Llegamos a Uraman, el último pueblo que teníamos planeado visitar en la provincia de Kurdistán en Irán. Si bien Agustín, mi compañero de viaje, ya conocía algunas partes de Irán, para todos (él, Ana y yo) era nuestra primera vez experimentando la hospitalidad kurda. Llegamos al pueblo haciendo autostop y salimos a caminar.
Historias de hospitalidad kurda: Parte I
Historias de hospitalidad kurda: Parte II
A los pocos metros vimos otro mochilero y nos sorprendimos. Hacía días que no veíamos a otro viajero en nuestra ruta. Nos acercamos a hablar con él y resultó ser un viajero iraní (de Isfahan) que estaba buscando lugar para dormir. Nos pegamos a él un rato para que fuera más fácil encontrar un lugar donde dormir pero lo «abandonamos» cuando nos dimos cuenta que tenía mucho más presupuesto que nosotros y estaba buscando un lugar «caro». Comimos juntos, charlamos un rato y cada uno siguió su camino.
Sin apuro por encontrar donde dormir, fuimos a caminar por el pueblo.
Dimos unas vueltas y más tarde fuimos a caminar por las montañas. Era uno de esos pueblos construidos en terrazas. Donde el techo de una casa era el patio del frente de otra y todas las callecitas eran como laberintos en los que uno se perdía de noche.
Estábamos analizando si armar la carpa en el cementerio que tenía una vista increíble de las montañas que nos separaban de Irak o en el depósito del supermercado donde habíamos comido y donde habíamos dejado las mochilas.
Justo cuando estábamos hablando de eso, una familia que nos escuchó hablar en otro idioma nos invitó a tomar el té con ellos en la entrada de su casa (techo de la de abajo). Nos sentamos sobre la alfombra persa y no solo tomamos el té, sino que cenamos con ellos y volvimos a tomar té más tarde.
Hablaban 2-3 palabras de inglés y nosotros no más de 10 entre farsi y kurdo, pero no hacían falta más.
Nosotros estábamos impresionados con el cielo estrellado de esa noche. Ellos se dieron cuenta, nos trajeron unos almohadones y nos hicieron señas para que nos recostáramos en la alfombra a contemplar el cielo.
Fue un espectáculo.
Como no nos invitaron a dormir, seguimos explorando e iniciamos el camino hacia el supermercado donde estaban las mochilas.
Al minuto, cerca de una mezquita, nos cruzamos con un chiquito que hablaba muy bien inglés. Conversamos un rato y después nos llevó a dar una vuelta por los sitios más destacados de Uraman. Él no dormía de noche (invertía sus horarios durante todo el Ramadan) así que estaba re excitado por mostrarnos todo.
Su historia era muy loca. Un turista le había dicho que el inglés era muy importante para el resto del mundo unos años atrás y él había decidido aprenderlo. Practicaba con la radio y la TV. Inclusive nos mostró un video de un líder iraní hablando en el World Economic Forum de Davos con el que él practicaba. Yo no lo podía creer. No tenía más de 10 años.
Después de un rato, nos separamos del chico. No teníamos energías para seguir toda la noche. Necesitábamos descansar.
Había un cielo estrellado que invitaba a dormir al aire libre. Estábamos sin palabras.
Era una pasada, estábamos flipando en colores (palabras que incorporé viajando con mi querida amiga Anita «la española»).
Terminamos durmiendo en el cementerio. Con el cielo de techo interminable que parecía envolver todo y fusionarse con las montañas que teníamos al frente y que nos separaban de Irak.
A la mañana siguiente me levanté temprano porque no estaba muy cómodo durmiendo. Anita también estaba levantada y nos fuimos por ahí. Caminamos entre las piedras para ver el amanecer y como el sol iba iluminando el pueblo mientras charlábamos de la vida.
Cuando el sol ya estaba fuerte, se despertó Agus. Y en lugar de levantarse y arrancar el día, se metió a dormir en una cueva que había cerca nuestro. Anita se sumó. Yo ni loco me iba a meter ahí dentro.
Los chicos se quedaron durmiendo y yo me fui al pueblo.
Todo estaba cerrado porque era temprano y la mayoría de la gente cambiaba sus horarios por Ramadan. Nadie estaba despierto todas las horas de sol en las que debían hacer ayuno estricto. Comían y tomaban de todo de noche, se acostaban muy tarde y se levantaban tarde.
Me senté en la puerta del almacén a esperar.
Por suerte abrió a las 10 de la mañana y pude desayunar algo adentro. Me senté en uno de los pasillos del lugar a comer y a cargar el celular. Cada tanto cabeceaba del sueño que tenía porque no había dormido bien (al aire libre y sobre un cartón arriba de las piedras). Agus y Anita tenían bolsas de dormir y colchonetas. Yo no tenía nada porque no estaba en mis planes acampar cuando había salido de Argentina.
Cuando vinieron los chicos, desayunaron y salimos a buscar un auto. En 2 minutos nos subimos a un camión que llevaba semillas de girasol y dulces por la zona. Agustín adelante con el conductor y Ana y yo en el medio de las bolsas de mercadería.

El señor paró a comprarnos agua, después a recargar las botellitas y cuando nos dejó en la ruta camino a Sanandaj nos dio caramelos y hasta nos quería dar plata (que obviamente no aceptamos). Con Ana nos morimos de calor en la caja. Pero también nos matamos de la risa. Y como pueden ver en la foto, a ella no le costó mucho dormir.
A los 2 minutos paró un auto. Era un chico y su mamá. Nos llevaron hasta un pueblo cercano. No hablaban nada de inglés, pero la madre nos derritió con su sonrisa. Transmitía una calidez y una paz como pocas. Viajando por Irán no recibimos tantos gestos de mujeres porque, de alguna manera, estaba prohibido. Pero algunas nos regalaban algunas sonrisas.
Bajamos en Sarvabad. Fuimos a un baño público que justo estaba ahí y cuando salimos paramos otro auto donde venía un chico que hablaba muy bien inglés. El loco nos llevó hasta la puerta del ciber donde trabajaba Saman, nuestro amigo de Sanandaj.
La hospitalidad de los kurdos en primera persona
Saman dejó su trabajo y nos llevó a su casa. Comimos con la familia como había hecho unos días atrás al inicio de nuestra aventura por el Kurdistán iraní, nos lavaron toda la ropa (lo mejor que le pueden hacer a un viajero) y nos fuimos a dormir.
Al día siguiente desayunamos, armamos las mochilas y volvimos a la ruta.
Lo de Saman y lo de los kurdos en general no tiene explicación para una mente de Occidente. Se pasan. Sin palabras.
Tienen que vivirlo.
Me encanta el post! Que recuerdos….. Creo que fue el mejor dia de todo el viaje…. El pueblito, el cementerio, la noche bajo las estrellas, la cena mirando las montañas que nos separaban de Irak, el amanecer…….ayy lo que daría por estar allí ahora mismo!!
Pd: en cuanto a la foto ya hablaremos tu y yo seriamente…. ? jajaja
Anitaaaaa! Siiii, fue un día increíble por todo lo que vivimos ahí en el medio de la nada jaja y bueno, la foto la tenía que poner jaja.
Te extrañoooo!! Ya nos cruzaremos en algún lugar del mundo, un beso grande!