Si hay algo en lo que no creo es en todas las cosas supersticiosas y los mitos/leyendas/rituales. Por la familia en la que crecí, tengo un perfil muy científico y racional. No le doy bolilla a esas cosas, me parecen pavadas. Agustín todo lo contrario.
Por suerte, para que se calmara el muchacho, al minuto paró un auto. Pero resultó que no iba para Yerevan.
Pero, al mismo tiempo también había parado una camioneta. Manejada por un chico que hablaba perfecto inglés y que nos terminó llevando hasta la puerta del hostel, un genio!
Fue un día bastante fácil para hacer autostop. Tuvimos mucha suerte. Cruzar la frontera fue relativamente fácil, y si bien no tuvimos tanta interacción con los conductores en esta ocasión, fue una experiencia positiva como siempre. Siempre se aprende algo viajando de esta forma.
Llegamos a Armenia. Llegamos a Yerevan. Llegamos al hostel. Y salimos a explorar…
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