Veníamos de haber dormido en la casa de una familia kurda que conocimos en el parque mientras armábamos la carpa y creíamos que esa experiencia iba a ser imposible de superar. La hospitalidad de la gente del lugar era asombrosa. Por momentos nos sentíamos en otro planeta.
Historias de hospitalidad kurda: Parte I
Era imposible no pensar en todas las cosas malas que se dicen en Occidente de Irán y de Kurdistán y contrastarlo con lo que estábamos viviendo en carne propia. Un nivel de hospitalidad inimaginable.
Después de que la familia nos dejara en el centro del pueblo de Marivan, decidimos seguir camino.
Agus le pidió a unos policías armados con unas AK47 que pararan un auto para que nos llevaran. Pararon el primer auto que pasó y el chico que manejaba obedeció a los policías y nos llevó hasta donde queríamos ir. Los policías nos hablaron de fútbol como siempre que decíamos que éramos de Argentina.
El chico nos dejó en el pueblo en la punta del lago y empezamos a caminar. Agus y Ana querían dar la vuelta al lago caminando o al menos caminar por uno de los lados del lago. Teníamos 17 kms para volver a Marivan. Era un lindo desafío.
Caminamos al costado de la ruta y la mayoría de los autos que pasaban nos saludaban. Nuestro aspecto físico, pero sobre todo nuestras mochilas, llamaban mucho la atención.
Estábamos en el medio de la nada. Muy cerca de la frontera con Irak. De un lado teníamos el lago y del otro las montañas. La ruta estaba vacía.
Cada 2-3 kms había un caminito que terminaba en un pueblo en el medio de la montaña. En el inicio de cada uno de esos caminos había un chico vendiendo frutas de su huerta. Fue muy cómico porque con todos tuvimos más o menos la misma interacción.
Nosotros saludábamos a todos. Sin lenguaje en común charlábamos un rato y nos despedíamos. Siempre surgía el tema fútbol cuando decíamos que éramos argentinos, siempre nos ofrecían ir a dormir a sus casas en la montaña y siempre nos obligaban a llevar frutas. No se las queríamos aceptar, pero no había manera de decir que no.
A partir del segundo, ya veníamos cargando otra/s bolsas con frutas, pero ellos siempre hacían gestos como que la de ellos era mejor y que la teníamos que llevar. Terminamos cargando y comiendo como 4 bolsas de frutas riquísimas. Nos vino muy bien para abastecernos de energía bajo el sol radiante.
Algunos de ellos nos pidieron selfies y hasta nos siguieron en Instagram.

A todo esto, hacían unos 40 grados. Estábamos caminando al rayo del sol, todos tapados porque en Irán los shorts son ilegales y la pobre Anita con ropa suelta pero tapada hasta los tobillos y las muñecas.
En un momento pasó un camión de helados que frenó y nos regaló un palito helado de chocolate a cada uno. Parecía de película la situación.
Nos hubiera encantado ir a la casa de alguno de estos chicos, pero todavía era de día así que decidimos rechazar las ofertas porque sino no íbamos a terminar el recorrido nunca.
Después de varios kilómetros (y horas caminando), empezó a bajar el sol y llegamos a un pueblo sobre la ruta. Era donde pensábamos dormir. Entramos en un quiosco y los chicos pidieron ir al baño. Unos nenes los acompañaron hasta el baño más cercano a unos 200 metros.
Yo me quedé esperando junto con un chico que solo hablaba kurdo y farsi. Como se imaginarán, no pude avanzar mucho en la conversación.
Pasaron varios autos. Todos pasaban, saludaban y seguían viaje. Pero hubo un auto que pasó, saludó y frenó. El chico que estaba al lado mío me dijo que esa persona hablaba inglés, así que me puse feliz de poder conversar con alguien.
Se bajó un señor que hablaba muy bien inglés (rarísimo en esa zona) y me dijo que era profesor en una escuela en un pueblo cercano y que me quería llevar a su casa. Sin vueltas.
Le expliqué que estaba con 2 amigos que habían ido al baño y que deberíamos esperar a que ellos volvieran. Mientras los esperábamos, charlamos un poco. Los chicos volvieron, les planteé la situación y terminamos decidiendo ir con el profe de inglés.
En realidad no hablaba tan bien inglés. Hacía 3 años que no enseñaba más porque era el director de la escuela del pueblo.
Nos llevó a su casa y no vivía a solo 2 pueblos de distancia como me había dicho. Vivía en el primer pueblo. El pueblo donde habíamos empezado a caminar esa mañana. Nos llevó todo de vuelta al punto de partida. Igualmente nosotros felices de poder ir a dormir a la casa de un local y uno con el que podíamos interactuar un poco y aprender más de su cultura.
El hijo más chico del señor tenía 3 años y era un diablito. La hija tenía 13 y era muy tímida y callada. La situación fue media rara porque la mujer y la hija cocinaron y se fueron. Ni siquiera durmieron en la casa. No entendimos muy bien porqué.
Terminamos de comer, charlamos un poco de su religión, de la zona y demás, y finalmente nos fuimos a dormir.
Al día siguiente desayunamos nosotros 3 porque él ya había desayunado a la madrugada por Ramadan y finalmente salimos de nuevo a la ruta. Le pedimos que nos llevara hasta el pueblo donde nos había levantado el día anterior porque no queríamos caminar todo el trayecto de nuevo abajo del sol radiante.
Retomamos desde el mismo lugar y seguimos caminando.
Duramos 30 minutos y en el primer pueblo que cruzamos paramos a descansar porque el sol nos estaba matando.
Arrancamos de nuevo y a los pocos minutos paramos la primera camioneta que pasó para que nos llevara hasta la ruta principal. No había manera de seguir caminando al mediodía al rayo del sol con las mochilas.
Después de descansar en un market y comer un helado en la ruta, paramos el auto de un señor que nos llevó hasta la salida a Uraman, nuestro siguiente destino.
Caminamos unos metros más y paramos el auto de otro señor que nos llevó directo a Uraman. Nos llevó todo por las montañas aunque él tenía que ir a otro lado. Un loco. Le insistimos que nos dejara donde él iba y que nosotros seguíamos, pero nos llevó directo a nuestro destino final.
En Uraman nos pasó de todo.
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